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domingo, 18 de septiembre de 2022

MI EXPERIENCIA EN EL OPUS DEI

Desde que el 14 de julio pasado, mediante el Motu proprio Ad charisma tuendum, el Papa Francisco tomó una medida de gobierno en relación a la Prelatura del Opus Dei, se han disparado al respecto no pocos comentarios. Soy uruguayo y pertenezco al Opus Dei desde 1964, cuando estudiaba periodismo en la Universidad de Navarra. Pienso que mi testimonio personal puede ser de interés.

Tuve la suerte -gracia de Dios- de conocer y tratar a san Josemaría Escrivá en Pamplona y, durante dos años, conviví con él en Roma. En 1973 recibí la ordenación sacerdotal en Madrid, de manos de su arzobispo, el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, y regresé a trabajar en Montevideo, al unísono con los miembros laicos del Opus Dei, que son primordialmente los que tratan de acercar a sus amigos a la confesión, a un retiro espiritual, a una clase de formación cristiana… Nos necesitamos mutuamente, sacerdotes y laicos, formando parte de una institución querida por Dios para difundir la llamada a la santidad en la vida ordinaria. A esto dediqué los primeros 37 años de mi sacerdocio.

Lo que nunca había imaginado sucedió en el 2010: tenía 65 años cuando el Papa Benedicto XVI me nombró Obispo de Minas y en esta diócesis estuve trabajando hasta marzo del 2020: al cumplir la edad canónica, el Santo Padre Francisco aceptó mi renuncia y regresé entonces a la capital uruguaya. Hoy, obispo emérito de 77 años, he vuelto, como dice el tango, “a mi primer amor”: horas de confesonario, predicación abundante… Así será hasta que Dios disponga. También me encanta poder ayudar a la arquidiócesis de Montevideo celebrando la Confirmación: hoy celebré la quinta de este año.

La verdad es que no tengo mucho tiempo para dedicarme a acariciar recuerdos, pero las circunstancias de estas líneas me traen uno, inolvidable. Su protagonista fue el Papa san Juan Pablo II. La ocasión, el congreso organizado por la prelatura del Opus Dei sobre la “Novo Millennio Ineunte” en el año 2001. El Papa nos recibió a los congresistas el 17 de marzo y, en su discurso a los 400 participantes de la reunión internacional, nos describió como una representación de los diversos componentes con los que la Prelatura está orgánicamente estructurada, es decir, de los sacerdotes y los fieles laicos, hombres y mujeres, encabezados por su prelado.

. Y agregó: “Esta naturaleza jerárquica del Opus Dei, establecida en la constitución apostólica con la que erigí la Prelatura (cf. Ut sit, 28 de noviembre de 1982), nos puede servir de punto de partida para consideraciones pastorales ricas en aplicaciones prácticas”.


Desarrollándolas, consideró en primer lugar el papel que en la Prelatura tienen los laicos: “Con su celo apostólico, su amistad fraterna y su caridad solidaria podrán transformar las relaciones sociales diarias en ocasiones para suscitar en sus semejantes la sed de verdad que es la primera condición para el encuentro salvífico con Cristo. Ocho líneas dedicó el Papa en su discurso a la misión de los laicos de la Obra. A los sacerdotes nos dedicó apenas dos, describiendo así nuestra “función primaria insustituible:  la de ayudar a las almas, una a una, por medio de los sacramentos, la predicación y la dirección espiritual, a abrirse al don de la gracia”. Estaba todo dicho. Me alegró mucho esta sintética y exacta declaración de la misión sacerdotal en la Prelatura.

A su vez, en dos momentos se refirió el Papa a otro elemento de especial trascendencia: “Una espiritualidad de comunión valorará al máximo el papel de cada componente eclesial”. Se refería al “alma” del proyecto evangelizador que, al empezar el nuevo milenio, había propuesto a toda la Iglesia. “Espiritualidad de la comunión, había escrito, es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”.(ns. 42-43).

Traigo a colación este recuerdo, porque pienso que puede ayudar a clarificar algunas controversias planteadas en torno al Motu proprio del Papa Francisco sobre la Prelatura del Opus Dei. La verdad es que me causan asombro y disgusto, al mismo tiempo, las discusiones sobre la negativa pontificia a que el prelado sea distinguido con el episcopado, como si de ello dependiera todo. Mi experiencia como miembro laico del Opus Dei primero, como sacerdote después, luego como obispo y siendo ahora “emérito” es la misma, desde san Josemaría y siguiendo con sus tres sucesores. Es una experiencia que está más allá de lo canónico: aparte de que ni el fundador del Opus Dei ni ninguno de sus tres sucesores pretendió ni dijo jamás que aspiraba al orden episcopal, ni que fuera imprescindible que el prelado sea obispo, puedo asegurar que, aun contando con los fallos humanos, ad intra et ad extra de la Prelatura sus miembros intentan vivir una delicada “espiritualidad de la comunión”, es decir, “de sentir al hermano de fe … como ‘uno que me pertenece’; de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios”; de ofrecer a cada uno “una verdadera y profunda amistad, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades”. (ib.)



   Creo que “Don Ata” intuyó bien todo esto, tan humano, tan secular, al componer Los hermanos con cadencia de milonga: “Yo tengo tantos hermanos, que no los puedo contar… / Cada cual con su trabajo, con sus sueños cada cual / con la esperanza delante, con los recuerdos detrás… / Gente de mano caliente por eso de la amistad…/ con un horizonte abierto que siempre está más allá y esa fuerza pa’buscarlo con tesón y voluntad… / Y así seguimos andando, curtidos de soledad… y en nosotros nuestros muertos pa’que naides quede atrás”. Esto es todo y no hay nada más.

 

+ Jaime Fuentes. Obispo emérito de Minas (Uruguay)

 

            

viernes, 2 de septiembre de 2022

DOS SANTOS SE ENCUENTRAN: ALBINO LUCIANI Y JOSEMARÍA ESCRIVÁ

Buscar a Dios en el trabajo cotidiano fue el título de este artículo del Cardenal Albino Luciani, futuro Papa Juan Pablo I, publicado en el Gazzettino di Venezia el 25-VII-1978. En él escribe sobre el espíritu que difundió san Josemaría Escrivá: santificar el trabajo, responder a la llamada universal a la santidad de todo cristiano.

En 1941 el español Víctor García Hoz, después de confesarse, escuchó que le decían: "Dios te llama por caminos, de contemplación". Se quedó pasmado. Siempre había escuchado decir que la "contemplación" era una cosa para santos encaminados a la vida mística, cumbre asequible sólo a unos pocos elegidos, gente en la mayoría de los casos retirada del mundo. "Yo, en cambio —escribe Hoz— en aquellos años estaba casado, con dos o tres hijos entonces y esperando, como ocurrió en realidad, la llegada de más hijos, teniendo que trabajar para sacar adelante la familia".

