La figura penal del “femicidio”,
la nueva ley de cuotas políticas y la ley sobre “violencia de género”, tienen
en común que no apuntan al mejoramiento de la situación general de las mujeres.
La figura del femicidio no evitará la muerte de mujeres, como no lo ha hecho en
ninguno de los países que la aprobaron, básicamente porque se aplica
después de producida la muerte y, dada la clase de delito, tiene cero efecto
disuasorio. La ley de cuotas, como es obvio, en nada cambia la situación de las
mujeres pobres y carentes de poder político, pero beneficiará a las que actúan
en el campo de la política partidaria, y, entre ellas, especialmente a las que
ya ocupan cargos políticos, que difícilmente podrán ser excluidas de las listas
partidarias si hay que llenar un cupo femenino obligatorio. Respecto a la ley
sobre “violencia de género”, además de su filosofía represiva y censuradora,
cuesta creer que no se apunte a lo que las verdaderas víctimas necesitan:
protección y lugares seguros donde alojarse en tanto la Justicia investiga su
situación.
Lo que brilla por su ausencia en
la gestión de las organizaciones feministas es la preocupación por los cientos
de miles de mujeres, de niños y de familias en general que sufren condiciones
de vida inaceptables.
LA REALIDAD NO IMPORTA
Barrios en los que gobiernan
bandas de delincuentes, chiquilines acribillados a balazos todos los días,
deserción educativa de un 70%, aumento de los asentamientos con condiciones de
vida inadmisibles, contaminación del agua potable y disminución creciente de
los puestos de trabajo no calificado no son tema de las organizaciones
feministas. Los principales males sociales, para esas organizaciones, son el
patriarcado, la violencia doméstica, el “techo de cristal” y el número de
parlamentarias mujeres.
Ese discurso feminista se basa
además en falsedades estadísticas e históricas que es importante desmentir. No
es cierto que las mujeres cobren menos en el Uruguay por igual tarea. La
“brecha salarial” es un dato copiado de otras sociedades y no tiene en nuestro
país respaldo fáctico. Tampoco es cierto que las políticas de equidad de
derechos aprobadas en el Uruguay entre fines del Siglo XIX y la primera mitad
del Siglo XX fueran obra de organizaciones feministas.
Ni la reforma escolar vareliana,
que equiparó a niñas y niños en el plano escolar, ni el derecho de las mujeres
a votar y a ser elegibles, ni el divorcio por sola voluntad de la mujer, ni la
ley de derechos civiles de la mujer (que equiparó la situación jurídica de
hombres y mujeres) fueron obra de organizaciones feministas, que no
existían. Fueron resultado de un admirable clima cultural en el que
participaron hombres y mujeres, pero las voces que expresaron ese clima y los
votos que lo materializaron en leyes fueron de hombres que sentían vivamente la
vocación igualitaria. La gran mayoría de los derechos de que gozan las mujeres
no fueron obtenidos contra los hombres sino con los hombres.
¿Por qué se falsea la historia y
los datos estadísticos y se ignoran los problemas más graves de nuestra
sociedad?
EL PARTIDO FEMINISTA
Mi hipótesis es que varias de las
organizaciones feministas que organizan esta marcha de los 8 de marzo
constituyen una entidad política con intereses propios, que no necesariamente
coinciden con los de la mayoría de las mujeres.
Como suele pasar con muchas
organizaciones políticas, no son plenamente autónomas. Están ligadas a
organizaciones internacionales y algunas reciben financiación de esas
organizaciones. ¿No llama la atención que el paro y las marchas de los 8 de
marzo se hayan reproducido desde el año pasado en tantos países del mundo?
¿Quién lo decidió, quién dispuso de los medios para organizar y comunicar lo
decidido a tantas agrupaciones feministas a lo largo y ancho del mundo?
El otro fenómeno que le confiere
semejanzas con los partidos políticos es su imperioso avance sobre los cargos y
posiciones de poder estatal. ¿Cuántas y cuántos militantes de las políticas “de
género” revistan hoy en el Estado? ¿Cuántas/os reparten sus esfuerzos entre la
militancia en sus organizaciones y la función pública? ¿Cuántos trasladan
indistintamente su poder de uno a otro ámbito?
Lo dicho no se contrapone con que
en la interna de la “coordinación” de feminismos haya conflictos, luchas de
poder y diferencias de ideas. Pasa en las mejores familias y en los mejores
partidos.
La gran pregunta es cuál es el
objetivo último. Y yo apostaría a que ni siquiera todas las dirigentes de las
organizaciones feministas lo saben con propiedad. Porque esta movida que hoy se
manifiesta en casi todo el mundo no fue pensada por ellas.
Lo que podemos saber es lo que
vemos: la lucha por acumular poder y cargos, el estímulo de los rencores
entre los sexos y la indiferencia ante los más graves problemas que aquejan a
la sociedad como conjunto.En un mundo de por sí complejo y
violento, parece casi una apuesta a profundizar la división y el caos. Al punto
que cabe preguntarse a quién le sirve ese resultado.
Después de todo, tal vez no sea
deshonroso quedar atrás en algo así.
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