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sábado, 18 de enero de 2020

¿POR QUÉ O PARA QUÉ MUERE UN OBISPO?


El 13 de octubre de 2019, al terminar en la Plaza de San Pedro la Misa de canonización del cardenal John Henry Newman, pude acercarme al Papa Francisco para decirle dos cosas:

-          Santo Padre, ¡lo esperamos en Uruguay!
-          (Silencio por respuesta).
-          Y le quería contar de Fernando Gil, Obispo de Salto…
-          ¡Sí, me dijeron que está muy mal!... ¡Fijate qué cosa, que fue aquí, en Roma!...

Estaba el Papa bien enterado de lo que había ocurrido. En septiembre, mientras participaba en el curso para los obispos nombrados durante el último año (también asistía monseñor Pablo Jourdán, Auxiliar de Montevideo), monseñor Fernando se sintió mal, con un malestar imposible de localizar pero que le provocaba agobio, desazón, dolor de cabeza…


Terminó el curso de diez días exigiéndose mucho, suspendió el viaje que pensaba continuar y voló a Buenos Aires. Aquí lo internaron en el Hospital Austral y, después de los exámenes, el diagnóstico no pudo ser peor: tumor maligno en el cerebro, de un tipo muy agresivo, imposible de operar por el lugar en el que se encontraba…

Monseñor Fernando Gil, nombrado Obispo de Salto por el Papa Francisco, había sido ordenado el 23 de septiembre del año anterior: ha servido a la Iglesia hasta ayer, cuando falleció en su sede, a los 66 años. Su episcopado duró apenas poco más de un año.

Cuando conoció el diagnóstico de su enfermedad, lo recibió con una gran paz, la misma que tuvo siempre y que me sorprendió muy gratamente cuando, ya nombrado obispo pero aun siendo sacerdote, participó en la primera reunión de la Conferencia Episcopal Uruguaya: tranquilo, sonriente, escuchaba con atención lo que le decías… Su actitud reflejaba con exactitud su lema episcopal: “Cristo es nuestra paz”.  

En la segunda reunión me contó que estaba contento, porque en cada sitio al que iba era bien recibido… En la tercera reunión, en abril de 2019, su alegría era mayor: - ¡Ya recorrí toda la Diócesis!, me dijo. No es poca cosa: la Diócesis de Salto abarca los departamentos de Artigas, Salto, Paysandú y Río Negro, es la más grande del Uruguay. 

¡Qué misteriosos son a veces los planes de Dios!... En esta ocasión (y la sugerencia puede servir para otras similares) más que preguntarse “¿por qué?”... conviene decir "¿para qué?”. Pienso que este camino facilita la aceptación e incluso la comprensión de algo que, humanamente hablando, no tiene lógica.

Durante el año en que hemos disfrutado al Obispo de Salto, nos ha dejado un ejemplo de los que perduran. Leo en un mensaje de la Conferencia de Religiosos del Uruguay: “Entre sus primeras palabras a las Comunidades de su diócesis, Monseñor Fernando expresó: “quiero quererlos más que a mi propia vida”. Y sin duda así lo hemos visto en medio del pueblo de Dios, como padre, hermano y pastor, capaz de entregar la vida siguiendo las huellas del Buen Pastor”. Son palabras que no necesitan ninguna glosa: son una buena respuesta al “para qué”…

Aquel domingo 13 de octubre, el Papa Francisco, preocupado por la salud de Fernando, también me comentó:

- Me dijeron que está llevando bien su enfermedad, serenamente... Y añadió: - ¡Decile que rezo por él, que le mando todas las bendiciones!

El Obispo de Salto se sintió reconfortado cuando supo esto. Y siguió llevando no bien sino MUY BIEN su enfermedad: con sosiego, aceptando sus limitaciones, ofreciendo a Dios las molestias y, superándose a sí mismo, trabajando hasta que no pudo hacerlo más. Es otra contestación al "para qué": sin ninguna duda, estos cuatro meses de enfermedad han sido eficacísimos para toda la Iglesia, en especial para la nuestra.

Nos hacen falta más pastores (sacerdotes y obispos) que seamos capaces de querer como quiso monseñor Fernando. Que descanse en paz y nos ayude a que así sea. (Esta también es una respuesta al "para qué").

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