¿Quién era entonces aquel confesor revolucionario, que dejaba de lado las barreras tradicionales, señalando metas místicas incluso a los casados? Era Josemaría Escrivá de Balaguer, un sacerdote español fallecido en Roma en 1975 a los setenta y tres años. Conocido sobre todo por ser el fundador del Opus Dei, asociación difundida en todo el mundo de la cual los diarios se ocuparon a menudo, pero con muchas imprecisiones. ¿Qué hacen realmente, quiénes son, los miembros del Opus Dei? El mismo fundador lo ha dicho: 'Somos —declaró en 1967— un pequeño tanto por ciento de sacerdotes, que antes han ejercido una profesión, un oficio laical; un gran número de sacerdotes seculares de muchas diócesis del mundo; y la gran muchedumbre formada por hombres y por mujeres de diversas naciones, de diversas lenguas, de diversas razas, que viven de su trabajo profesional, casados la mayor parte, solteros muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la grave tarea de hacer más humana y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de los afanes diarios, con personal responsabilidad, experimentando con los demás hombres, codo con codo, éxitos y fracasos, tratando de cumplir sus deberes y de ejercitar sus derechos sociales y cívicos. Y todo con naturalidad, como cualquier cristiano consciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientras procuran detectar los brillos divinos que reverberan en las realidades más vulgares".

                                               


En palabras más modestas, las "realidades más vulgares", el trabajo que nos toca hacer cada día; los "brillos divinos que reverberan" son la vida santa que hemos de sacar adelante. Escrivá de Balaguer, con el Evangelio, decía continuamente: "Cristo no nos pide un poco de bondad, sino mucha bondad. Pero quiere que lleguemos a ella no a través de acciones extraordinarias, sino con acciones comunes, aunque el modo de ejecutar tales acciones no debe ser común".

Allí, nel bel mezzo della strada, en la oficina, en la fábrica, nos hacemos santos a poco que hagamos el propio deber con competencia, por amor de Dios, y alegremente, de manera que el trabajo cotidiano se convierta no en una "tragedia cotidiana", sino en la "sonrisa cotidiana".

Cosas parecidas había enseñado más de trescientos años atrás San Francisco de Sales. Desde el púlpito un predicador había quemado públicamente el libro en el cual el santo explicaba que, con ciertas condiciones, el baile podía ser lícito y, hasta contenía un capítulo entero dedicado a "la honestidad del lecho matrimonial". Escrivá de Balaguer supera en muchos aspectos a Francisco de Sales. Este, también propugna la santidad para todos, pero parece enseñar solamente una "espiritualidad de los laicos" mientras Escrivá quiere una "espiritualidad laical". Es decir, Francisco sugiere casi siempre a los laicos los mismos medios practicados por los religiosos con las adaptaciones oportunas. Escrivá es más radical: habla directamente de "materializar" —en buen sentido— la santificación. Para él, es el mismo trabajo material, lo que debe transformarse en oración y santidad.

El legendario Barón de Münchausen narraba la leyenda de una liebre monstruosa, que tenía dos series de patas: cuatro debajo del vientre, cuatro sobre la espalda. Perseguidos por los cazadores, y sintiéndose casi alcanzado, se daba vuelta, continuando la carrera con las patas frescas. Para el fundador del Opus Dei es monstruosa la vida de los cristianos que desean una doble serie de acciones: una hecha de oraciones a Dios, la otra de trabajo, de diversiones, de vida familiar para sí mismos. No, dice Escrivá, la vida es única, debe ser santificada por entero. Por eso habla de espiritualidad "materializada".

Y habla también de un justo y necesario "anticlericalismo" en el sentido de que los laicos no deben apropiarse de los métodos y oficios de los sacerdotes y de los frailes, y viceversa. Creo que él había heredado este "anticlericalismo" de sus progenitores, especialmente de su padre, un caballero a toda prueba, trabajador, cristiano ferviente, enamoradísimo de su mujer y siempre sonriente. "Lo recuerdo siempre sereno —escribió su hijo— a él le debo la vocación... Por eso soy "paternalista". Otro impulso "anticlerical" le vino probablemente de las investigaciones hechas para su tesis doctoral en derecho canónico sobre el monasterio femenino cisterciense de Las Huelgas, cerca de Burgos. Allí, la abadesa era al mismo tiempo señora, superiora, prelado, gobernador temporal del monasterio, del hospital, de los conventos, iglesias y aldeas dependientes con jurisdicción y poderes reales y cuasi episcopales. Un monstrum también por los múltiples encargos contrapuestos y sobrepuestos. Así acumulados, estos trabajos no eran adecuados para hacer —como quería Escrivá— trabajos de Dios. Porque —decía— ¿como puede ser un trabajo "de Dios" si está mal hecho, de prisa y sin competencia? Un albañil, un arquitecto, un médico, un profesor, ¿cómo puede ser santo si no es también, en lo que de él depende, un buen albañil, un buen arquitecto, un buen médico, un buen profesor? En la misma línea escribía Gilson en 1949: "Nos dicen que ha sido la fe la que construyó las catedrales en la Edad Media; de acuerdo... pero también la geometría tiene su parte". Fe y geometría, fe y trabajo hecho con competencia para Escrivá caminan tomados del brazo: son las dos alas de la santidad.

                                                              


A la propagación de su gran proyecto de espiritualidad, además de sus muy difundidos libros, dedicó una actividad tenacísima y organizó la asociación Opus Dei. "Dad un clavo a un aragonés —dice el proverbio— y lo clavará con su cabeza". Pues bien "yo soy aragonés —escribió— es necesario ser tenaces". No perdía un minuto de tiempo. En España, antes, durante y después de la Guerra Civil, pasaba de las lecciones dadas a los universitarios a cocinar, a limpiar los pisos, a hacer las camas, a atender a los enfermos. "Yo tengo sobre mi conciencia —y con orgullo lo digo— el haber dedicado muchos, muchos millares de horas a confesar niños en las barriadas pobres de Madrid. Venían con los moquitos hasta la boca. Había que empezar limpiándoles la nariz antes de limpiarles un poco aquellas pobres almas". Así ha escrito, demostrando que "la sonrisa diaria" la vivía de verdad. Ha escrito también "me iba a la cama muerto de cansancio. Al levantarme, todavía cansado, por la mañana, me decía: 'Josemaria, antes de almorzar dormirás un poco'. Y cuando salía a la calle, añadía contemplando el panorama de trabajo que se me echaba encima aquel día: 'Josemaría te he engañado otra vez' ".

