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viernes, 21 de agosto de 2020

PANDEMIA, NOSTALGIA Y PANDEMONIO

    

Pandemia -¡que fea palabra!- viene de pan (todos) y dem (pueblo), y nosema (enfermedad). Pandemonio es palabra mucho más fea todavía: demonio viene de deimonion y ya se imaginan: todos los diablos juntos… Bueno, esta pandemia se está convirtiendo en pandemonio: “lugar de mucho ruido y confusión”(RAE).   El “lugar” son todas las latitudes y longitudes del mundo: que si la vacuna rusa, china y USA; que el mejor remedio para el bicho es la hidroxicloroquina; ¡NO!, el Redemsivir; ¡NO!, las cabezas de ajo en jugo de limón…

Y el número de contagiados y de muertos, discriminados según su número y según quién los cuenta, que esto también importa. Y si la mascarilla y los tapabocas (porque no son lo mismo, dicen) aunque también los hay que ni una ni otro, porque ninguno de los dos sirve para nada... Y los protocolos para cuanto se te ocurra hacer, y los pronósticos, que se contradicen hoy, ayer y mañana. 

Pero entonces, menos festejada que nunca y por eso más deseada, aquí está, insobornable, “¡La Noche de la Nostalgia!”. Sin duda, mucho antes que la música de los Beatles y los Bee Gees, y todos los etcéteras musicales,  sentimos nostalgia de besos y abrazos; de apretones de manos y de caricias; de hablar de cerca y viéndonos las caras; hay nostalgia de hacer visitas y de recibir visitas; de reuniones de amigos; de fiestas de casamiento y de despedidas; de velorios y entierros en serio, por así decir; de partidos de todos los deportes y de hinchas que gritan y se abrazan; y… ¿para qué seguir?

En este pandemonio universal, una niña de no más de diez años, sin barbijo y con delicioso desparpajo, se acerca al sacerdote en la calle (lo reconoce por el cuellito) y le pregunta: - ¿Tú sos Padre? – Así es. - ¿Qué vas a hacer en la noche de la nostalgia? – La verdad es que no tengo nada pensado… Y ella, sin darle tiempo a ensayar algo: - ¿Sabés que voy a hacer yo?... Voy a acompañar a mi abuela. – Ah, ¡qué bien! – Ella me invitó. ¿Y sabés para qué? (se le iluminan los ojos): ¡Para rezar juntas el Rosario! ¡Chau, me voy!

Entonces, en un instante, se hace la luz: ¡al diablo con el pandemonio! Los niños enseñan, el sacerdote aprende…  ¿De qué puede tener nostalgia una criatura de diez años?...  No sabe ni qué significa la palabra. Pero la invitación de la abuela a rezar con ella, le sabe a gloria: desde siempre y hasta siempre, también en “la nueva normalidad”, la nostalgia de Dios sólo Dios la llena. 

 

lunes, 10 de agosto de 2020

¡ESPERANZA, COMPAÑEROS!

      Estoy cansado, la verdad sea dicha. Primero fue para legalizar el aborto; ahora, para legalizar la eutanasia y el suicidio. Decían y dicen: “usted no puede imponer a nadie sus creencias religiosas”. Estoy cansado de explicar que no se trata de “imponer” sino de “proponer”, porque en una sociedad democrática la “creencia religiosa” tiene tanto derecho a ser propuesta, como toda la gama de ideologías que están detrás de no pocas argumentaciones. Insisten: “sus compromisos religiosos le impiden ser objetivo”… Y yo digo que cada uno hace sus objetivas elecciones y trata de ir viviendo: con Dios o con el diablo.

     Vayamos al núcleo de la cuestión. Es obvio que, detrás del empeño para que se dé a los médicos licencia para matar, lo que hay es un completo ateísmo, es decir, la convicción de que Dios no existe. En consecuencia, la vida es mía y solo mía, y puedo decidir terminar con ella cuando tenga “insoportables dolores”… o en cualquier momento, ¿por qué no? Naturalmente, si Dios no existe no hay nada que esperar después de la muerte, ni premio ni castigo: desaparecemos y… “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”.

    Concebir mi vida sin Dios y sin esperanza, me provoca una auténtica angustia, qué quieren que les diga. Pero la angustia se convierte en desolación, si imagino que la mayoría de mis compatriotas son ateos, es decir, que viven convencidos de que Dios no existe. ¿Será así? No, no me lo creo; la experiencia me dice otra cosa.

   Sería desolador en lo personal y en lo colectivo. Un personaje de Los Hermanos Karamazov aseguraba con razón: “Si Dios no existe, todo está permitido”. El suicidio porque tengo fuertes dolores; o porque me aburrí de vivir, ¿qué más da?

