Es verdad, se trata de un
milagro. Un milagro “es un hecho no explicable por las leyes naturales y que se
atribuye a la intervención sobrenatural de origen divino” (RAE). Sí, el mundo
entero es testigo de un milagro. Porque, ¿cómo explicar que cuatro niños -la
mayor de 13 años, el más chico, menos de un año- hayan sobrevivido en la selva
colombiana, a un accidente que le costó la vida a los que iban en la avioneta
(la mamá de los chicos y otras dos personas) y no a ellos?
Basta conocer las declaraciones del papá, de la abuela y
del abuelo de los niños, que rezaron e hicieron rezar a millones de personas, para
agradecer a Dios que se hayan salvado. Se cumplió el Salmo 91: “ha dado
órdenes a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos. Te llevarán en sus
palmas para que no tropiece tu pie en piedra alguna. Caminarás sobre serpientes
y víboras”… (11-13)
Los
milagros son el lenguaje por el que Dios manifiesta su existencia y su amor por
los hombres. Jesucristo, hijo de Dios encarnado, hizo milagros por compasión
con quienes sufrían el dolor y, sobre todo, buscando la conversión de los
hombres. Por eso, “se puso a reprochar a las ciudades donde se habían realizado
la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: ¡Ay de ti, Corazín,
ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los
milagros que se han obrado en ustedes, hace tiempo que habrían hecho
penitencia” (…) En el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas con menos
rigor que ustedes” (Mateo, 11, 20).
Los
niños colombianos protagonizaron un milagro que ha causado admiración en toda
la Tierra. ¿Qué quiere decirnos Dios con su indudable intervención? En mi
opinión, los niños han sido sus mensajeros; han sido profetas de Dios.
LA RÚBRICA DIVINA
Hay
que destacar algo que rubrica la firma divina en el milagro de los niños. La
prensa del mundo entero, destacando la insólita enormidad de lo ocurrido, ha
subrayado una y otra vez que los niños fueron encontrados después de cuarenta
días, ni uno más ni uno menos, ¡cuarenta días! Es esta una cifra misteriosa,
que en la Biblia aparece más de cien veces y, en muchos casos, en un contexto
que reclama conversión, cambio de vida.
Cuarenta días duró el diluvio,
para recomenzar con Noé una nueva tierra (Génesis 6, 12-7, 17). Cuarenta años
duró el tiempo de purificación del pueblo de Israel, para llegar a la tierra
prometida. Durante cuarenta días ayunó el profeta Elías hasta
encontrarse con Dios en el monte Horeb (1 Reyes 19, 8). Y cuarenta fueron
también los días que Jesús ayunó en el desierto, antes de empezar su
predicación (Mateo 4, 2)…
No
pocas veces, sirviéndose especialmente de su Madre Santísima, Dios ha hablado a
los hombres pidiéndoles conversión, volver a Él. Ahora, como en Lourdes y en
Fátima y en otras ocasiones, ha elegido también a unos niños (son ellos sus
preferidos, porque reflejan la pureza, la sencillez, la confianza en Dios, la
generosidad… todo eso que los mayores no solemos tener) para que, protegidos
por su mano paterna durante cuarenta días y sin necesidad de palabras, den a la
humanidad este mensaje: arrepiéntanse y vuelvan a Dios.

El caso del profeta Jonás es ejemplar.
Enviado por Dios, Jonás estuvo un día entero anunciando a la ciudad de Nínive,
podrida por el pecado: - “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”. El
caso es que “las gentes de Nínive creyeron en Dios” y desde el rey hasta
el último hombre empezaron a hacer penitencia… Y “Dios miró sus obras, cómo
se convertían de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había dicho
que les iba a hacer, y no lo hizo” (Jonás 3, 1-10).
Nuestro
mundo, hoy por hoy, es una selva de corrupción en todos los niveles. Del olvido
de Dios se ha llegado a su desprecio y al odio a Dios. Se han traspasado todos
los límites; se aplauden las mayores aberraciones, se ridiculiza al que no
quiere aplaudir ni vivir de otra manera… Está a la vista de todos la implacable
“dictadura del relativismo”.
LA HISTORIA ENSEÑA
“La historia es maestra de la vida”, ya lo
dijo Cicerón. El 13 de julio de 1917, mientras Europa se desangraba en la
primera guerra mundial, la Virgen hablaba con tres niños en Fátima y les decía:
“La guerra terminará, pero si los hombres no dejan de ofender a Dios, en el
reinado de Pío XI comenzará otra peor. Y les dio esta señal: “Cuando veáis
una noche alumbrada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que
Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la
guerra, del hambre, de la persecución de la Iglesia y del Santo Padre”. (C. BARTHAS, La Virgen de Fátima. Rialp, Madrid 2017, 14ª ed).
Así
fue. En el diario La Vanguardia, 26 de enero de 1938, pág. 9, con el título
RARO FENÓMENO METEOROLÓGICO, aparece esta información: “París, 25. En esta capital
y en los departamentos de los Alpes, ha sido observada esta noche, desde las 7
hasta las 9, una magnífica aurora boreal. En algunos puntos la luz que daba el
fenómeno era semejante a la del día… Londres, 25. Esta noche, el magnífico
espectáculo de una aurora boreal ha sorprendido a los habitantes de numerosas
regiones de Inglaterra, especialmente las del sur y Londres. Gran número de
personas se han congregado para contemplar el espectáculo. Desde varios puntos
del país, el reflejo de la aurora boreal semejaba a un gigantesco incendio. El
fenómeno ha sido visto igualmente en otras partes de Europa”.
Siguen
iguales informaciones de Berna y Berlín. La Redacción del diario añade: “Este
fenómeno fue observado también en Barcelona, desde primeras horas de la noche
de ayer martes. Es de observar que en nuestras latitudes es rarísima la
observación de estas auroras, de origen polar”.
Es
sabido lo que vino después: en septiembre de 1938 Hitler ocupó Checoslovaquia;
Polonia un año más tarde y…
Por medio del milagro de los niños colombianos,
¿qué quiere decirnos Dios? “El que pueda entender, que entienda” (Apocalipsis
3, 22).