Pero su gran trabajo, fue fundar y continuar el Opus Dei. El nombre vino por casualidad. "Es necesario trabajar duro: ésta es una obra de Dios", le dijo uno. "Este es el nombre justo —pensó—, obra no mía, sino de Dios, Opus Dei". Esta obra creció bajo sus ojos hasta extenderse a todos los continentes: empezó entonces el trabajo de sus viajes intercontinentales para las nuevas fundaciones y para las conferencias. La extensión, el número y la calidad de los miembros del Opus Dei han hecho pensar en alguna mira de poder, en la férrea obediencia de los gregarios. Lo contrario es lo verdadero: existe sólo el deseo de hacer santos, pero con alegría, con espíritu de servicio y con gran libertad.



"Somos ecuménicos Santo Padre, pero no hemos aprendido el ecumenismo de su Santidad", se permitió un día decir Escrivá al Papa Juan. Este sonrió: sabía que desde 1950 el Opus Dei tenía el permiso de Pío XII de recibir, como cooperadores asociados a los no católicos y a los no cristianos.

Escrivá fumaba siendo estudiante. Al ingresar al seminario, le regaló las pipas y el tabaco al portero y no fumó nunca más. Pero el día en que fueron ordenados los tres primeros sacerdotes del Opus Dei dijo: "Yo no fumo; vosotros tres tampoco; —y dirigiéndose a Don Álvaro— tienes que fumar tú, porque, si no, vuestros hermanos podrían pensar que no está bien el tabaco, y quiero que los demás no se sientan coaccionados en esto y fumen si les da la gana". Sucede alguna vez que alguno de los miembros —a quienes el Opus Dei únicamente ayuda a tomar responsablemente opciones libres— asciende a algún cargo importante, Esto es asunto suyo, no del Opus Dei. Cuando en 1957 una alta personalidad envió a Escrivá sus felicitaciones porque un socio habla sido nombrado ministro en España, obtuvo esta respuesta más bien seca: "¿Qué me importa a mí que sea ministro o barrendero? Lo que me importa es que se santifique con su trabajo".

En esta respuesta está todo Escrivá y el espíritu del Opus Dei: que uno se santifique con su trabajo; aunque sea de ministro.., si ha sido puesto en ese cargo, que se santifique de verdad. El resto importa poco.

 

LA ÚLTIMA CARTA DE JUAN PABLO I

En 1976 el Patriarca de Venecia, cardenal Albino Luciani, publicó el libro Ilustrissimi, una serie de 40 cartas dirigidas a muy diversos destinatarios: Goethe, el rey David, Penélope... En ellas, con gracia y amable ironía, el autor fue transmitiendo diversos aspectos del mensaje cristiano. La última de las cartas, del que ha sido preconizado como Beato Juan Pablo I está dirigida a Jesús.

 

A Jesús

ESCRIBO TEMBLANDO

 

Querido Jesús: He sido objeto de algunas críticas. «Es obispo, es cardenal —dicen—, ha trabajado agotadoramente escribiendo cartas en todas direcciones: a M. Twain, a Péguy, a Casella, a Penélope, a Dickens, a Marlowe, a Goldoni y a no sé cuántos más. ¡Y ni una sola línea a Jesucristo!»

Tú lo sabes. Yo me esfuerzo por mantener contigo un coloquio continuo. Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales. ¡Y tan insignificantes! Además, ¿qué voy a escribirte a Ti. de Ti, después de tantos libros como se han escrito sobre Ti? Por otra parte, tenemos el Evangelio. Como el rayo supera cualquier fuego, y el radio todos los demás metales; como un misil supera en velocidad la flecha del pobre salvaje, así el Evangelio supera todos los libros.

No obstante, he aquí mi carta. La escribo temblando, sintiéndome como un pobre sordomudo que hace enormes esfuerzos para hacerse entender, y con el mismo estado de ánimo que Jeremías, cuando, enviado a predicar, te decía, lleno de repugnancia: «¡No soy más que un niño, Señor, y no sé hablar!»

Pilato, al presentarte al pueblo, dijo: ¡He aquí al Hombre! Creía conocerte, pero no conocía siquiera una sola brizna de tu corazón, cuya ternura y misericordia mostraste cien veces de cien maneras diferentes.

Tu madre. Pendiente de la cruz, no quisiste marchar de este mundo sin darle un segundo hijo que se cuidase de e1la, y dijiste a Juan: He ahí a tu madre.

 Los apóstoles. Vivías día y noche con ellos, tratándolos como verdaderos amigos, soportando sus defectos. Les instruiste con paciencia inagotable. La madre de dos de ellos te pide un puesto privilegiado para sus hijos y Tú le respondes: «A mi lado no han de buscarse honores, sino sufrimientos». También los otros anhelan los primeros puestos y Tú les enseñas: «Hay que hacerse pequeños, ponerse en el último lugar, servir».

En el cenáculo les pusiste en guardia: «¡Tendréis miedo y huiréis!» Protestan. El primero y el que más, Pedro, quien luego te negaría tres veces. Tú perdonas a Pedro y le dices tres veces: Apacienta mis ovejas. En cuanto a los demás apóstoles, tu perdón resplandece sobre todo en el capítulo 21 de Juan. Pasan toda la noche en la barca. Antes de clarear el día, Tú, el Resucitado, estás a la orilla del lago. Y les haces de cocinero, de sirviente, encendiendo el fuego, cocinando y preparándoles pescado asado y pan.

Los pecadores. Tú eres el pastor que va en busca de la oveja descarriada y se alegra al encontrarla y lo celebra cuando la devuelve al redil. Tú eres aquel padre bueno que, cuando regresa el hijo pródigo, se le arroja al cuello y lo abraza durante largo tiempo. Escena repetida en todas las páginas del Evangelio: Tú te acercas a los pecadores y pecadoras, comes con ellos, te invitas Tú mismo, si ellos no se atreven a invitarte. Das la impresión —es la que yo tengo— de preocuparte más de los sufrimientos que el pecado causa a los pecadores que de la ofensa que hace a Dios. Infundiéndoles la esperanza del perdón, parece que les dices: «¡Ni siquiera os imagináis la alegría que me produce vuestra conversión!»

Además del corazón, brilla en Ti la inteligencia práctica. Apuntabas siempre al interior del hombre. Los fariseos tenían la cara demacrada a causa de los prolongados ayunos religiosos y Tú manifestaste: «No me gustan esos rostros. El corazón de estos hombres está lejos de Dios. Los impulsos nacen del interior y, por ello, el corazón sirve de módulo para juzgar a los hombres. De dentro del corazón humano salen los malos pensamientos: liviandades, latrocinios, asesinatos, adulterios, codicias, orgullo, vanidad».

