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domingo, 7 de abril de 2019

UN CHORRO ANDA SUELTO


         23 de marzo pasado, al terminar la Misa de las 19.00 en la Catedral de Minas. Cuando voy a entrar en casa, un hombre joven, tatuajes varios en sus brazos, me dice que tiene algo importante para hablar conmigo y para darme. Lo hago pasar. Saca entonces de su bolsillo una medalla de la Virgen a la que le tengo especial cariño, porque san Josemaría se la regaló a mi padre, en Roma, en 1968. Desde que llegué a Minas, en 2010, la medalla se encontraba en la biblioteca del living, junto con otras dos que recibí de manos del Papa Francisco. El hombre, nervioso, subiendo y bajando la voz me explica:

- Mire, esta medalla se les cayó cuando los tres que le entraron en su casa salieron por la parroquia saltando el muro. Yo sé quiénes fueron: Fulano, Zutano y Mengano. Y seguro que van a venderle las medallas a Perentano, ¿sabe? Yo vengo dentro de un rato y le informo, ¿ta? Porque yo le debo mucho al Padre Roca, ¡cómo me ayudó cuando yo salí de la cárcel! ¡Le debo todo, le debo! ¡Si no fuera por él, dónde estaría yo ahora!...

         Subí al living. Las medallas del Papa (una, recuerdo de la visita que le hicimos los obispos uruguayos en noviembre de 2017; la otra, recuerdo del Sínodo de los Obispos de 2015) habían desaparecido. Fui a la capilla; todo normal. Lo mismo en mi cuarto. Solamente se habían llevado las medallas.

         Antes de media hora, el personaje estaba de vuelta. Más nervioso que antes.
-         ¡Sí, lo que le dije! Vendieron las medallas y las tiene Perentano. ¡No se puede ni creer! Perentano es un tipo grande, muy grande… Compra de todo; eso sí, ¡siempre con la cédula! (¿?) Es un tipo muy bueno, no se crea. ¡Escuche! Yo creo que puedo recuperar las medallas. Perentano no sabe de dónde las sacaron… Si le doy 1.500 pesos seguro que no hay problema y que se las traigo, ¿qué le parece? ¡Qué tipo bárbaro el Padre Roca!...
-         Lo voy a pensar.

El personaje se va. Voy a la parroquia de la Catedral, a la vuelta de mi casa, en la calle Treinta y Tres, a ver si con la ayuda del párroco, el P. Jarek, consigo armar este lío. ¿Por dónde entraron en mi casa, por dónde salieron?...

        Estamos en eso cuando suena el timbre de la parroquia. El personaje, muy agitado, viene en bicicleta.

-         ¡Ah, qué suerte que lo encuentro! Lo busqué en su casa y… Mire, ¡la tengo! (Del bolsillo de la campera saca entonces una de las dos medallas). Por suerte me la dio… Claro, tengo que llevarle la plata. Si usted me da mil pesos…
-         No te voy a dar nada; voy a hacer la denuncia a la Policía.
-         ¡No, qué lío se me arma! Porque Perentano ya no quiere las medallas…
-         No me interesa, voy a hacer la denuncia.

El personaje se va y yo me dirijo a la Seccional. Ya son las diez menos cuarto de la noche.
Dos horas más tarde estoy de vuelta en casa, después de haber relatado que “un masculino” con estas características me había dicho y había salido y había vuelto… La Agente que tomaba la declaración, apenas lo describí exclamó: - ¡Otra vez Luis! Le preguntó a una compañera y coincidieron que era él, con total seguridad.

Luis vive en la droga. Para conseguir unos pesos, le roba al obispo y al Papa, si hace falta. ¿Cómo es que no lo detienen?
El martes vinieron a verme dos funcionarios de Investigaciones, muy profesionales. Volvieron también al día siguiente.
- Sí, es Luis, está clarísimo; pero es el Fiscal el que tiene que dar la orden para detenerlo; nosotros, no podemos.

        Cinco días más tarde, a las tres y pico, recién abierto el despacho parroquial, llega alguien preguntando por unas medallas del obispo… Omar, el señor que recibe a la gente, está atendiendo a una persona; le dice que espere un momento, que va a preguntarle al párroco. Se levanta del escritorio y sale. Es Luis. Ni corto ni perezoso agarra el celular que Omar tiene encima de la mesa y sale disparando. Otro robo.
           ¿Por qué el Fiscal no da la orden de detener a Luis? No lo sé. ¿Será porque se trata de delitos menores? No lo sé.

           Hace tres noches, a eso de las nueve y media, sonó el timbre de casa y bajé a atender. No había nadie. Pero alcancé a ver una bicicleta que doblaba la esquina, la esquina que da a la Jefatura. Era Luis. ¿Tocó el timbre con la idea de devolverme las medallas y se arrepintió? No lo sé. ¿Cómo es que anda robando como si nada, si la Policía sabe que es él? – Es cuestión del Fiscal, ¿vio? Mientras, el tipo entra en mi casa y se me lleva dos recuerdos muy queridos. Y a un señor jubilado, su celular. ¿Por qué no lo detienen seis meses, por poner un ejemplo, y lo mandan a hacer trabajos comunitarios? ¿Es que no ven que, por conseguir unos pesos para drogarse, Luis será capaz, en cualquier momento, de hacer una barbaridad? ¿Será entonces cuando tomarán alguna medida?

1 comentario:

JAIME FUENTES dijo...

Hoy, 10 de abril, informa la prensa de Minas que a Luis le dieron 20 meses de cárcel por receptación y variados robos.