Fue hace una cantidad de años, a fines de la década del 70. El Obispo de San José de Mayo era monseñor Herbé Seijas, amigo de mi familia. Yo era un sacerdote casi de estreno: había recibido la ordenación en 1973 y al año siguiente ya estaba trabajando en Montevideo. El caso es que me encontré aquí con monseñor Seijas y enseguida me pidió si podía ir a San José tal fin de semana, para ayudar con las Misas: - Es que tenemos varios casamientos, me explicó, y Misas y no hay curas… Le dije que sí, naturalmente.
El párroco de la Catedral de San José era el P. Palermo,
tan recordado y tan querido. Me dio un abrazo muy afectuoso cuando llegué, mientras exclamaba sonriente: - ¡Sos el último sotanosaurio!... Sí, yo usaba
entonces la sotana con la que había sido ordenado. Era la prenda todouso
en la que me embutía al levantarme y me despedía de ella al irme a la cama:
Misas, confesiones, reuniones, comidas; caminatas, viajes en ómnibus… siempre
con sotana; me parecía lo más lógico del mundo.
En nuestro laico país educado, que conste, nunca nadie
comentó o se rió o sonrió de mi sotana. Pero, con el correr de poco tiempo más,
viendo que se iba normalizando su desuso entre los clérigos, tomé la decisión
de reservarla para la celebración de los sacramentos y, en las demás
actividades, usar el traje negro (clergyman) con camisa y cuellito.
Han pasado muchos años, estamos en tiempos de full
freedom. Pero advierto que, precisamente en este contexto, la sotana del
sacerdote ha adquirido una inesperada estimación.
Algo intuía yo, porque vistiéndola recientemente por la
calle había escuchado algún comentario tipo “¡mirá, un Padre!”… Ayer tuve la
confirmación de este interesante cambio cultural.
Me habían pedido
ir a la Médica Uruguaya a atender a una señora. Sábado, de 4 a 6 de la tarde
horario de visitas, allá vamos, con sotana, a la Torre D, piso 5º. Portero de
la entrada: - Sí, mire: vaya hasta donde están las cajas; agarra a la derecha y
ahí está el ascensor para el quinto piso. Ascensorista mujer: - Ahora lo dejo
en otra planta; sigue hasta el fondo y toma el ascensor para la torre D.
¡Adiós, encantada! Ascensorista hombre: - ¿Cómo anda?... Sí, hasta las seis,
pero cada tanto hay un hueco y uno se puede ventilar un poco. ¡Gracias!
Encuentro la habitación. La señora está con una
acompañante de servicio, que enseguida se levanta y me deja a solas con ella. Dice
la paciente: “¡qué alegría que haya venido, Padre!”. En la cama de al lado duerme
otra señora, también ella acompañada. La acompañante, acurrucada en su sillón, no
se mueve.
Confesión y Unción de los enfermos para la paciente. Y justo
entran un enfermero y una enfermera para darle un calmante (la señora es fuerte
y no se queja, pero sufre mucho: fracturada la cadera e infección en una
pierna). El enfermero, nada más verme exclama: - ¿Qué hace falta para casarse
por la Iglesia? ¡Porque yo quiero casarme por la Iglesia! – ¿Y para cuándo
sería? – No, todavía no; es para saber. Porque yo quiero que sea por la Iglesia,
reitera. – Bueno, lo primero es tener una novia… ¿Ya la tenés? – No, todavía no; pero la voy a encontrar. – Averiguá dónde te bautizaron y pedí un
certificado de tu bautismo… Interviene entonces la enfermera: - Yo no sé si
estoy bautizada. A mí me dieron el “agua de socorro”… Hablamos sobre esto. Unos
minutos más y salen de la habitación dándome las gracias.
Pude entonces darle la Comunión a mi paciente, que estaba
realmente Feliz. Al terminar, la acompañante de la otra señora dejó su sillón y
se acercó a preguntarme: - Padre, si mi hijo quiere casarse por la Iglesia,
¿qué tengo que hacer? La delata el acento: - Sí, soy venezolana. Y me cuenta cuándo
llegó a Uruguay, por qué vino, dónde vive con su hijo, que ya se ennovió con otra
venezolana y a lo mejor se casan pronto, y lo agradecida que está a Dios y al
país…
Después de 40 minutos, más o menos, me despido y emprendo
la retirada: ensotanado y renovando el
propósito de seguir usándola: no sé qué tiene, pero es un imán que invita a acercarse
y da confianza. ¿Sotanosaurio?... Voy a cruzar avenida Italia y oigo un grito
que alguien lanza desde un ómnibus que pasa: “¡Padree!”…
1 comentario:
Sobran los comentarios, Monseñor. Muchas gracias.
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