Tenías horror a las palabras inútiles: Sea vuestro hablar: sí, sí; no, no; todo lo que pasa de esto, procede del mal. Cuando oréis, no multipliquéis las palabras. Querías hechos reales y moderación: Si ayunas, lávate la cara y perfúmate la cabeza. Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Al leproso curado le ordenaste: No lo digas a nadie. A los padres de la muchacha resucitada les mandaste enérgicamente que no fueran anunciando a bombo y platillo el milagro ocurrido. Solías decir: Yo no busco mi gloria. Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre. En la cruz, antes de morir, dijiste: Todo está cumplido.

                                    


Pero siempre te cuidaste de que las cosas no se hicieran a medias. Cuando los apóstoles te sugirieron: La gente nos sigue hace tiempo; enviémosla a su casa para que coman, Tú respondiste: No, démosle nosotros de comer. Cuando terminaron de comer los panes y los peces milagrosamente multiplicados, añadiste: Recoged las sobras; no está bien que se pierdan. Querías que, al hacer el bien, se cuidaran hasta los menores detalles. Al resucitar a la hija de Jairo, aconsejaste: Ahora, dadle de comer. La gente proclamaba de Ti: ¡Ha hecho bien todas las cosas! 

¡Qué resplandor de inteligencia brotaba de tu predicación! Tus adversarios enviaron desde el templo de Jerusalén guardias para detenerte y éstos volvieron con las manos vacías. «¿Por qué no lo habéis detenido?» Los guardias respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como él! Hechizabas a la gente, la cual afirmó de Ti desde los primeros días: ¡Este sí que habla con autoridad! ¡:Lo contrario de lo que hacen los escribas! ¡Pobres escribas! Encadenados a los 634 preceptos de la Ley, andaban diciendo que el mismo Dios dedicaba cada día un rato al estudio de la Ley y, desde el cielo, pasaba revista a las opiniones de los escribas para estar al corriente de sus progresos.

Tú, por el contrario: Habéis oído que se dijo… Yo, en cambio, os digo… Reivindicabas el derecho y el poder de perfeccionar la Ley como señor de la Ley. Con extraordinario coraje afirmaste: Soy mayor que el templo de Salomón; el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Y no te cansabas nunca de enseñar en las sinagogas, en el templo, sentado en las plazas o sobre el campo, por los caminos, en las casas e incluso durante la comida.

Hoy, todo el mundo pide diálogo, diálogo. He contado tus diálogos en el Evangelio. Son 86: 37 con los discípulos, 22 con gentes del pueblo y 27 con tus adversarios. La pedagogía actual exige la actividad común en torno a los centros de interés. Cuando el Bautista envió, desde la cárcel, a sus discípulos para que te preguntaran quién eras, no perdiste el tiempo en palabrerías. Curaste milagrosamente a todos los enfermos presentes y dijiste a los enviados: Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído. Para los judíos de tu tiempo, Salomón, David y Jonás representaban lo que para nosotros son Dante, Garibaldi y Mazzini. Tú hablabas continuamente de David, Salomón, Jonás y otros personajes populares. Y siempre con valentía.

El día en que enseñaste: Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos, yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti, te hubiera susurrado al oído: «Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga. ¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades? Catón prometió a sus soldados los higos de África, y César las riquezas de la Galia, y, bien o mal, encontraron seguidores. Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?» Impertérrito, continúas y te oigo decir: Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar. Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz; desde ella atraeré a mí el mundo entero. Ya se cumplió esta profecía: Te levantaron sobre la cruz. Tú la aprovechaste para extender los brazos y atraerte a la gente. ¿Quién podrá contar los hombres que han llegado hasta el pie de la cruz, para arrojarse en tus brazos?

Ante este espectáculo de las multitudes que, desde todas las partes del mundo y durante tantos siglos, acuden incesantemente al crucificado, surge la pregunta: ¿Se trata solamente de un hombre extraordinario y bienhechor o de un Dios? Tú mismo diste la respuesta, y quien no tiene los ojos cegados por los prejuicios, sino ávidos de luz, la acepta. Cuando Pedro proclamó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Tú no sólo aceptaste su confesión, sino que también la premiaste. Siempre reivindicaste para Ti que los judíos consideraban exclusivo de Dios. A pesar de su escándalo, perdonaste los pecados, te manifestaste señor del Sábado, enseñabas con suprema autoridad, y declaraste ser igual al Padre.

Muchas veces trataron de apedrearte como blasfemo, porque decías ser Dios. Finalmente, cuando te prendieron y te llevaron ante el Sanedrín, el sumo sacerdote te preguntó solemnemente: ¿Eres o no eres el Hijo de Dios? Tú respondiste: Lo soy. Y me veréis sentado a la diestra del Padre. Y aceptaste la muerte antes que retractar esta afirmación y negar tu esencia divina.

Estoy acabando de escribir esta carta. Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino que muchos amen e imiten a Cristo. Y, afortunadamente —a pesar de todo—, esto sigue ocurriendo también hoy.

 

Albino Luciani, Ilustrísimos Señores, BAC, Madrid 1978.

sábado, 25 de junio de 2022

TRIBUNAL SUPREMO USA: DECLARACIÓN DE LOS OBISPOS DE EE.UU

 Este es un día histórico en la vida de nuestro  país, que  conmueve  nuestros  pensamientos, emociones y oraciones. Durante casi cincuenta años, Estados Unidos ha impuesto una ley injusta  permitiendo  que  algunos decidan si otros pueden vivir o morir; esta política ha resultado en la muerte de decenas de millones de niños no nacidos, generaciones a las que se les negó el derecho incluso a nacer.

Estados Unidos se fundó sobre la verdad de que todos los hombres y mujeres son creados iguales, con derechos otorgados por Dios a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Esta verdad fue gravemente negada por la Corte Suprema de los EE.UU.  con la sentencia  Roe v. Wade, que  legalizó  y  normalizó  la  eliminación de vidas humanas inocentes. Damos gracias a Dios hoy porque la Corte ahora ha anulado esa decisión. Rezamos para que nuestros funcionarios electos promulguen ahora leyes y políticas que promuevan y protejan a los más vulnerables entre nosotros.



Nuestros primeros pensamientos están  con  los  niños  cuyas  vidas han sido arrebatadas desde 1973. Lamentamos su pérdida y encomendamos sus almas a Dios, que los amó desde antes de todas las edades y los amará por toda la eternidad. Nuestros corazones también están con cada mujer y hombre que ha sufrido gravemente por el aborto; rezamos por su curación y prometemos nuestra compasión y apoyo continuos. Como Iglesia, debemos servir a quienes enfrentan embarazos difíciles y rodearlos de amor.

