Foto Javier Marrodán
Los niños no saben de colores de piel, ni de edades, ni de conocido o desconocido: a todos ofrecen, sin distinción, lo único que tienen: su sonrisa y su mano, su capacidad de querer, es decir, TODO. Y el que lo recibe se siente infinitamente pagado, no hay más que ver su rostro de una felicidad tan inesperada como enorme; el agradecimiento le sale del corazón.
Y es que el mismo Dios es un niño; y el temor de Dios, el miedo de lastimarlo... "El que recibe a un niño me recibe a Mí" (Marcos 9, 37).
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