Me
preguntaba en la entrada del blog si será posible APURAR la llegada de la
Virgen… Quizás resulte extraña la pregunta… pero entiendo que hay que
plantearla y responderla.
En
el primer post vimos que… ¡son tantas las veces que Ella, como buena madre, nos
advirtió que íbamos por mal camino! Pero también es verdad que ninguna madre
cuenta las veces que perdona a sus hijos y, además, forma parte de su misión
continuar señalándoles peligros, llamándoles la atención, cuidándolos, en suma,
a lo largo de toda su vida.
Isabel Guerra
Aunque
el paralelismo con las madres de la tierra sea exacto, no es posible olvidar de
qué Madre hablamos cuando nos referimos a María Santísima: la Madre que tenemos
en el cielo es la Madre de Dios, es la síntesis de todas las perfecciones humanas
y divinas que se hayan volcado jamás en una criatura, es la que se encuentra
más alta en el orden de la creación, ¡más que Ella sólo Dios!
De
aquí que nuestra relación con la Santísima Virgen deba estar embebida de
reverencia, de una actitud de asombro ante su belleza y majestad, que no la
aleja de nosotros ni encoge la confianza filial para con Ella. Más aún, motiva
en nuestros corazones un santísimo orgullo: ¡la Madre de Dios es mi Madre!
Y
aún hay más. El 21 de noviembre de 1964, cuando clausuraba la tercera sesión
del Concilio Vaticano II, el papa San Pablo VI proclamó a la Virgen “Madre de
la Iglesia”. Explicando los motivos de este título dijo el Santo Padre que la
esencia íntima de la Iglesia, “la
principal fuente de su eficacia santificadora” se encuentra en su unión con Cristo y que esta unión,
al mismo tiempo, no puede separarse de la unión con María, “la Madre del
Verbo Encarnado, y que Cristo mismo quiso tan íntimamente unida a sí para
nuestra salvación”. Más aún, afirmó
que es de este modo como debe “encuadrarse en la visión de la Iglesia la
contemplación amorosa de las maravillas que Dios ha obrado en su Santa Madre”. Y remató la explicación afirmando rotundamente: “el
conocimiento de la doctrina verdadera católica sobre María será siempre la
llave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia”.
Madre de la Iglesia, pues, es la Santísima Virgen,
“es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los
pastores que la llaman Madre amorosa”. Cuentan las crónicas de aquel día
que, reunidos los obispos de todo el mundo con el Papa en la Basílica de Santa
María la Mayor, la declaración de la Virgen como “Madre de la Iglesia” fue
recibida con un atronador aplauso; no era para menos.
Desde entonces hasta hoy, la Madre se ha
multiplicado como sólo una madre sabe hacerlo. Esta descripción poética quizás
da una idea… “Aquellas zapatillas de nube que llevaba,/aquel ir y venir,
como volando,/ de la escoba al misal, de sus gallinas/ a las sábanas frescas,/
de la labor de lana a los geranios,/del pan a las mejillas de sus nietos…/que
entonces, suavemente quedábamos dormidos/creyendo que la abuela no se acostaba
nunca (Miguel D’Ors). Más, inagotablemente más, es lo que hace María
Santísima, la Madre de la Iglesia, por sus hijos. Ante tanta bondad, ¿qué
haremos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario