Buscar a Dios en el trabajo cotidiano fue el título de este artículo del Cardenal Albino Luciani, futuro Papa Juan Pablo I, publicado en el Gazzettino di Venezia el 25-VII-1978. En él escribe sobre el espíritu que difundió san Josemaría Escrivá: santificar el trabajo, responder a la llamada universal a la santidad de todo cristiano.
En 1941 el español Víctor García Hoz, después de confesarse, escuchó que le
decían: "Dios te llama por caminos, de contemplación". Se quedó
pasmado. Siempre había escuchado decir que la "contemplación" era una
cosa para santos encaminados a la vida mística, cumbre asequible sólo a unos
pocos elegidos, gente en la mayoría de los casos retirada del mundo. "Yo,
en cambio —escribe Hoz— en aquellos años estaba casado, con dos o tres hijos
entonces y esperando, como ocurrió en realidad, la llegada de más hijos,
teniendo que trabajar para sacar adelante la familia".
¿Quién era entonces aquel confesor revolucionario, que dejaba de lado las
barreras tradicionales, señalando metas místicas incluso a los casados? Era
Josemaría Escrivá de Balaguer, un sacerdote español fallecido en Roma en 1975 a
los setenta y tres años. Conocido sobre todo por ser el fundador del
Opus Dei, asociación difundida en todo el mundo de la cual los diarios se
ocuparon a menudo, pero con muchas imprecisiones. ¿Qué hacen realmente, quiénes
son, los miembros del Opus Dei? El mismo fundador lo ha dicho: 'Somos —declaró en 1967— un pequeño tanto por ciento de sacerdotes, que antes han
ejercido una profesión, un oficio laical; un gran número de sacerdotes
seculares de muchas diócesis del mundo; y la gran muchedumbre formada por
hombres y por mujeres de diversas naciones, de diversas lenguas, de diversas
razas, que viven de su trabajo profesional, casados la mayor parte, solteros
muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la grave tarea de hacer
más humana y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de los afanes
diarios, con personal responsabilidad, experimentando con los demás hombres,
codo con codo, éxitos y fracasos, tratando de cumplir sus deberes y de
ejercitar sus derechos sociales y cívicos. Y todo con naturalidad, como
cualquier cristiano consciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa
de sus colegas, mientras procuran detectar los brillos divinos que reverberan
en las realidades más vulgares".
En palabras más modestas, las "realidades más vulgares", el trabajo
que nos toca hacer cada día; los "brillos divinos que reverberan" son
la vida santa que hemos de sacar adelante. Escrivá de Balaguer, con el
Evangelio, decía continuamente: "Cristo no nos pide un poco de bondad, sino
mucha bondad. Pero quiere que lleguemos a ella no a través de acciones
extraordinarias, sino con acciones comunes, aunque el modo de ejecutar tales
acciones no debe ser común".
Allí, nel bel mezzo della strada, en la oficina, en la fábrica, nos
hacemos santos a poco que hagamos el propio deber con competencia, por amor de
Dios, y alegremente, de manera que el trabajo cotidiano se convierta no en una
"tragedia cotidiana", sino en la "sonrisa cotidiana".
Cosas parecidas había enseñado más de trescientos años atrás San Francisco
de Sales. Desde el púlpito un predicador había quemado públicamente el libro en
el cual el santo explicaba que, con ciertas condiciones, el baile podía ser
lícito y, hasta contenía un capítulo entero dedicado a "la honestidad del
lecho matrimonial". Escrivá de Balaguer supera en muchos aspectos a
Francisco de Sales. Este, también propugna la santidad para todos, pero parece
enseñar solamente una "espiritualidad de los laicos" mientras Escrivá
quiere una "espiritualidad laical". Es decir, Francisco sugiere casi
siempre a los laicos los mismos medios practicados por los religiosos con las
adaptaciones oportunas. Escrivá es más radical: habla directamente de
"materializar" —en buen sentido— la santificación. Para él, es el
mismo trabajo material, lo que debe transformarse en oración y santidad.
