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domingo, 18 de marzo de 2018

LOS HOMBRES ATRÁS - y 2


La figura penal del “femicidio”, la nueva ley de cuotas políticas y la ley sobre “violencia de género”, tienen en común que no apuntan al mejoramiento de la situación general de las mujeres. La figura del femicidio no evitará la muerte de mujeres, como no lo ha hecho en ninguno de los países  que la aprobaron, básicamente porque se aplica después de producida la muerte y, dada la clase de delito, tiene cero efecto disuasorio. La ley de cuotas, como es obvio, en nada cambia la situación de las mujeres pobres y carentes de poder político, pero beneficiará a las que actúan en el campo de la política partidaria, y, entre ellas, especialmente a las que ya ocupan cargos políticos, que difícilmente podrán ser excluidas de las listas partidarias si hay que llenar un cupo femenino obligatorio. Respecto a la ley sobre “violencia de género”, además de su filosofía represiva y censuradora, cuesta creer que no se apunte a lo que las verdaderas víctimas necesitan: protección y lugares seguros donde alojarse en tanto la Justicia investiga su situación.

Lo que brilla por su ausencia en la gestión de las organizaciones feministas es la preocupación por los cientos de miles de mujeres, de niños y de familias en general que sufren condiciones de vida inaceptables.



LA REALIDAD NO IMPORTA

Barrios en los que gobiernan bandas de delincuentes, chiquilines acribillados a balazos todos los días, deserción educativa de un 70%, aumento de los asentamientos con condiciones de vida inadmisibles, contaminación del agua potable y disminución creciente de los puestos de trabajo no calificado no son tema de las organizaciones feministas. Los principales males sociales, para esas organizaciones, son el patriarcado, la violencia doméstica, el “techo de cristal” y el número de parlamentarias mujeres.

Ese discurso feminista se basa además en falsedades estadísticas e históricas que es importante desmentir. No es cierto que las mujeres cobren menos en el Uruguay por igual tarea. La “brecha salarial” es un dato copiado de otras sociedades y no tiene en nuestro país respaldo fáctico. Tampoco es cierto que las políticas de equidad de derechos aprobadas en el Uruguay entre fines del Siglo XIX y la primera mitad del Siglo XX fueran obra de organizaciones feministas.

Ni la reforma escolar vareliana, que equiparó a niñas y niños en el plano escolar, ni el derecho de las mujeres a votar y a ser elegibles, ni el divorcio por sola voluntad de la mujer, ni la ley de derechos civiles de la mujer (que equiparó la situación jurídica de hombres y mujeres)  fueron obra de organizaciones feministas, que no existían. Fueron resultado de un admirable clima cultural en el que participaron hombres y mujeres, pero las voces que expresaron ese clima y los votos que lo materializaron en leyes fueron de hombres que sentían vivamente la vocación igualitaria. La gran mayoría de los derechos de que gozan las mujeres no fueron obtenidos contra los hombres sino con los hombres.

¿Por qué se falsea la historia y los datos estadísticos y se ignoran los problemas más graves de nuestra sociedad?

EL PARTIDO FEMINISTA

Mi hipótesis es que varias de las organizaciones feministas que organizan esta marcha de los 8 de marzo constituyen una entidad política con intereses propios, que no necesariamente coinciden con los de la mayoría de las mujeres.
Como suele pasar con muchas organizaciones políticas, no son plenamente autónomas. Están ligadas a organizaciones internacionales y algunas reciben financiación de esas organizaciones. ¿No llama la atención que el paro y las marchas de los 8 de marzo se hayan reproducido desde el año pasado en tantos países del mundo? ¿Quién lo decidió, quién dispuso de los medios para organizar y comunicar lo decidido a tantas agrupaciones feministas a lo largo y ancho del mundo?

El otro fenómeno que le confiere semejanzas con los partidos políticos es su imperioso avance sobre los cargos y posiciones de poder estatal. ¿Cuántas y cuántos militantes de las políticas “de género” revistan hoy en el Estado? ¿Cuántas/os reparten sus esfuerzos entre la militancia en sus organizaciones y la función pública? ¿Cuántos trasladan indistintamente su poder de uno a otro ámbito?

Lo dicho no se contrapone con que en la interna de la “coordinación” de feminismos haya conflictos, luchas de poder y diferencias de ideas. Pasa en las mejores familias y en los mejores partidos.

La gran pregunta es cuál es el objetivo último. Y yo apostaría a que ni siquiera todas las dirigentes de las organizaciones feministas lo saben con propiedad. Porque esta movida que hoy se manifiesta en casi todo el mundo no fue pensada por ellas.

Lo que podemos saber es lo que vemos: la lucha por acumular poder y cargos,  el estímulo de los rencores entre los sexos y la indiferencia ante los más graves problemas que aquejan a la sociedad como conjunto.En un mundo de por sí complejo y violento, parece casi una apuesta a profundizar la división y el caos. Al punto que cabe preguntarse a quién le sirve ese resultado.



Después de todo, tal vez no sea deshonroso quedar atrás en algo así.

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