      Mi fe religiosa, en cambio… Mi fe religiosa, aquello en lo que yo creo (not to think but to believe), que llena de luz mi vida y me señala por dónde tengo que caminar para llegar al cielo, me dice algo tan hermoso como esto: Este mundo es el camino para el otro /que es morada sin pesar/ mas cumple tener buen tino/ para andar esta jornada sin errar…


      Me preguntan: - ¿Y por qué usted cree en lo que cree? – Porque lo aprendí de chico, lo estudié de adolescente, lo profundicé de joven y en la madurez; y ahora, que soy viejo, cada día admiro y amo más: porque lo que mi fe me propone es ¡divino!, literalmente y sin ninguna duda.

      Siguen preguntándome: - ¿Y por qué dice que no a la eutanasia? – Porque me sé portador de un principio de vida espiritual, que se llama alma, que no lo recibí de mis padres sino de Dios. Es espiritual, no se ve, pero gracias a ella es que puedo crear, imaginar, soñar más allá del espacio y del tiempo, más allá de mi misma vida…

       Continúan preguntando: - ¿Para usted qué es el hombre, qué dice su fe? – ¡Para mí, para mí!… ¿A quién le importará mi “para mí” en estos asuntos? Como si se tratara de opinar sobre un celular o sobre un futbolista… En fin, dejémoslo estar. Lo que dice mi fe se encuentra en el libro del Génesis: que el hombre fue creado por Dios “a su imagen” y “le insufló un aliento de vida”, ¡de su misma vida divina! En consecuencia: los padres de una criatura le dan a un hijo la vida física, pero es el mismo Dios quien crea para Él un alma que lo hace ser persona, único, irrepetible… (Una mamá me contó que, haciendo un poco de aspaviento, le había pedido a su hijo de seis años: - ¿No le vas a dar eso a tu madre, ¡a tu madre que te dio el ser!?”. Y su hijo: - ¿Qué es el ser? La madre, sorprendida: - ¿El ser?... Bueno, la vida… El hijo: - Vos no me diste el ser. - ¿Ah, no? ¿Quién te lo dio?... - ¡Dios!, ¿quién va a ser?). Sigamos.

     De manera que, desde hace desde hace no menos de treinta y pico de siglos, cuando se habría terminado de componer el Genésis, los hombres sabemos quiénes somos: “imagen de Dios”, del único Dios, el que creó este planeta Tierra y lo dio como regalo al hombre, por puro amor, para que lo disfrutara y lo cuidara, y al que insufló su aliento divino. Aliento que, obviamente, no está compuesto de partes y por lo tanto no puede corromperse. En suma: el hombre tiene un alma inmortal, que perdura más allá de la muerte del cuerpo. El ser humano está destinado, siendo imagen de Dios, a conocer y a amar al Creador que le da el ser y lo conserva en él. Me encanta esta guajira: “Cuando más tranquilo estaba/sin pensar en tu cariño/quiso Dios que te quisiera/ y te quise con delirio/. Y te seguiré queriendo/ hasta después de la muerte/ yo te quiero con el alma/ y el alma nunca se muere.  

      Hay mucho, muchísimo más para decir, pero pienso que lo dicho es suficiente para entender que no nos pertenecemos, que la vida es el mayor regalo que Dios le hace a una criatura y, porque de Dios procede, es la razón más alta de la dignidad humana. Es también suficiente para comprender que no somos los dueños, sino los administradores del asombroso tesoro que es la vida, la que yo tengo que administrar mientras viva. En este contexto, ¿es razonable dejar de lado la “creencia religiosa” al poner en juego, en un proyecto de ley, nada menos que el destino eterno de la persona?

     Me preguntan: - ¿Y qué pasa con los que no creen, con los que no tienen fe? Lo siento por ellos, ¡de verdad! Pero así como respeto su increencia, pido que respeten lo que creemos miles y miles de mujeres y hombres y que lo tengan en cuenta: así como los legisladores prestan atención al ateísmo, al agnosticismo y al indiferentismo, pido que atiendan a quienes creen en una religión, el cristianismo, sobre la que se edificó la civilización occidental, ¿es poco? ¿Acaso son más “objetivos” los que practican el no-Dios y no creen en el alma inmortal? ¿Cómo no sentir una des-almada discriminación?

 Me protestan: - ¡Pero usted no le resuelve el problema al que sufre dolores insoportables! Y pregunto: ¿lo resuelve el asesinato? La fe me empuja a poner todo de mi parte para aliviar los dolores de esa persona, pero quitarle la vida o quitármela, NO: es una gravísima ofensa a Dios. Por lo demás, hay modos y modos de sobrellevar esos dolores: con el auxilio de la fe es mucho más fácil, lo reconozco. Por eso, ¡qué importante es conocerla!

         Nos quedamos aquí, apenas en el umbral de lo que enseña la fe acerca de la vida y de la muerte, que a todos nos llegará. Ante ella uno puede ensayar lo de esta copla: Cada vez que yo me acuerdo / que me tengo que morir, / echo una mantita al suelo / y me harto de dormir”. No es recomendable. En cambio, ¿verdad que es inspirador el epitafio que lucirá en la tumba de un poeta católico? “Esperanza, compañeros./ Las almas viven, y encima /resucitarán los cuerpos”.

 

                                                                            + Jaime Fuentes

                                                                    Obispo emérito de Minas