Este es un día histórico en la vida de nuestro país, que conmueve nuestros pensamientos, emociones y oraciones. Durante casi cincuenta años, Estados Unidos ha impuesto una ley injusta permitiendo que algunos decidan si otros pueden vivir o morir; esta política ha resultado en la muerte de decenas de millones de niños no nacidos, generaciones a las que se les negó el derecho incluso a nacer.
Estados Unidos se fundó sobre la
verdad de que todos los hombres y mujeres son creados iguales, con derechos
otorgados por Dios a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Esta
verdad fue gravemente negada por la Corte Suprema de los EE.UU. con la
sentencia Roe v. Wade, que legalizó y normalizó
la eliminación de vidas humanas inocentes. Damos gracias a Dios hoy
porque la Corte ahora ha anulado esa decisión. Rezamos para que nuestros
funcionarios electos promulguen ahora leyes y políticas que promuevan y
protejan a los más vulnerables entre nosotros.
Nuestros primeros pensamientos
están con los niños cuyas vidas han sido
arrebatadas desde 1973. Lamentamos su
pérdida y encomendamos sus almas a Dios, que los amó desde antes de todas las
edades y los amará por toda la eternidad. Nuestros corazones también están
con cada mujer y hombre que ha sufrido gravemente por el aborto; rezamos
por su curación y prometemos nuestra compasión y apoyo continuos. Como Iglesia,
debemos servir a quienes enfrentan embarazos difíciles y rodearlos de amor.
La decisión de hoy también es el
fruto de las oraciones, los sacrificios y la defensa de innumerables
estadounidenses corrientes de todos los ámbitos de la vida. Durante estos
largos años, millones de nuestros conciudadanos han trabajado juntos
pacíficamente para educar y persuadir a sus vecinos sobre la injusticia del
aborto, para ofrecer atención y asesoramiento a las mujeres y para trabajar por
alternativas al aborto, incluida la adopción, el cuidado de crianza temporal y
la atención pública, con políticas que verdaderamente apoyen a las familias.
Compartimos hoy su alegría y les estamos agradecidos. Su trabajo por la causa
de la vida refleja todo lo que es bueno en nuestra democracia, y el
movimiento pro-vida merece ser contado entre los grandes movimientos para el
cambio social y los derechos civiles en la historia de nuestra nación.
Ahora es el momento de comenzar
el trabajo de construir una América post-Roe. Es un tiempo para sanar heridas y
reparar divisiones sociales; es un tiempo para la reflexión razonada y el
diálogo civil, y unirnos para construir una sociedad y una economía que
sostenga el matrimonio y la familia, y donde cada mujer tenga el apoyo y los recursos
que necesita para traer a su hijo a este mundo con amor.
Como líderes religiosos, nos
comprometemos a continuar nuestro servicio al gran plan de amor de Dios para la
persona humana y a trabajar con nuestros conciudadanos para cumplir la promesa
de Estados Unidos de garantizar el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda
de la felicidad para todas las personas.
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