El 13 de octubre de 2019, al terminar
en la Plaza de San Pedro la Misa de canonización del cardenal John Henry
Newman, pude acercarme al Papa Francisco para decirle dos cosas:
-
Santo
Padre, ¡lo esperamos en Uruguay!
-
(Silencio
por respuesta).
-
Y
le quería contar de Fernando Gil, Obispo de Salto…
-
¡Sí,
me dijeron que está muy mal!... ¡Fijate qué cosa, que fue aquí, en Roma!...
Estaba el Papa bien enterado de lo
que había ocurrido. En septiembre, mientras participaba en el curso para los
obispos nombrados durante el último año (también asistía monseñor Pablo
Jourdán, Auxiliar de Montevideo), monseñor Fernando se sintió mal, con un
malestar imposible de localizar pero que le provocaba agobio, desazón, dolor de
cabeza…
Terminó el curso de diez días
exigiéndose mucho, suspendió el viaje que pensaba continuar y voló a Buenos
Aires. Aquí lo internaron en el Hospital Austral y, después de los exámenes, el diagnóstico no pudo ser peor: tumor maligno en el
cerebro, de un tipo muy agresivo, imposible de operar por el lugar en el que se
encontraba…
Monseñor Fernando Gil, nombrado
Obispo de Salto por el Papa Francisco, había sido ordenado el 23 de septiembre
del año anterior: ha servido a la Iglesia hasta ayer, cuando falleció en su
sede, a los 66 años. Su episcopado duró apenas poco más de un año.
Cuando conoció el diagnóstico de su
enfermedad, lo recibió con una gran paz, la misma que tuvo siempre y que me
sorprendió muy gratamente cuando, ya nombrado obispo pero aun siendo sacerdote,
participó en la primera reunión de la Conferencia Episcopal Uruguaya: tranquilo,
sonriente, escuchaba con atención lo que le decías… Su actitud reflejaba con
exactitud su lema episcopal: “Cristo es nuestra paz”.
En la segunda reunión me contó que
estaba contento, porque en cada sitio al que iba era bien recibido… En la
tercera reunión, en abril de 2019, su alegría era mayor: - ¡Ya recorrí toda la
Diócesis!, me dijo. No es poca cosa: la Diócesis de Salto abarca los
departamentos de Artigas, Salto, Paysandú y Río Negro, es la más grande del
Uruguay.
¡Qué misteriosos son a veces los
planes de Dios!... En esta ocasión (y la sugerencia puede servir para otras similares)
más que preguntarse “¿por qué?”... conviene decir "¿para qué?”.
Pienso que este camino facilita la aceptación e incluso la comprensión de algo
que, humanamente hablando, no tiene lógica.
Durante el año en que hemos
disfrutado al Obispo de Salto, nos ha dejado un ejemplo de los que perduran. Leo
en un mensaje de la Conferencia de Religiosos del Uruguay: “Entre sus
primeras palabras a las Comunidades de su diócesis, Monseñor Fernando expresó: “quiero
quererlos más que a mi propia vida”. Y sin duda así lo hemos visto en medio
del pueblo de Dios, como padre, hermano y pastor, capaz de entregar la vida
siguiendo las huellas del Buen Pastor”. Son palabras que no necesitan
ninguna glosa: son una buena respuesta al “para qué”…
Aquel domingo 13 de octubre, el Papa Francisco, preocupado por la salud de Fernando, también me comentó:
- Me dijeron que está llevando bien su enfermedad, serenamente... Y añadió: - ¡Decile que rezo por él, que le mando todas las bendiciones!
El Obispo de Salto se sintió reconfortado cuando supo esto. Y siguió llevando no bien sino MUY BIEN su enfermedad: con sosiego, aceptando sus limitaciones, ofreciendo a Dios las molestias y, superándose a sí mismo, trabajando hasta que no pudo hacerlo más. Es otra contestación al "para qué": sin ninguna duda, estos cuatro meses de enfermedad han sido eficacísimos para toda la Iglesia, en especial para la nuestra.
Nos hacen falta más pastores
(sacerdotes y obispos) que seamos capaces de querer como quiso monseñor
Fernando. Que descanse en paz y nos ayude a que así sea. (Esta también es una respuesta al "para qué").
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