La noticia “bomba” estalló en Munich ayer, viernes 5 de junio, con la
publicación de la carta de su arzobispo, Cardenal Reinhard Marx, en la que le
pide al papa Francisco que lo dimita de ese cargo en la Iglesia.
Perdí la cuenta de
las veces en que he leído y releído la carta, intentando comprender los
argumentos que presenta el arzobispo para justificar su inesperada decisión.
¿Por qué tantas veces? Porque la carta no es sólo de renuncia, sino también de
denuncia de lo que va mal en toda la Iglesia. Renunciando, piensa el cardenal
que su gesto servirá “para un nuevo recomenzar de la Iglesia y no solamente
en Alemania”.
Dice también que
nos encontramos en la Iglesia en “un punto muerto”, en un callejón sin salida
que, según cree, solamente podrá superarse siguiendo el “camino sinodal”.
Tanto el
diagnóstico como la terapia propuesta dan y darán para muchos comentarios. Aquí
solamente quisiera aportar un antiguo texto del profesor Joseph Ratzinger que,
a mi entender, arroja luz al problema actual y no solamente de Alemania.
En 1970, después
de terminado el Concilio Vaticano II en el que participó como “Experto” y
siendo profesor de dogmática en Ratisbona, Ratzinger difundió por la radio
cinco conferencias que fueron publicadas en Munich, precisamente, con el título
“Fe y futuro”. En la última de ellas trata este tema: ¿Qué aspecto tendrá la
Iglesia en el año 2000?
Para responder la pregunta, el
profesor Ratzinger va a la historia, maestra de la vida (nada nuevo hay bajo el sol) y analiza en profundidad algunas de las crisis que ha sufrido la
Iglesia. Finalmente, concluye con el texto que ahora transcribo. (Los
subrayados son míos).
¿QUÉ ASPECTO
TENDRÁ LA IGLESIA DEL AÑO 2000? *
El futuro de la
Iglesia puede venir y sólo vendrá, también hoy, de la fuerza de aquellos que
tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. No vendrá de
aquellos que sólo dan recetas. No vendrá de aquellos que sólo se acomodan al
instante actual. No vendrá de los que critican sólo a los otros y se aceptan a
sí mismos como norma infalible.
Por eso tampoco vendrá de aquellos
que sólo escogen el camino más cómodo, los que evitan la pasión de la fe, y
tienen por falso y superado, por tiranía y legalidad, todo lo que exige al
hombre, lo que le duele, lo que le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo
positivamente: el futuro de la iglesia, también ahora, como siempre, ha de
ser acuñado nuevamente por los santos.
Por hombres, por tanto, que
perciben algo más que las frases que son precisamente modernas. Por hombres que
pueden ver más que los demás, porque su vida tiene mayores vuelos. El
desprendimiento que libera a los hombres, sólo se alcanza por las pequeñas
renuncias diarias a sí mismo. En esta pasión diaria, por la cual únicamente
puede experimentar el hombre de qué múltiples formas le ata su propio yo, en
esta pasión diaria y sólo en ella, se va abriendo el hombre palmo a palmo.
El hombre sólo ve
tanto cuanto ha vivido y sufrido. Si hoy apenas podemos percibir a Dios,
es porque nos resulta muy fácil escapar a nosotros mismos, huir de la profundidad
de nuestra existencia al sopor de cualquier comodidad. Así lo que es más
profundo en nosotros sigue estando inexplorado. Si es verdad que sólo se ve
bien con el corazón, ¡cuán ciegos estamos todos!
(…) Demos un paso más. De la Iglesia
de hoy saldrá también esta vez una Iglesia que ha perdido mucho. Se hará
pequeña, deberá empezar completamente de nuevo. No podrá ya llenar muchos de
los edificios construidos en la coyuntura más propicia. Al disminuir el número
de sus adeptos, perderá muchos de sus privilegios en la sociedad. Se habrá
de presentar a sí misma, de forma mucho más acentuada que hasta ahora, como comunidad
voluntaria, a la que sólo se llega por una decisión libre.
Como comunidad
pequeña, habrá de necesitar de modo mucho más acentuado la iniciativa de sus
miembros particulares. Conocerá también, sin duda, formas ministeriales nuevas
y consagrará sacerdotes a cristianos probados que permanezcan en su profesión:
en muchas comunidades pequeñas, por ejemplo en los grupos sociales homogéneos,
la pastoral normal se realizará de esta forma. Junto a esto, el sacerdote
plenamente dedicado al ministerio como hasta ahora, seguirá siendo
indispensable.
Pero en todos estos cambios que se
pueden conjeturar, la Iglesia habrá de encontrar de nuevo y con toda decisión
lo que es esencial suyo, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el
Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la asistencia del
Espíritu que perdura hasta el fin de los tiempos.
Volverá a encontrar su auténtico
núcleo en la fe y en la plegaria y volverá a experimentar los
sacramentos como culto divino, no como problema de estructuración
litúrgica. Será una iglesia interiorizada, sin reclamar su mandato político y
coqueteando tan poco con la izquierda como con la derecha. Será una situación
difícil. Porque este proceso de cristalización y aclaración le costará muchas
fuerzas valiosas.
La empobrecerá, la
transformará en una iglesia de los pequeños. El proceso será tanto más difícil
porque habrán de suprimirse tanto la cerrada parcialidad sectaria como la
obstinación jactanciosa. Se puede predecir que todo esto necesitará tiempo.
El proceso habrá de ser largo y penoso. (…) Pero tras la prueba de estos
desgarramientos brotará una gran fuerza de una Iglesia interiorizada y
simplificada. Porque los hombres de un mundo total y plenamente
planificado, serán indeciblemente solitarios. Cuando Dios haya desaparecido
completamente para ellos, experimentarán su total y horrible pobreza. Y
entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo
completamente nuevo.
Como una esperanza que les sale al
paso, como una respuesta que siempre han buscado en lo oculto. Así que me parece
seguro que para la Iglesia vienen tiempos muy difíciles. Su auténtica crisis
aún no ha comenzado. Hay que contar con graves sacudidas. Pero también
estoy completamente seguro de que permanecerá hasta el final: no la Iglesia
del culto político, sino la Iglesia de la fe. Ya no será nunca más el poder
dominante en la sociedad en la medida en que lo ha sido hasta hace poco. Pero
florecerá de nuevo y se hará visible a los hombres como patria que les da
vida y esperanza más allá de la muerte.
*JOSEPH
RATZINGER, Fe y futuro. Kosel-Verlag, München 1970. Ediciones Sígueme,
Salamanca 1972, págs. 74 y ss.