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miércoles, 14 de marzo de 2018

LOS HOMBRES ATRÁS-1


Es mucho lo que se ha escrito sobre el Día Internacional de la Mujer. Una mirada lúcida, a mi entender, es la de este artículo de Hoenir Sarthou, en el semanario Voces


“El 8M es una jornada de lucha y movilización donde las mujeres tenemos el protagonismo, por ello exhortamos a todos los hombres a marchar detrás de las compañeras junto a sus organizaciones mixtas”. (Convocatoria de la “Coordinadora de Feminismos”  para la marcha del 8/3/18).
El valor de los símbolos es que condensan en un acto, en un gesto, a veces en una palabra, algo que mil discursos no podrían transmitir mejor o con más fuerza.

El contenido simbólico de ubicar a los hombres detrás, en una marcha que pretende reclamar igualdad de derechos entre los sexos, es muy revelador. Revela el espíritu de las organizaciones feministas militantes (que son algo muy distinto de las mujeres). ¿Por qué los hombres deben ir detrás?



Sí, ya sé. Algunas voceras de la marcha dirán que no es tan así, que algunas feministas piensan eso y otras no, que ellas, en lo personal, celebran que los hombres las acompañen. Pero los hechos son los que cuentan. Y los hechos son que la organización de la marcha dispuso que los hombres deberán permanecer detrás. Lo cual indica quiénes mandan en el tema.

Muchos hombres y no pocas mujeres discrepan con esa decisión. Creen que demuestra una actitud sexista y tan discriminatoria como el machismo, sólo que con signo inverso. Una actitud que no desean ver convertida en regla de nuestra organización social. Quizá  no les falte razón. ¿Se imaginan qué se diría en el mundo occidental de cualquier acto público en que las mujeres debieran ubicarse detrás de los hombres? Tal vez, a algunas militantes feministas, el rencor o la frustración personal las haga sentir la necesidad de agraviar al sexo masculino, incluso, paradójicamente, a aquellos miembros del sexo masculino más dispuestos a apoyarlas en sus reivindicaciones. Pero tengo para mí que hay otros motivos.

LAS MUJERES NO IMPORTAN

Lucía Topolanski, Marina Arismendi, María Julia Muñoz, Carolina Cosse, Liliam Kechichian y Eneida De León, entre otras, son mujeres que ocupan cargos ejecutivos de mucho poder. Sin embargo, rara vez oirán a voceras del feminismo uruguayo preciarse de que estén en cargos de gobierno. Incluso algunas, como Topolanski, más bien despiertan ira en las dirigentes feministas, como ocurrió a partir del último reportaje que le hizo “El País”. El casi nulo apoyo feminista que reciben estas mujeres es incomparable, por ejemplo, con las hemorragias de alegría que causó en esos círculos el ingreso al senado de Michelle Suárez. Ni con la ferviente solidaridad defensiva que despierta, en los mismos círculos, cualquier ataque a Fabiana Goyeneche. ¿Por qué?

Probablemente la clave esté en que la vicepresidente y las ministras son mujeres, pero son sólo mujeres, no militantes feministas. Llegaron a sus cargos por la lógica política, no mediante cuotas y reivindicaciones “de género”. Y, sobre todo, no están atadas a las organizaciones feministas militantes ni tienen obligaciones hacia ellas.

La hipótesis de que las organizaciones feministas tengan su propia agenda, es decir que usen la reivindicación de los intereses de todas las mujeres para lograr objetivos propios, se robustece viendo, por ejemplo, cuáles fueron sus metas y sus logros en el último año. (Continuará).


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