La decisión de hoy también es el fruto de las oraciones, los sacrificios y la defensa de innumerables estadounidenses corrientes de todos los ámbitos de la vida. Durante estos largos años, millones de nuestros conciudadanos han trabajado juntos pacíficamente para educar y persuadir a sus vecinos sobre la injusticia del aborto, para ofrecer atención y asesoramiento a las mujeres y para trabajar por alternativas al aborto, incluida la adopción, el cuidado de crianza temporal y la atención pública, con políticas que verdaderamente apoyen a las familias. Compartimos hoy su alegría y les estamos agradecidos. Su trabajo por la causa de la vida refleja todo lo que es bueno en nuestra democracia, y el movimiento pro-vida merece ser contado entre los grandes movimientos para el cambio social y los derechos civiles en la historia de nuestra nación.

Ahora es el momento de comenzar el trabajo de construir una América post-Roe. Es un tiempo para sanar heridas y reparar divisiones sociales; es un tiempo para la reflexión razonada y el diálogo civil, y unirnos para construir una sociedad y una economía que sostenga el matrimonio y la familia, y donde cada mujer tenga el apoyo y los recursos que necesita para traer a su hijo a este mundo con amor.

Como líderes religiosos, nos comprometemos a continuar nuestro servicio al gran plan de amor de Dios para la persona humana y a trabajar con nuestros conciudadanos para cumplir la promesa de Estados Unidos de garantizar el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad para todas las personas.

 

lunes, 9 de mayo de 2022

EL SOTANOSAURIO

            Fue hace una cantidad de años, a fines de la década del 70. El Obispo de San José de Mayo era monseñor Herbé Seijas, amigo de mi familia. Yo era un sacerdote casi de estreno: había recibido la ordenación en 1973 y al año siguiente ya estaba trabajando  en Montevideo. El caso es que me encontré aquí con monseñor Seijas y enseguida me pidió si podía ir a San José tal fin de semana, para ayudar con las Misas: - Es que tenemos varios casamientos, me explicó, y Misas y no hay curas… Le dije que sí, naturalmente.

            El párroco de la Catedral de San José era el P. Palermo, tan recordado y tan querido. Me dio un abrazo muy afectuoso cuando llegué, mientras exclamaba sonriente: - ¡Sos el último sotanosaurio!... Sí, yo usaba entonces la sotana con la que había sido ordenado. Era la prenda todouso en la que me embutía al levantarme y me despedía de ella al irme a la cama: Misas, confesiones, reuniones, comidas; caminatas, viajes en ómnibus… siempre con sotana; me parecía lo más lógico del mundo.



            En nuestro laico país educado, que conste, nunca nadie comentó o se rió o sonrió de mi sotana. Pero, con el correr de poco tiempo más, viendo que se iba normalizando su desuso entre los clérigos, tomé la decisión de reservarla para la celebración de los sacramentos y, en las demás actividades, usar el traje negro (clergyman) con camisa y cuellito.

            Han pasado muchos años, estamos en tiempos de full freedom. Pero advierto que, precisamente en este contexto, la sotana del sacerdote ha adquirido una inesperada estimación.

            Algo intuía yo, porque vistiéndola recientemente por la calle había escuchado algún comentario tipo “¡mirá, un Padre!”… Ayer tuve la confirmación de este interesante cambio cultural.

             Me habían pedido ir a la Médica Uruguaya a atender a una señora. Sábado, de 4 a 6 de la tarde horario de visitas, allá vamos, con sotana, a la Torre D, piso 5º. Portero de la entrada: - Sí, mire: vaya hasta donde están las cajas; agarra a la derecha y ahí está el ascensor para el quinto piso. Ascensorista mujer: - Ahora lo dejo en otra planta; sigue hasta el fondo y toma el ascensor para la torre D. ¡Adiós, encantada! Ascensorista hombre: - ¿Cómo anda?... Sí, hasta las seis, pero cada tanto hay un hueco y uno se puede ventilar un poco. ¡Gracias!

            Encuentro la habitación. La señora está con una acompañante de servicio, que enseguida se levanta y me deja a solas con ella. Dice la paciente: “¡qué alegría que haya venido, Padre!”. En la cama de al lado duerme otra señora, también ella acompañada. La acompañante, acurrucada en su sillón, no se mueve.

            Confesión y Unción de los enfermos para la paciente. Y justo entran un enfermero y una enfermera para darle un calmante (la señora es fuerte y no se queja, pero sufre mucho: fracturada la cadera e infección en una pierna). El enfermero, nada más verme exclama: - ¿Qué hace falta para casarse por la Iglesia? ¡Porque yo quiero casarme por la Iglesia! – ¿Y para cuándo sería? – No, todavía no; es para saber. Porque yo quiero que sea por la Iglesia, reitera. – Bueno, lo primero es tener una novia… ¿Ya la tenés? – No, todavía no; pero la voy a encontrar. – Averiguá dónde te bautizaron y pedí un certificado de tu bautismo… Interviene entonces la enfermera: - Yo no sé si estoy bautizada. A mí me dieron el “agua de socorro”… Hablamos sobre esto. Unos minutos más y salen de la habitación dándome las gracias.

            Pude entonces darle la Comunión a mi paciente, que estaba realmente Feliz. Al terminar, la acompañante de la otra señora dejó su sillón y se acercó a preguntarme: - Padre, si mi hijo quiere casarse por la Iglesia, ¿qué tengo que hacer? La delata el acento: - Sí, soy venezolana. Y me cuenta cuándo llegó a Uruguay, por qué vino, dónde vive con su hijo, que ya se ennovió con otra venezolana y a lo mejor se casan pronto, y lo agradecida que está a Dios y al país…

            Después de 40 minutos, más o menos, me despido y emprendo la retirada:  ensotanado y renovando el propósito de seguir usándola: no sé qué tiene, pero es un imán que invita a acercarse y da confianza. ¿Sotanosaurio?... Voy a cruzar avenida Italia y oigo un grito que alguien lanza desde un ómnibus que pasa: “¡Padree!”…      

 

           

 

jueves, 5 de mayo de 2022

SI PARA ALGO SIRVE LA HISTORIA...

Entre 1991 y 2001, se sucedieron las llamadas guerras de los Balcanes, que costaron entre 130.000 y 200.000 muertos y millones de personas que debieron abandonar sus hogares. El miércoles 12 de enero de 1994, Juan Pablo II pronunció estas palabras en la Audiencia General. 

Como sabéis, he convocado para el domingo 23 de enero una jornada especial de oración, precedida por un día de ayuno, el viernes 21 de enero, por la paz en los Balcanes. Es sumamente urgente que toda la comunidad eclesial y todos los creyentes eleven una oración insistente por esas queridas poblaciones, a las que seguramente se puede aplicar de forma dramática las palabras de Pascal: "Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo" (Pensées, "Le mystère de Jésus", 553).

