El Acto de consagración realizado por el Papa Francisco, en
unión con todos los obispos del mundo en la Solemnidad de la Anunciación, el 25
de marzo de 2022, pasará a la historia. Lo será por las circunstancias
dramáticas en que fue hecho y porque, aceptando el pedido que le habían hecho
los obispos católicos ucranianos, Francisco se dirigió a la Virgen consagrando
concretamente a Rusia, como Ella lo había solicitado en su aparición de julio
de 1917 en Fátima. No obstante, en mi opinión, su
trascendencia histórica debería buscarse más allá de las circunstancias que lo
han rodeado.
Una especial preparación
El 17 de marzo pasado las Nunciaturas
Apostólicas enviaron a todos los obispos una comunicación, por encargo del Secretario de Estado, Cardenal
Pietro Parolin que anticipaba que, en los próximos días el Papa
Francisco enviará una Carta con la cual invita a unirse en oración especial por
la paz el próximo viernes 25 de marzo. Después de anunciar que en esta
fecha el Santo Padre tendrá una celebración particular en la cual consagrará
Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María, añadía que era deseo del
Papa que esta iniciativa a favor de la paz sea vivida por todo el santo
pueblo de Dios y en particular por los sacerdotes, religiosas y religiosos,
con iniciativas locales (en las catedrales, iglesias parroquiales y santuarios
marianos) de la manera más conveniente en cada Diócesis.
Este anuncio fue un primer signo de la
importancia que el Papa daba al Acto que iba a realizar. La Carta, fechada en
San Juan de Letrán el 21 de marzo, llegó dirigida a cada obispo, Querido
Hermano. Después de exponer el sufrimiento del pueblo ucraniano y la
necesidad de interceder ante el “Príncipe de la paz”, y acogiendo también
numerosas peticiones, Francisco explica su intención: deseo realizar un solemne Acto de consagración de la
humanidad, particularmente de Rusia y de Ucrania, al Corazón inmaculado de
María. Y enseguida añade el sentido que tendrá el Acto: quiere ser un gesto de la Iglesia universal, que en
este momento dramático lleva a Dios, por mediación de la Madre suya y
nuestra, el grito de dolor de cuantos sufren e imploran el fin de la
violencia, y confía el futuro de la humanidad a la Reina de la paz. Por
esta razón, concluye, lo invito a
unirse a dicho Acto, (…) para que el Pueblo santo de Dios eleve la
súplica a su Madre de manera unánime y apremiante.
Tres características pueden señalarse
en estos pasos de preparación del Acto: 1) la consagración sería un Acto solemne,
y dicha solemnidad se manifestaría en que sería realizado por el Papa y la
Iglesia universal. 2) La consagración no sería solamente de Rusia y
Ucrania, sino de toda la humanidad. 3) La oración de toda
la Iglesia llegará al Cielo por mediación de la Madre de Dios, que es
también Madre nuestra, y a Ella se le confiará el futuro
de la humanidad.
La convocatoria al Acto tuvo una
extraordinaria y sorprendente acogida en todas partes, como se verificó a lo
largo y a lo ancho del mundo: la fibra mariana de los católicos se manifestó de
manera inmediata. En Europa se pudo realizar a la misma hora de Roma, como el
Papa lo pedía en su Carta. En algunos países de América, la diferencia horaria era
una dificultad, pero, en todos los casos, se llevó a cabo con gran asistencia
de público. (En Montevideo, concretamente, la Misa y consagración se celebró en
la Catedral a las 5 de la tarde que, para sorpresa de no pocos, estuvo llena en
un día de semana).
Madre de Dios y Madre nuestra
La celebración litúrgica penitencial
presidida por Francisco comenzó con lecturas bíblicas, a las que siguió la
homilía del Papa. En esta subrayó que realizaría el Acto en unión con los
obispos y los fieles del mundo; deseo solemnemente llevar al Corazón
inmaculado de María todo lo que estamos viviendo; renovar a ella la
consagración de la Iglesia y de la humanidad entera y consagrarle, de modo
particular, el pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que con afecto filial la
veneran como Madre. Saliendo al paso de una posible interpretación
equivocada del Acto de consagración, Francisco explica en su homilía que no
se trata de una fórmula mágica, no, no es eso; sino que se trata de un acto
espiritual. Es el gesto de la plena confianza de los hijos que, en la
tribulación de esta guerra cruel y esta guerra insensata que amenaza al mundo,
recurren a la Madre. En momentos difíciles como el que ahora vivimos,
Francisco quiso animarnos a acercarnos al Corazón de nuestra Madre para colocar
en él todo lo que tenemos y todo lo que somos, para que sea ella, la
Madre que nos ha dado el Señor, la que nos proteja y nos cuide.
Después de un tiempo dedicado a su
Confesión personal y a confesar él mismo a algunos penitentes y, con él, más de
un centenar de sacerdotes, el Papa Francisco se dirigió a la imagen de la
Virgen de Fátima para realizar el Acto de consagración.
Oh María, Madre
de Dios y Madre nuestra (…) Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos
conoces… Con esta preciosa advocación y declaración de la
Maternidad espiritual de María comenzó la oración dirigida a la Señora. Madre
Santa la llamará, reconociendo que es el mismo Dios quien nos la
entregó como Madre en la Cruz y puso en su Corazón inmaculado un refugio
para la Iglesia y para la humanidad.
