Dentro de dos meses justos, el 2
de marzo, llegaré Dios mediante a la edad. LA edad, lo subrayo, por esto
que señala el código del derecho de la Iglesia, que me afecta directamente: Al
Obispo diocesano que haya cumplido 75 años de edad, se le ruega que presente la
renuncia de su oficio al Sumo Pontífice, el cual proveerá teniendo en cuenta
todas las circunstancias (c. 401).
Bueno, en las manos del Papa está
la renuncia y yo me encuentro en la “dulce espera”. Esta expresión, que se usa
en otras circunstancias, quizás no sea la más adecuada, pero refleja bien lo
que siento. ¿Pero usted quiere que el Papa le acepte su renuncia al oficio de
Obispo de Minas? La respuesta no es fácil, trataré de explicarme.
Me viene al recuerdo un editorial
del diario Madrid, de hace muchos años, del 30 de mayo de 1968. Fue un
editorial que al diario le costó una suspensión de cuatro meses, por parte del gobierno franquista. Se
trataba de un tiro, por elevación, dirigido al Generalísimo. Su título:
RETIRARSE A TIEMPO. NO AL GENERAL DE GAULLE.
Sin entrar en el contenido del
editorial, el caso es que siempre he tenido presente ese título: retirarse a tiempo
es una máxima llena de sabiduría. Y pienso que el momento de hacerlo, fijado por
el Papa Pablo VI para los obispos en los 75 años, es muy justo.
Ya estoy escuchando quejas del
tipo “¡pero si usted está muy bien!” y variaciones. Y yo digo por propia experiencia
que, al menos en este oficio, es una edad adecuada: porque ya me doy bien cuenta, sencillamente, que no
pocas cosas se me olvidan; que me cuesta bastante ponerme a pensar en resolver otras
que, hasta ayer o anteayer nomás, no ofrecían especiales dificultades; porque tres
o cuatro cosas en la cabeza al mismo tiempo ocupan mucho sitio en el disco duro
y son motivo de cierto agobio; porque las personas que dependen de ti empiezan a
pensar, con razón, que no las atiendo bien; porque se te hace también muy real y
difícil de concretar, el imperativo del profeta Isaías: “Fortalezcan las
rodillas vacilantes” (35, 3)…
A su vez, es indudable que otras personas
más jóvenes harán mejor tu papel, y es bien natural dejarles sitio. Por estas
razones, califico como “dulce espera” el tiempo que estoy viviendo, sin
alimentar esperanzas de ninguna clase: ni más tiempo de yapa, ni me quiero ir
corriendo. Lo que Dios quiera y cuando Dios quiera; esto da paz, les
aseguro.
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