Estas palabras afloraron como pensamiento dominante a lo largo del reciente encuentro de estudio celebrado en el Vaticano sobre el tema de la paz en los Balcanes. En esa reunión se hizo un atento análisis de la situación de las poblaciones en los Balcanes, que ha permitido entender mejor las causas, la realidad y las consecuencias de ese conflicto sangriento. Es difícil no vislumbrar en los acontecimientos que vienen sucediéndose desde hace años en la ex Yugoslavia precisamente "la agonía de Cristo que continúa hasta el fin del mundo...". Aunque san Pablo recuerda que "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre Él" (Rm 6, 9), esta última no deja de estar presente en la vida de los hombres. Somos testigos de un proceso de muerte precisamente en los Balcanes y, por desgracia, testigos impotentes. Cristo sigue muriendo entre los acontecimientos trágicos que se suceden en esa zona del mundo, y esto ha sido objeto de nuestra reflexión común. Cristo continúa su agonía en muchos hermanos y hermanas nuestros: en los hombres y mujeres, en los niños, en los jóvenes y en los ancianos; en muchos cristianos y musulmanes, en creyentes y no creyentes.


(Foto El Mundo)

En la guerra de los Balcanes la mayoría de las víctimas son personas inocentes. Y entre los mismos militares no son muchos los que tienen la plena responsabilidad de las operaciones bélicas. Así aconteció en el Gólgota, donde en realidad fueron pocos los verdaderos culpables de la muerte de Cristo. Los ejecutores materiales de su muerte e incluso los que gritaban "¡Crucifícale, crucifícale!" (Lc 23, 21), no sabían lo que estaban haciendo o pidiendo. Por eso, Jesús dijo desde la cruz: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34).

Pero, ¿es posible realmente afirmar que las personas y los ambientes responsables de los trágicos acontecimientos de la ex Yugoslavia no saben lo que hacen? En realidad, no pueden no saberlo. Tal vez la verdad es que tratan de encontrar justificaciones para su comportamiento. Nuestro siglo, por desgracia, nos ha suministrado muchos ejemplos de ese tipo. Los totalitarismos, tanto los de índole nacionalista como los de índole colectivista han tenido gran difusión en el pasado reciente, y todos se basaban en la obediencia a ideologías de salvación, que prometían el paraíso en la tierra para cada persona y para toda la sociedad. En ese marco se podría decir que lo que está aconteciendo ahora en los Balcanes, a la luz de la historia reciente de Europa, no constituye ninguna novedad. Lamentablemente hemos conocido ya la reivindicación del espacio vital (Lebensraum), como también la idea de una nación elegida, de una raza o clase privilegiada.

Al final de la segunda guerra mundial, en el momento del despertar de las conciencias, la humanidad cayó en la cuenta de que todo eso era contrario al bien del hombre y de las naciones. La primera respuesta a la crueldad de ese tremendo conflicto fue la Declaración universal de los derechos del hombre. Y, precisamente en los Balcanes, parece que se ha vuelto, en cierto sentido, al punto de partida. Los derechos del hombre son violados de manera espantosa y trágica, y los responsables llegan a justificar sus actos con el principio de la obediencia a las órdenes y a determinadas ideologías. Así, resuenan, también ahora, las palabras de Cristo dirigidas al Padre: "Perdónales, porque no saben lo que hacen".

Si existe de hecho cierta inconsciencia de la gravedad del momento, eso no nos exime de tomar posición según criterios de objetividad frente a una situación tan trágica. Los responsables de los crueles delitos de la segunda guerra mundial fueron juzgados y el proceso en Occidente concluyó en un período de tiempo relativamente corto. En Europa oriental, por el contrario, se tuvo que esperar hasta el año 1989, y hasta el día de hoy no todos los culpables de las múltiples y documentadas violaciones de los derechos humanos han recibido una justa condena.

Lo que está sucediendo en los Balcanes suscita espontáneamente reflexiones de este tipo. Con todo, aunque reconocemos la necesidad de hacer justicia con respecto a los culpables, no podemos olvidar el grito de Cristo en la cruz: Perdónales... No pueden olvidarlo la Iglesia y la Sede Apostólica, ni los ambientes ecuménicos que llevan de verdad en su corazón la causa de la unidad de los cristianos. No pueden olvidarlo los defensores de los derechos del hombre, que hablan en nombre de las organizaciones internacionales europeas y mundiales. Desde luego, no se trata de una indulgencia superficial frente al mal, sino de un esfuerzo sincero de imparcialidad y de la necesaria comprensión con respecto a quienes han actuado impulsados por una conciencia errónea.



De todo ello se habló a lo largo del encuentro celebrado recientemente en el Vaticano. Y la conclusión general a que se llegó fue la siguiente: problemas tan graves no se pueden resolver sin hacer referencia a Cristo.

Se dijo que en los Balcanes los cristianos, por haber cedido a presiones ideológicas de diversa índole, han perdido credibilidad. Por consiguiente, cada uno debe asumir su propia parte de responsabilidad. Con todo, la debilidad de los cristianos pone aún más de relieve el poder de Cristo. Sin Él no se pueden resolver problemas que resultan cada vez más complicados para las instituciones y las organizaciones internacionales, así como para los diversos gobiernos involucrados en el conflicto.

Si parece imposible llegar a una solución duradera y pacífica, ¿es sólo por falta de buena voluntad de las partes enfrentadas? ¿Se puede aplicar también aquí el grito de Cristo: "Perdónales, porque no saben lo que hacen?" Es de suponer que todos los que se hallan implicados quieran razonablemente evitar lo peor, es decir, la multiplicación de los enfrentamientos, que corren el peligro de convertirse en el inicio de una guerra europea o, incluso, mundial.

La Sede Apostólica, por su parte, no cesa de recordar el principio de la intervención humanitaria. No se trata, en primer lugar, de una intervención de índole militar, sino de todo tipo de medidas que se encaminen a lograr el desarme del agresor. Ese principio encuentra una aplicación precisa en los preocupantes acontecimientos de los Balcanes. En la enseñanza moral de la Iglesia toda agresión militar se considera moralmente mala, por el contrario, la legítima defensa es admisible y, a veces, debida. La historia de nuestro siglo ofrece numerosos casos que confirman esa enseñanza.

La intervención humanitaria más poderosa sigue siendo siempre la oración, pues constituye un enorme poder espiritual, sobre todo cuando va acompañada por el sacrificio y el sufrimiento. ¡Cuántos sacrificios, cuántos sufrimientos están afrontando los hombres y las naciones de esa atormentada zona de los Balcanes! Aunque no sea perceptible a una mirada superficial, y aunque muchos no lo reconozcan, la oración unida al sacrificio constituye la fuerza más poderosa de la historia humana. Como dice san Pablo, es algo así como "amontonar ascuas sobre la cabeza" de quienes cometen delitos e injusticias (cf. Rm 12, 20); es como "espada de dos filos, que penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón" (Hb 4, 12).

