Esto ocurrió en Minas, hace apenas dos semanas. En la
parroquia Nuestra Señora de Fátima, a una cuadra de la ruta 8, reinaba un
activo silencio. De rodillas algunos, sentados otros, quince chicas y chicos
universitarios, durante una hora adoraban la Eucaristía, expuesta en el altar.
Vestían con la universal uniformidad de los jóvenes; por su
aspecto podían ser de Montevideo o de cualquier lugar: la mayoría provenían de
la Universidad de Texas.
¿Por qué, trabajando para costear sus pasajes, viajaron más
de 8.000 kilómetros
y regresaron sin “hacer turismo”? En pocas y esenciales palabras: porque
Jesucristo vive, porque lo quieren, porque creen en él y se lo toman en serio.
En Uruguay también hay muchos jóvenes, motivados por el
mismo amor. Como los “tejanos”, rezan, aprenden a vivir en cristiano, se
preocupan por los demás, y en Semana Santa dedican más tiempo a la
contemplación de Jesús.
Algunos de los chicos
USA que nos visitaron sabían español; otros, lo chapurreaban; pero todos se
entendían con todos en el idioma de la sonrisa y el servicio desinteresado.
La Semana Santa no es “sentimental”: es tiempo de revivir el
orgullo de pertenecer a Jesucristo y a la Iglesia que él fundó. La “dictadura
del relativismo” –el fenómeno es mundial- está provocando un efecto imprevisto también
mundial: hombres y mujeres jóvenes encuentran el amor radical de Jesús por cada
uno y le corresponden radicalmente.
Viven enamorados y,
como bien lo entendió el poeta, “un hombre enamorado
es un peligro: puede deshacer muros, cerrojos y abrir los ataúdes. Un hombre
enamorado puede hablar de la vida, convencer a las gentes y unirlas a su causa
(Carlos J. Morales, Certezas).
Por todo esto, ¿cómo
no desearnos de corazón ¡Felices Pascuas!?
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