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lunes, 13 de abril de 2020

EL CAMINO SEGURO

                ¿Cuál fue la enseñanza sobre la Virgen que le dejó san Juan Pablo II a la Iglesia? Hay libros enteros dedicados a este tema, tanto fue lo que hizo y escribió. El Papa Wojtyla ha sido el Pontífice que más enseñó sobre la Madre de Dios, en toda la historia de la Iglesia. Se puede resumir su herencia mariana diciendo que Juan Pablo II vivió de su fe en la Virgen y la transmitió por medio de sus gestos, de sus palabras, de sus actos y de magisterio. Esta unidad de vida mariana, que la Iglesia ha heredado, es un tesoro de incalculable valor.

              Cuando fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia (tenía 38 años) eligió como lema esta oración en latín, tomada de san Luis María Grignon de Montfort: Totus tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor Tuum, Maria. “Soy todo tuyo y todas mis cosas te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu corazón, María”. En forma abreviada, Juan Pablo II puso en su escudo las dos primeras palabras: Totus Tuus.



Arístides Artal


             Para ser todo de María es necesario un empeño decidido y constante de hacerlo realidad. Transcribo un servicio de ACI Prensa (4.IV.2011) que ilustra bien la idea:  El Cardenal italiano Giovanni Coppa, Nuncio Emérito de República Checa, recuerda que Juan Pablo II expresaba su profundo amor a la Virgen María también por escrito, colocando de puño y letra en cada una de las páginas de sus discursos, homilías y encíclicas, una línea de la oración de San Luis María Grignon de Monfort de la que tomó la frase para su lema episcopal, "Totus tuus" (Todo tuyo).
                En un artículo publicado por L’Osservatore Romano el 1 de abril, el Cardenal recuerda una costumbre de Karol Wojtyla cuando redactaba: "el Papa no solo recitaba cada día esta oración (de San Luis María Grignon de Monfort), sino que escribía una parte en cada una de las páginas de sus homilías, discursos, encíclicas, en la parte superior derech"En la primera página escribía el inicio de la oración: Tuus totus ego sum, ‘Soy todo tuyo’; en la segunda, Et omnia mea tua sunt, ‘Y todas mis cosas te pertenecen’; en la tercera, Accipio Te in mea omnia, ‘Te pongo al centro de mi vida’; en la cuarta, Praebe mihi cor tuum, ‘Dame tu corazón’".
               Sobre este hábito mariano del Papa, el Cardenal recuerda que de este modo, el Pontífice "proseguía en la siguiente página, repitiendo, si era necesario, las invocaciones particulares, hasta que hubiera terminado de escribir. En los archivos de la Secretaría de Estado tenemos miles de estas páginas, donde Juan Pablo II ha manifestado de modo muy íntimo y conmovedor su amor a la Virgen".
             Esta costumbre del Papa peregrino muestra, afirma el Cardenal Coppa, que "el amor de Juan Pablo II por la Virgen fue un amor sin límites. Nunca dejó pasar ocasión para hablar de María. Le dedicó la encíclica Redemptoris Mater: la redención fue de hecho el hilo conductor de su magisterio petrino. Y casi al final del pontificado, celebró el Año del Rosario, que tuvo tantos frutos de devoción y renovación espiritual. Recuerdo sus peregrinaciones a Lourdes y Fátima. En cada uno de sus viajes, además, programó una visita a los más importantes santuarios marianos del mundo", concluyó.
            Ser todo de María, como se ve, reclama esfuerzo. Y oración: “El Rosario es mi oración preferida”, decía Juan Pablo II. ¿Cómo no recordarlo sacando del bolsillo de su sotana el rosario y poniéndose a rezar un misterio y otro, también durante sus viajes, en momentos de intensa actividad? Fue por el amor a su Madre del cielo como consiguió el Papa santo, para la Iglesia entera y para el mundo tantas y tan grandes gracias. Este es el camino seguro.



             


miércoles, 1 de abril de 2020

CONMOVER EL CORAZÓN DE DIOS


          Las deudas con las madres no existen, simplemente porque, para ellas mismas, es un concepto desconocido. No obstante, ¿qué hijo no siente la necesidad de manifestar a la madre la gratitud por su cariño, por sus cuidados, por su bondad?...  

          La Iglesia, en el correr de los siglos, ha madurado distintas formas de venerar y agradecer a la Santísima Virgen el amor que tiene por sus hijos. Así, en diferentes circunstancias, han nacido las celebraciones litúrgicas de sus fiestas; se han compuesto himnos, oraciones y poemas en su honor; los artistas de todas las artes han dado lo mejor de su genio para representarla; se dedican a advocaciones marianas santuarios, catedrales, parroquias, capillas, ermitas; nacen hasta el día de hoy instituciones, en número imposible de contar, encomendadas a su patrocinio… La Madre de la Iglesia, desde el arranque de la fe cristiana, está universalmente presente en la vida de sus hijos.

          Un elemento distingue a todas estas expresiones de amor filial a la Virgen: siempre están orientadas a la gloria de la Santísima Trinidad y al reconocimiento de la obra redentora de Jesucristo, que de Ella tomó carne como la nuestra por obra del Espíritu Santo y por eso es Hijo de Dios y de María. Es Jesús nuestro salvador, el principio y el fin de nuestra fe, a Él y sólo a Él se dirige nuestra adoración.

Las expresiones de devoción hacia su Madre deben conducir siempre a la mayor gloria de Dios. Desde que Ella conoció el divino plan de salvación de los hombres, su vida estuvo dominada por un solo deseo: “Fiat! ¡Hágase!, que se cumpla el querer de Dios en mí, yo soy su servidora; Él miró mi humildad; hagan ustedes lo que Él les diga”. En definitiva, una devoción a la Virgen que no tuviera esta orientación trinitaria y no llevara a Cristo debería ser corregida. Al mismo tiempo hay que decir, que nada agrada más a la Trinidad Santísima, después del honor debido a Jesucristo, que las muestras de amor para con su Madre. Es así porque ambos corazones, el de Jesús y el de María son, en misteriosa realidad, “un solo corazón y una sola alma” (Hechos, 4, 32): el sagrado corazón de Jesús fue modelado bajo el inmaculado corazón de María; y el de su Madre, desde siempre y hasta siempre, late al unísono con el de su Hijo.

          Nos preguntamos de nuevo: advirtiendo las continuas llamadas a la conversión que Ella nos ha dirigido durante el siglo que pasó (ya hablamos de esto en el primer post) y la deriva secularizadora del mundo, así como la apostasía que se verifica en la Iglesia, ¿qué conmovería el corazón infinitamente amoroso de Dios, para lograr que, a pesar de todo, tenga misericordia de nosotros?

          Desde el 16 de octubre de 1978 y durante 26 años y cinco meses, la Iglesia y el mundo disfrutaron de un Papa santo que se distinguió de una manera incomparable, en toda la historia de la Iglesia, por su inmenso amor a la Santísima Virgen. A Ella le consagró cada uno de los países que visitó; coronó sus imágenes; fue a visitarla en sus “casas” con devoción de romero; promovió incansablemente el rezo del santo rosario; confió a su intercesión materna el final del régimen comunista; profundizó en la enseñanza acerca de la Virgen y le dejó a la Iglesia un tesoro de doctrina extraordinario… Sin duda, san Juan Pablo II es el que mejor puede indicarnos: “por aquí, por aquí”…