La oración es también un arma para los débiles y para cuantos sufren alguna injusticia. Es el arma de la lucha espiritual que la Iglesia libra en el mundo, pues no dispone de otras armas. La Jornada mundial de la paz es una fuerte llamada anual a la oración. El año pasado tuvo como prolongación el encuentro especial celebrado en Asís, con la participación de los representantes de las naciones balcánicas. Este año, por el contrario, está prevista para el domingo 23 de enero una jornada de oración por la paz, durante la semana de oración por la unidad de los cristianos.

El reciente encuentro de estudio, en el que tomaron parte expertos cualificados, tenía como objetivo contribuir a la preparación de la Jornada especial del próximo día 23 de enero, para que cuente con una participación mayor y más ferviente. La oración nos debe unir realmente a todos frente a Dios, Padre justo y rico en misericordia.

El año pasado fue beatificada sor Faustina Kowalska, a quien Cristo llamó a un vasto apostolado de misericordia, en vísperas de la segunda guerra mundial. Sor Faustina era consciente de la importancia del mensaje que le encomendó Cristo, pero no podía prever la enorme difusión que tendría en el mundo, pocos años después de su muerte. La humanidad entera tiene necesidad de ese mensaje sobre la misericordia de Dios. Y de Él tiene necesidad el mundo de hoy, en especial la atormentada zona de los Balcanes. El mensaje de la misericordia de Dios es, al mismo tiempo, una fuerte invitación a una confianza más viva: ¡Jesús, confío en ti! Es difícil encontrar palabras más elocuentes que las que nos legó sor Faustina.

¡Jesús, confío en ti! Ésa es la esperanza que nos ha guiado en estos días de reflexión común, teniendo viva la conciencia de que la paz en los Balcanes es posible. Spes contra spem! ¡Nada es imposible para Dios!

Es posible, sobre todo, la conversión, que puede transformar el odio en amor y la guerra en paz.

Por eso, se vuelve más insistente y confiada nuestra oración: ¡Jesús, confío en ti!

sábado, 30 de abril de 2022

PREDICACIÓN MUSICAL

ERIK VARDEN es monje y obispo, nacido en Noruega en 1974. En el año 2002, después de diez años de estudios en la Universidad de Cambridge, ingresó en la Abadía San Bernardo, en Charnwood Forest. El Papa Francisco lo nombró Obispo de Trondheim, en Noruega, en 2019.

Monseñor Varden lleva el blog semanal Coram fratribus, al que estoy suscrito. En el último número, con el título "Predicación musical", publica este comentario.    


En un momento en el que el culto a Stalin goza de un perverso renacimiento en el Este y en el que incluso podemos asistir a un intento de reencarnación, es bueno recordar a aquellos que resistieron al dictador con determinación, a un gran coste. Una de ellas fue Maria Yudina, una de las mejores pianistas que han existido. Gloriosamente excéntrica, dormía en una bañera y solía regalar los honorarios de sus conciertos a los miembros de su público. No se inmutaba en su confesión cristiana. Cuando Stalin, que la admiraba, le envió un regalo en metálico, ella respondió: "Rezaré por usted día y noche y pediré al Señor que perdone sus grandes pecados ante el pueblo y el país". En cuanto al dinero, añadió, lo había regalado. Fue expulsada de la vida pública y vivió en la penuria. Shostakovich la conocía y la veneraba. Tras su muerte, causada por un error de medicación, dijo: "Siempre tocaba como si estuviera dando un sermón". Podrá hacerse una idea de lo que quería decir si escucha esta grabación del 4º Concierto de Beethoven.

Ah, ¡si hubiera más predicadores que predicaran como si estuvieran tocando a Beethoven!



domingo, 10 de abril de 2022

MÁS ALLÁ DE RUSIA Y UCRANIA

El Acto de consagración realizado por el Papa Francisco, en unión con todos los obispos del mundo en la Solemnidad de la Anunciación, el 25 de marzo de 2022, pasará a la historia. Lo será por las circunstancias dramáticas en que fue hecho y porque, aceptando el pedido que le habían hecho los obispos católicos ucranianos, Francisco se dirigió a la Virgen consagrando concretamente a Rusia, como Ella lo había solicitado en su aparición de julio de 1917 en Fátima. No obstante, en mi opinión, su trascendencia histórica debería buscarse más allá de las circunstancias que lo han rodeado.



Una especial preparación

            El 17 de marzo pasado las Nunciaturas Apostólicas enviaron a todos los obispos una comunicación, por encargo del Secretario de Estado, Cardenal Pietro Parolin que anticipaba que, en los próximos días el Papa Francisco enviará una Carta con la cual invita a unirse en oración especial por la paz el próximo viernes 25 de marzo. Después de anunciar que en esta fecha el Santo Padre tendrá una celebración particular en la cual consagrará Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María, añadía que era deseo del Papa que esta iniciativa a favor de la paz sea vivida por todo el santo pueblo de Dios y en particular por los sacerdotes, religiosas y religiosos, con iniciativas locales (en las catedrales, iglesias parroquiales y santuarios marianos) de la manera más conveniente en cada Diócesis.[1]

             Este anuncio fue un primer signo de la importancia que el Papa daba al Acto que iba a realizar. La Carta, fechada en San Juan de Letrán el 21 de marzo, llegó dirigida a cada obispo, Querido Hermano. Después de exponer el sufrimiento del pueblo ucraniano y la necesidad de interceder ante el “Príncipe de la paz”, y acogiendo también numerosas peticiones, Francisco explica su intención: deseo realizar un solemne Acto de consagración de la humanidad, particularmente de Rusia y de Ucrania, al Corazón inmaculado de María. Y enseguida añade el sentido que tendrá el Acto: quiere ser un gesto de la Iglesia universal, que en este momento dramático lleva a Dios, por mediación de la Madre suya y nuestra, el grito de dolor de cuantos sufren e imploran el fin de la violencia, y confía el futuro de la humanidad a la Reina de la paz. Por esta razón, concluye, lo invito a unirse a dicho Acto, (…) para que el Pueblo santo de Dios eleve la súplica a su Madre de manera unánime y apremiante.

            Tres características pueden señalarse en estos pasos de preparación del Acto: 1) la consagración sería un Acto solemne, y dicha solemnidad se manifestaría en que sería realizado por el Papa y la Iglesia universal. 2) La consagración no sería solamente de Rusia y Ucrania, sino de toda la humanidad. 3) La oración de toda la Iglesia llegará al Cielo por mediación de la Madre de Dios, que es también Madre nuestra, y a Ella se le confiará el futuro de la humanidad.