Y habla también de un justo y necesario "anticlericalismo" en el
sentido de que los laicos no deben apropiarse de los métodos y oficios de los
sacerdotes y de los frailes, y viceversa. Creo que él había heredado este
"anticlericalismo" de sus progenitores, especialmente de su padre, un
caballero a toda prueba, trabajador, cristiano ferviente, enamoradísimo de su
mujer y siempre sonriente. "Lo recuerdo siempre sereno —escribió su hijo—
a él le debo la vocación... Por eso soy "paternalista". Otro impulso
"anticlerical" le vino probablemente de las investigaciones hechas
para su tesis doctoral en derecho canónico sobre el monasterio femenino
cisterciense de Las Huelgas, cerca de Burgos. Allí, la abadesa era al mismo
tiempo señora, superiora, prelado, gobernador temporal del monasterio, del
hospital, de los conventos, iglesias y aldeas dependientes con jurisdicción y
poderes reales y cuasi episcopales. Un monstrum también por los múltiples
encargos contrapuestos y sobrepuestos. Así acumulados, estos trabajos no eran
adecuados para hacer —como quería Escrivá— trabajos de Dios. Porque —decía—
¿como puede ser un trabajo "de Dios" si está mal hecho, de prisa y
sin competencia? Un albañil, un arquitecto, un médico, un profesor, ¿cómo puede
ser santo si no es también, en lo que de él depende, un buen albañil, un buen
arquitecto, un buen médico, un buen profesor? En la misma línea escribía Gilson
en 1949: "Nos dicen que ha sido la fe la que construyó las catedrales en
la Edad Media; de acuerdo... pero también la geometría tiene su parte". Fe
y geometría, fe y trabajo hecho con competencia para Escrivá caminan tomados
del brazo: son las dos alas de la santidad.
A la propagación de su gran proyecto de espiritualidad, además de sus muy
difundidos libros, dedicó una actividad tenacísima y organizó la asociación Opus Dei.
"Dad un clavo a un aragonés —dice el proverbio— y lo clavará con su
cabeza". Pues bien "yo soy aragonés —escribió— es necesario ser
tenaces". No perdía un minuto de tiempo. En España, antes, durante y
después de la Guerra Civil, pasaba de las lecciones dadas a los universitarios
a cocinar, a limpiar los pisos, a hacer las camas, a atender a los enfermos.
"Yo tengo sobre mi conciencia —y con orgullo lo digo— el haber dedicado
muchos, muchos millares de horas a confesar niños en las barriadas pobres de
Madrid. Venían con los moquitos hasta la boca. Había que empezar limpiándoles
la nariz antes de limpiarles un poco aquellas pobres almas". Así ha
escrito, demostrando que "la sonrisa diaria" la vivía de verdad. Ha
escrito también "me iba a la cama muerto de cansancio. Al levantarme,
todavía cansado, por la mañana, me decía: 'Josemaria, antes de almorzar
dormirás un poco'. Y cuando salía a la calle, añadía contemplando el panorama
de trabajo que se me echaba encima aquel día: 'Josemaría te he engañado otra
vez' ".
Pero su gran trabajo, fue fundar y continuar el Opus Dei. El nombre
vino por casualidad. "Es necesario trabajar duro: ésta es una obra de
Dios", le dijo uno. "Este es el nombre justo —pensó—, obra no mía,
sino de Dios, Opus Dei". Esta obra creció bajo sus ojos hasta
extenderse a todos los continentes: empezó entonces el trabajo de sus viajes
intercontinentales para las nuevas fundaciones y para las conferencias. La
extensión, el número y la calidad de los miembros del Opus Dei han hecho
pensar en alguna mira de poder, en la férrea obediencia de los gregarios. Lo
contrario es lo verdadero: existe sólo el deseo de hacer santos, pero con
alegría, con espíritu de servicio y con gran libertad.
"Somos ecuménicos Santo Padre, pero no hemos aprendido el ecumenismo
de su Santidad", se permitió un día decir Escrivá al Papa Juan. Este
sonrió: sabía que desde 1950 el Opus Dei tenía el permiso de Pío XII de
recibir, como cooperadores asociados a los no católicos y a los no cristianos.
Escrivá fumaba siendo estudiante. Al ingresar al seminario, le regaló las
pipas y el tabaco al portero y no fumó nunca más. Pero el día en que fueron
ordenados los tres primeros sacerdotes del Opus Dei dijo: "Yo no
fumo; vosotros tres tampoco; —y dirigiéndose a Don Álvaro— tienes que fumar tú,
porque, si no, vuestros hermanos podrían pensar que no está bien el tabaco, y
quiero que los demás no se sientan coaccionados en esto y fumen si les da la
gana". Sucede alguna vez que alguno de los miembros —a quienes el
Opus Dei únicamente ayuda a tomar responsablemente opciones libres—
asciende a algún cargo importante, Esto es asunto suyo, no del Opus Dei.
Cuando en 1957 una alta personalidad envió a Escrivá sus felicitaciones porque
un socio habla sido nombrado ministro en España, obtuvo esta respuesta más bien
seca: "¿Qué me importa a mí que sea ministro o barrendero? Lo que me
importa es que se santifique con su trabajo".
En esta respuesta está todo Escrivá y el espíritu del Opus Dei: que
uno se santifique con su trabajo; aunque sea de ministro.., si ha sido puesto
en ese cargo, que se santifique de verdad. El resto importa poco.
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