En la nave
derecha de la Catedral de Minas, uno de los cuadros de Murillo representa el
momento más maravilloso de la historia, el anuncio del ángel a María, que es
precisamente el evangelio de la Misa de este 20 de diciembre. Les animo a
buscar algún momento para contemplarlo, es decir, para mirarlo con
detenimiento, tratando de entrar en él…
Me fijo en
algunos detalles. El primero: ¡qué contraste entre la grandiosidad de la figura
del arcángel san Gabriel y la de la Virgen, tan pequeña, tan “insignificante”!...
Sin embargo, Gabriel está haciendo una genuflexión delante de María. En el
Cielo, el Padre y el Espíritu Santo y muchos ángeles, observan la escena.
Miremos a
María, de rodillas, con el libro de la Sagrada Escritura abierto sobre el reclinatorio.
Cuando apareció el arcángel, ella estaba meditando la palabra de Dios, sin
duda. Pero ahora ya conoce el plan divino y su actitud -los brazos cruzados
sobre el pecho hablan por sí mismos- es de aceptación completa de su voluntad: “¡Yo
soy la esclava del Señor, que se haga en mí lo que Dios quiere!”.
Ahora, fijémonos
en las manos de la Virgen. ¡Esto sí que es un contraste! ¡Qué diferencia con
las manos del arcángel! Las de la Virgen son las de una mujer de su casa, que
trabaja en la cocina y en las mil cosas de su hogar, son las manos de una mujer
que no tiene servicio.
Y hay otro
contraste, más importante aún, importantísimo. En esta escena sublime, la más trascendente
de la historia, de rodillas el ángel, de rodillas la Virgen, en la presencia de
Dios que observa desde el Cielo, a los pies del reclinatorio de María se
encuentra un canasto con ropa blanca que, en su sencillez, tiene también una
belleza sobrenatural.
El
artista, Esteban Murillo, que tuvo diez hijos y disfrutaba de la vida de
familia, quiso reflejar en ese canasto que el trabajo de hacer de una casa un
hogar tiene un valor sobrenatural extraordinario. Más allá de los cambios
sociales y culturales, que llevan, ¡naturalmente!, a que los hombres también se
involucren en estas “labores” y las asuman como algo esencial para la marcha de
la casa, son las mujeres las que saben como nadie poner amor en ellas y transformar
esas tareas haciendo de lo más humano lo más divino.
El hecho más
trascendente de la historia, la encarnación del Verbo de Dios, sucedió en un día
laborable de un ama de casa. Para estas mujeres nunca hay feriados, y menos en
estos días de Navidad. Creo que vale la pena meditarlo, cuando faltan sólo cuatro
para la Nochebuena.
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