            La convocatoria al Acto tuvo una extraordinaria y sorprendente acogida en todas partes, como se verificó a lo largo y a lo ancho del mundo: la fibra mariana de los católicos se manifestó de manera inmediata. En Europa se pudo realizar a la misma hora de Roma, como el Papa lo pedía en su Carta. En algunos países de América, la diferencia horaria era una dificultad, pero, en todos los casos, se llevó a cabo con gran asistencia de público. (En Montevideo, concretamente, la Misa y consagración se celebró en la Catedral a las 5 de la tarde que, para sorpresa de no pocos, estuvo llena en un día de semana).

Madre de Dios y Madre nuestra

            La celebración litúrgica penitencial presidida por Francisco comenzó con lecturas bíblicas, a las que siguió la homilía del Papa. En esta subrayó que realizaría el Acto en unión con los obispos y los fieles del mundo; deseo solemnemente llevar al Corazón inmaculado de María todo lo que estamos viviendo; renovar a ella la consagración de la Iglesia y de la humanidad entera y consagrarle, de modo particular, el pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que con afecto filial la veneran como Madre. Saliendo al paso de una posible interpretación equivocada del Acto de consagración, Francisco explica en su homilía que no se trata de una fórmula mágica, no, no es eso; sino que se trata de un acto espiritual. Es el gesto de la plena confianza de los hijos que, en la tribulación de esta guerra cruel y esta guerra insensata que amenaza al mundo, recurren a la Madre. En momentos difíciles como el que ahora vivimos, Francisco quiso animarnos a acercarnos al Corazón de nuestra Madre para colocar en él todo lo que tenemos y todo lo que somos, para que sea ella, la Madre que nos ha dado el Señor, la que nos proteja y nos cuide.

            Después de un tiempo dedicado a su Confesión personal y a confesar él mismo a algunos penitentes y, con él, más de un centenar de sacerdotes, el Papa Francisco se dirigió a la imagen de la Virgen de Fátima para realizar el Acto de consagración.

              Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra (…) Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces… Con esta preciosa advocación y declaración de la Maternidad espiritual de María comenzó la oración dirigida a la Señora. Madre Santa la llamará, reconociendo que es el mismo Dios quien nos la entregó como Madre en la Cruz y puso en su Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad.

              Más adelante, apoyándose en las palabras llenas de cariño que la Virgen le dijo a san Juan Diego en su aparición en México, en 1531, se dirige a Ella para rogarle: Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?Y recurre también a una advocación mariana (la Virgen Desatanudos, que se venera en Augsburgo desde 1707, a la que Francisco tiene especial devoción) para pedirle con total confianza: Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio. (…)

            Por último, limitándonos a lo que nos interesa subrayar de la oración del Papa, después de revivir con el texto de san Juan la entrega de su Madre que Jesús hizo en la Cruz, concluirá: Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. (…) Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad…

Significado del Acto

            ¿Cuál es el significado del Acto de consagración al Inmaculado Corazón de María, realizado por el Papa Francisco, unidos con él los pastores y los fieles del mundo entero?  En la Constitución dogmática Lumen Gentium se enseña que al Magisterio auténtico del Romano Pontífice se le debe un obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento, aun cuando no hable ex cathedra, puesto que se trata de su magisterio supremo. A su vez, explica enseguida la Constitución que a esta enseñanza pontificia se le debe prestar adhesión según la manifiesta mente y voluntad del Santo Padre, que se deduce principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo (n. 25).

            Aplicando estos principios al Acto de consagración del 25 de marzo y teniendo en cuenta su esmerada preparación, se podría afirmar: 1) Se trata de un Acto de consagración a Cristo, invocada la mediación materna de María, que además de su propio relieve teologal de primer orden, tiene como objeto a toda la humanidad y a toda la Iglesia. 2) Francisco, sirviéndose de palabras y gestos (homilías, visitas a la Virgen antes y al regresar de sus viajes pastorales…) en numerosas ocasiones ha hecho referencia a la Maternidad espiritual de María. 3) En esta oportunidad, tanto en la Carta de invitación dirigida a los obispos, como en la homilía pronunciada antes de la consagración, y en la Oración de consagración, la forma de referirse a ella como un Solemne acto -así lo expresa en los tres documentos- aparece como muy significativa: ¿acaso no quiere manifestar que la Maternidad espiritual de María debe permear la vida de la Iglesia, más allá de las difíciles circunstancias actuales?

El texto de la Lumen Gentium enseña también que, aunque cada uno de los Prelados no goce por sí de la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando dispersos por el orbe, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definitiva, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo (n. 25).

A su vez, parecería conveniente recordar lo que explicó en su día la Congregación para la Doctrina de la Fe: cuando sobre una doctrina no existe un juicio en la forma solemne de una definición, pero pertenece al patrimonio del depositum fidei y es enseñada por el Magisterio ordinario y universal – que incluye necesariamente el del Papa –, debe ser entendida como propuesta infaliblemente. La intención del Magisterio ordinario y universal de proponer una doctrina como definitiva no está generalmente ligada a formulaciones técnicas de particular solemnidad; es suficiente que quede claro por el tenor de las palabras usadas y por el contexto[2].

Llegando al final de este análisis, una conclusión sería que el Acto de consagración del 25 de marzo de 2022, llevado a cabo por el Papa Francisco en unión con todos los obispos del mundo, ha puesto de manifiesto solemnemente la profunda convicción de fe que tiene el Santo Padre en la protección materna de María, quien nos ha sido dada por Dios como Madre. 

Esta certeza de fe no ha cambiado desde que fue anunciada e infundida por Jesucristo a los suyos en el Calvario: en todos los tiempos así la han vivido todas las generaciones de cristianos y, sin duda, así se mantendrá hasta el final de los tiempos porque está inscrita con trazo fundacional, por así decir, en el corazón de la Iglesia: a nuestra Madre acudimos y siempre acudiremos confiadamente, de modo individual o colectivo, ante cualquier peligro o necesidad, buscando amparo, seguros de su intercesión y auxilio. 

A su vez, el Acto de consagración quizás puede situarse en línea -una línea abierta a inéditos acontecimientos y a múltiples iniciativas pastorales-, con el deseo que manifestara san Juan Pablo II durante el inolvidable Año Mariano de 1987-1988, que precedió a la caída del comunismo: mediante este Año Mariano, escribió entonces, la Iglesia es llamada no sólo a recordar todo lo que en su pasado testimonia la especial y materna cooperación de la Madre de Dios en la obra de la salvación en Cristo Señor, sino además a preparar, por su parte, cara al futuro, las vías de esta cooperación[3]. En otras palabras, se trata de encontrar los medios apropiados para facilitarle cada vez más a María el ejercicio de su Maternidad espiriual, que abarca a todos los hombres y mujeres del mundo entero. Entonces estará empezando en la Iglesia un renovado tiempo de misión.

 

 

 

 



[1] Todos los destacados en negrita son nuestros.

[3] JUAN PABLO II, enc. Redemptoris Mater, 25.III.1987, n. 49