Más
adelante, apoyándose en las palabras llenas de cariño que la Virgen le dijo a
san Juan Diego en su aparición en México, en 1531, se dirige a Ella para
rogarle: Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy
tu Madre?” Y recurre también a una advocación mariana (la Virgen
Desatanudos, que se venera en Augsburgo desde 1707, a la que Francisco
tiene especial devoción) para pedirle con total confianza: Tú sabes cómo
desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos
nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos
momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro
auxilio. (…)
Por último, limitándonos a lo que nos interesa subrayar
de la oración del Papa, después de revivir con el texto de san Juan la entrega
de su Madre que Jesús hizo en la Cruz, concluirá: Madre,
queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta
hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita
encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. (…) Por eso,
Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a
tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad…
Significado del Acto
¿Cuál es el significado del Acto de
consagración al Inmaculado Corazón de María, realizado por el Papa Francisco,
unidos con él los pastores y los fieles del mundo entero? En la Constitución dogmática Lumen Gentium
se enseña que al Magisterio auténtico del Romano Pontífice se le debe un obsequio
religioso de la voluntad y del entendimiento, aun cuando no hable ex cathedra, puesto
que se trata de su magisterio supremo. A su vez, explica enseguida la
Constitución que a esta enseñanza pontificia se le debe prestar adhesión según
la manifiesta mente y voluntad del Santo Padre, que se deduce principalmente ya sea por la índole de los
documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea
por la forma de decirlo (n. 25).
Aplicando
estos principios al Acto de consagración del 25 de marzo y teniendo en cuenta su
esmerada preparación, se podría afirmar: 1) Se trata de un Acto de
consagración a Cristo, invocada la mediación materna de María, que además
de su propio relieve teologal de primer orden, tiene como objeto a
toda la humanidad y a toda la Iglesia. 2) Francisco, sirviéndose de
palabras y gestos (homilías, visitas a la Virgen antes y al regresar de sus
viajes pastorales…) en numerosas ocasiones ha hecho referencia a la Maternidad
espiritual de María. 3) En esta oportunidad, tanto en la Carta de invitación
dirigida a los obispos, como en la homilía pronunciada antes de la
consagración, y en la Oración de consagración, la forma de referirse
a ella como un Solemne acto -así lo expresa en los tres documentos-
aparece como muy significativa: ¿acaso no quiere manifestar que la Maternidad
espiritual de María debe permear la vida de la Iglesia, más allá de las difíciles
circunstancias actuales?
El texto de la Lumen Gentium enseña
también que, aunque cada uno de los Prelados no goce por sí de la
prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando dispersos
por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor
de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen
en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen
infaliblemente la doctrina de Cristo (n. 25).
A su vez, parecería
conveniente recordar lo que explicó en su día la Congregación para la Doctrina
de la Fe: cuando sobre una doctrina no existe un
juicio en la forma solemne de una definición, pero pertenece al patrimonio
del depositum fidei y es
enseñada por el Magisterio ordinario y universal – que incluye necesariamente
el del Papa –, debe ser entendida como propuesta infaliblemente. La intención
del Magisterio ordinario y universal de proponer una doctrina como definitiva
no está generalmente ligada a formulaciones técnicas de particular solemnidad;
es suficiente que quede claro por el tenor de las palabras usadas y por el
contexto.
Llegando al final de este
análisis, una conclusión sería que el Acto de consagración del 25 de marzo de
2022, llevado a cabo por el Papa Francisco en unión con todos los obispos del
mundo, ha puesto de manifiesto solemnemente la profunda convicción de fe que
tiene el Santo Padre en la protección materna de María, quien nos ha sido dada
por Dios como Madre.
Esta certeza de fe no ha cambiado desde
que fue anunciada e infundida por Jesucristo a los suyos en el Calvario: en
todos los tiempos así la han vivido todas las generaciones de cristianos y, sin
duda, así se mantendrá hasta el final de los tiempos porque está inscrita con
trazo fundacional, por así decir, en el corazón de la Iglesia: a nuestra Madre
acudimos y siempre acudiremos confiadamente, de modo individual o colectivo,
ante cualquier peligro o necesidad, buscando amparo, seguros de su intercesión
y auxilio.

A su vez, el Acto de consagración quizás
puede situarse en línea -una línea abierta a inéditos acontecimientos y a múltiples
iniciativas pastorales-, con el deseo que manifestara san Juan Pablo II durante
el inolvidable Año Mariano de 1987-1988, que precedió a la caída del comunismo:
mediante este Año Mariano, escribió entonces, la Iglesia es
llamada no sólo a recordar todo lo que en su pasado testimonia la especial y
materna cooperación de la Madre de Dios en la obra de la salvación en Cristo
Señor, sino además a preparar, por su parte, cara al futuro, las vías de
esta cooperación. En otras palabras, se trata de encontrar los medios apropiados para facilitarle cada vez más a María el ejercicio de su Maternidad espiriual, que abarca a todos los hombres y mujeres del mundo entero. Entonces estará empezando en la Iglesia un renovado tiempo de misión.