¿Cómo es posible que se den en la Iglesia hombres que han caído tan
bajo, que viven celebrando la eucaristía, lo más santo que pueda existir, y al
mismo tiempo traicionan al mismo Cristo a quien dicen que sirven? ¿Qué decía santa
Catalina de Siena?
Vamos por partes. ¡Qué misterio es el corazón de los hombres! ¿Cómo se
explica que uno de los 12, a
los que Jesús eligió personalmente, haya terminado siendo un ladrón, capaz de
traicionar de la manera más miserable, vendiéndolo, al hombre más bueno que
haya existido, al que él vio haciendo milagros, que pasó su vida haciendo el
bien?...
Es así: somos capaces de las mayores barbaridades que uno pueda imaginar
y llegar a traicionar al mismo Dios. Al mismo tiempo, somos capaces, imitándolo,
de dar la vida por Él, por puro amor.
Digo esto porque tanto en el siglo XIV como en el nuestro, así somos los
hombres y mujeres. A la pregunta que nos hacíamos, Catalina de Siena respondía:
“los pastores no cumplen con su deber de
corregir porque, en vez de llenarse del amor a Dios, viven del amor de sí
mismos. Como no alimentan al perro de la conciencia con la oración, éste,
cuando ve venir al lobo no tiene fuerzas y no ladra y el lobo causa estragos”…
Los malos pastores no cumplen con su obligación porque, de tanto buscar
honores y una vida cómoda, han dejado de
lado la cercanía con Dios que solamente se consigue con la Eucaristía y
la oración… Han perdido la sensibilidad del alma y ni siquiera se dan cuenta de
que deberían intervenir y corregir: son “perros
mudos que no ladran cuando ven venir al lobo y el lobo dispersa el rebaño de la
Iglesia”.
La historia cuenta que aquellos que habían elegido al papa Urbano VI, al
ver que “buscaba la gloria de Dios y
quería salvar las almas y reformar la Iglesia”, no estaban dispuestos a
convertirse: apenas habían transcurrido 12 días de la elección cuando declararon
que esta había sido inválida… Eligieron entonces un antipapa y comenzó en la
Iglesia el Cisma de Occidente, que duraría cuarenta años…
Catalina de Siena
siguió rezando y trabajando mucho por Urbano VI, el auténtico Papa, hasta que, agotada, murió a los 33 años.
El nuestro es un tiempo complicado, que está pidiendo a gritos mujeres y hombres de oración, que busquen a Jesucristo y extiendan su amor por todas partes: con la palabra, con el ejemplo, buscando solamente lo que a Él le agrade. Es tiempo de especial oración por el Papa, por los obispos y por los sacerdotes: para
que persigamos seriamente nada más que la gloria de Dios y sepamos
cumplir fielmente con nuestros deberes.
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