Es mucho lo que se ha escrito sobre el Día Internacional de la Mujer. Una mirada lúcida, a mi entender, es la de este artículo de Hoenir Sarthou, en el semanario Voces.
“El 8M es
una jornada de lucha y movilización donde las mujeres tenemos el protagonismo,
por ello exhortamos a todos los hombres a marchar detrás de las compañeras
junto a sus organizaciones mixtas”.
(Convocatoria de la “Coordinadora de Feminismos” para la marcha del
8/3/18).
El valor de los símbolos es que
condensan en un acto, en un gesto, a veces en una palabra, algo que mil
discursos no podrían transmitir mejor o con más fuerza.
El contenido simbólico de ubicar a los
hombres detrás, en una marcha que pretende reclamar igualdad de derechos entre
los sexos, es muy revelador. Revela el espíritu de las organizaciones
feministas militantes (que son algo muy distinto de las mujeres). ¿Por qué los
hombres deben ir detrás?
Sí, ya sé. Algunas voceras de la marcha dirán que
no es tan así, que algunas feministas piensan eso y otras no, que ellas, en lo
personal, celebran que los hombres las acompañen. Pero los hechos son los que
cuentan. Y los hechos son que la organización de la marcha dispuso que los
hombres deberán permanecer detrás. Lo cual indica quiénes mandan en el tema.
Muchos hombres y no pocas mujeres
discrepan con esa decisión. Creen que demuestra una actitud sexista y tan
discriminatoria como el machismo, sólo que con signo inverso. Una actitud que
no desean ver convertida en regla de nuestra organización social. Quizá
no les falte razón. ¿Se imaginan qué se diría en el mundo occidental de
cualquier acto público en que las mujeres debieran ubicarse detrás de los
hombres? Tal vez, a algunas militantes feministas, el rencor o la frustración
personal las haga sentir la necesidad de agraviar al sexo masculino, incluso,
paradójicamente, a aquellos miembros del sexo masculino más dispuestos a
apoyarlas en sus reivindicaciones. Pero tengo para mí que hay otros motivos.
LAS
MUJERES NO IMPORTAN
Lucía Topolanski, Marina Arismendi,
María Julia Muñoz, Carolina Cosse, Liliam Kechichian y Eneida De León, entre
otras, son mujeres que ocupan cargos ejecutivos de mucho poder. Sin embargo,
rara vez oirán a voceras del feminismo uruguayo preciarse de que estén en
cargos de gobierno. Incluso algunas, como Topolanski, más bien despiertan ira
en las dirigentes feministas, como ocurrió a partir del último reportaje que le
hizo “El País”. El casi nulo apoyo feminista que reciben estas mujeres es
incomparable, por ejemplo, con las hemorragias de alegría que causó en esos
círculos el ingreso al senado de Michelle Suárez. Ni con la ferviente
solidaridad defensiva que despierta, en los mismos círculos, cualquier ataque a
Fabiana Goyeneche. ¿Por qué?
Probablemente la clave esté en que la
vicepresidente y las ministras son mujeres, pero son sólo mujeres, no
militantes feministas. Llegaron a sus cargos por la lógica política, no
mediante cuotas y reivindicaciones “de género”. Y, sobre todo, no están atadas
a las organizaciones feministas militantes ni tienen obligaciones hacia ellas.
La hipótesis de que las organizaciones
feministas tengan su propia agenda, es decir que usen la reivindicación de los
intereses de todas las mujeres para lograr objetivos propios, se robustece
viendo, por ejemplo, cuáles fueron sus metas y sus logros en el último año. (Continuará).
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