Minas, 2 de marzo de 2020
Queridos hermanos de la Diócesis de Minas:
hoy se ha conocido
públicamente la decisión del Santo Padre Francisco, de unificar las diócesis de
Minas y Maldonado-Punta del Este. El Papa ha tenido la delicadeza, que
agradezco especialmente, de anunciarlo cuando estoy cumpliendo la edad prevista
en el derecho de la Iglesia para presentar la renuncia al oficio episcopal.
En primer lugar, quiero decirles que la
sugerencia de la unificación de ambas Diócesis le llegó al Papa desde la
Conferencia Episcopal Uruguaya, después de estudiar, durante varios años, la
realidad de ambas estructuras eclesiásticas, la de Minas y la de Maldonado. Los
hechos hablan por sí mismos: el departamento de Lavalleja es, de todo el país,
el que más experimenta la emigración de su gente, en particular a Maldonado;
nuestras localidades pobladas disminuyen a ojos vista y la atención pastoral se
hace cada vez más difícil, tanto por la falta de población como de vocaciones
sacerdotales: todos saben bien que, en este momento, hay algunas parroquias sin
párroco. No es mejor la situación de la diócesis de Maldonado-Punta del Este,
que en más de tres décadas ha tenido solamente dos vocaciones. A su vez, y también
por la falta de clero, las Curias diocesanas de una y otra Diócesis tienen
grandes carencias y no pueden atender como es debido a los fieles.
Estoy seguro de que la decisión del Papa
Francisco tendrá consecuencias muy positivas, porque permitirá distribuir mejor
el clero diocesano; fomentará una pastoral vocacional más intensa; se formará
una sola Curia eclesiástica y, abriéndose el horizonte apostólico a los tres departamentos
(Maldonado, Rocha y Lavalleja), junto con el mutuo enriquecimiento de
experiencias habrá más empeño apostólico por parte de todos.
Sé bien cuánto quieren a la Iglesia, lo sé
por la preciosa experiencia de estos nueve años largos en los que, recorriendo
nuestra querida Diócesis, he encontrado numerosos e inolvidables ejemplos de
entrega, de sacrificio, de amor con hechos que hablan por sí mismos. Es un amor
a la Iglesia y a su Cabeza visible, el Papa, que se manifiesta, en primer
lugar, en el esfuerzo de tantos hombres y mujeres por vivir en coherencia con
la fe, alimentada con la Eucaristía y la oración. Como fruto de estas fuertes raíces,
en la vida personal y en las distintas comunidades he visto nacer y desarrollarse
iniciativas de servicio a los demás, personal o asociadamente, al mismo tiempo
que florece la caridad en nuestras parroquias y capillas, así como en las
distintas instituciones que desarrollan sus actividades en la Diócesis.
En un primer momento, la decisión
pontificia, seguramente, provocará un sentimiento de pérdida… Pero sé que
rápidamente se abrirá paso en el ánimo la conciencia de estar estrenando una
nueva responsabilidad, que reclama poner a su servicio las mejores fuerzas: optimismo,
esperanza, alegría y empeño.
La nueva estructura eclesiástica (Diócesis
de Maldonado-Punta del Este-Minas), teniendo como único Pastor a monseñor
Milton Tróccoli, exige cultivar una disposición abierta, positiva, con el deseo
de corresponder cada día mejor a la vocación a la santidad, a la que estamos
todos llamados. Es así como seguiremos construyendo la Iglesia.
Por mi parte, sólo puedo elevar a Dios,
nuestro Padre, una profunda acción de gracias por estos años en los que he
estado con ustedes. Junto a momentos dolorosos como fueron la pérdida de tres
sacerdotes (Pablo Delgado, Narciso Renom y Fredy Pérez), he tenido la gran alegría
de ordenar a cuatro, tres de los cuales ya están trabajando aquí con
entusiasmo: Fernando, Alejandro y Nicolás, mientras Ignacio prosigue sus
estudios en España. Es también un motivo para dar gracias a Dios, que Henry se
esté preparando para formar parte de nuestro presbiterio, dentro de no mucho
tiempo.
Quiero agradecerles el cariño con que fui
recibido en la Diócesis y el que me han brindado. Como los buenos hijos de Noé,
han sabido cubrir con el manto de la caridad mis fallos y limitaciones (cfr.
Gen 9, 23). A su vez, tengo que decir que he aprendido mucho, muchísimo, de
todos. Es imposible enumerar tantos ejemplos permanentes de servicio
desinteresado, de confianza en Dios, de buen humor ante las dificultades, de
serenidad en las dificultades… ¡Gracias a todos de corazón!
Al mismo tiempo, les pido perdón por las
veces en las que no les di el ejemplo que esperaban y por las que no supe
atenderlos mejor… Les ruego que sigan tapando con ese manto de misericordia lo
que en mí haya podido defraudarlos.
Como
es natural, querrán saber “cómo me siento”, ahora que termino mi misión
episcopal en Minas. Les diré que mi estado de ánimo está reflejado en lo que
nos pidió Jesús: “Cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan:
‘Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer’”
(Lc 17, 10). Y me veo retratado en esta vieja canción: Siempre hay por qué
vivir, por qué luchar/siempre hay por quién sufrir y a quién amar/. Al final
las obras quedan/ las gentes se van/. Otros que vienen las continuarán/ la vida
sigue igual.
Una
petición especial para terminar: que estén muy unidos al nuevo Obispo diocesano.
Monseñor Milton Tróccoli es joven (mañana cumple 56 años), es piadoso, de muy
buen carácter y muy entregado; se hace querer enseguida. Ha sido rector del
Seminario Interdiocesano “Cristo Rey” y me consta que tiene el deseo de fomentar
la pastoral vocacional, tan necesaria en la Diócesis. Si ya era grande lo que él
tenía entre manos, ahora su responsabilidad y su trabajo serán aún mayores. Me
consta que quiere conocerlos y servirlos a todos, de manera de ir formando esta
nueva realidad eclesial que es la Diócesis de Maldonado-Punta del Este-Minas.
Sé que tendrán con él la misma solicitud y cercanía, el mismo cariño que han
tenido conmigo, que tanto le facilitará la misión.
Les confieso que, de modo particular, voy
a extrañar una costumbre que incorporé a mi vida durante estos años: el primer
saludo, al levantarme, ha sido siempre para la Virgen del Verdún, que se divisa
perfectamente desde el dormitorio que ocupé. A Ella le he consagrado cada nuevo
día, rezando la oración que aprendí de niño: “Bendita sea tu pureza y
eternamente lo sea…”. Tengo la certeza de que nuestra Virgen del Verdún
cuida de una manera muy especial a todos sus hijos, que viven en este
territorio. A Ella le pido que los bendiga y los proteja siempre con la
dedicación que sólo la Madre del Cielo sabe tener. Y les ruego que no dejen de
encomendarme a mí, para que sea fiel hasta el final. ¡Muchas gracias!
+ Jaime
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