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jueves, 29 de marzo de 2018

EL JUEVES PARA SIEMPRE


Hoy es Jueves y, como todos los jueves, en las dos cuadras de mi casa, al lado de la Catedral de Minas, hay feria. Es un día en la semana que no miro con mucha simpatía, porque empieza bastante temprano el ruido de los cajones de verdura, el montaje de los toldos en los puestos, etcétera.

La verdad es que hoy, concretamente, me gustaría que no hubiera feria: porque hoy es el Jueves más importante de la historia, ¡nada menos! Hoy empieza el que ya san Agustín, hace muchos siglos, llamaba “el triduo del crucificado, sepultado y resucitado”, que también se llama Triduo pascual, porque con su celebración se hace presente y se realiza  el misterio de la Pascua, es decir, el misterio del PASO (eso quiere decir Pascua), de Jesucristo de este mundo al Padre.

A las siete de la tarde celebraremos en la Catedral, la Misa de la Cena del Señor. Todos los años celebraba Jesús con sus apóstoles la Pascua, que era la principal de las fiestas judías. Esta vez le encomendó a Pedro y Juan que prepararan todo lo necesario: llevaron el cordero al templo y lo inmolaron, lo trajeron para asarlo… Pienso que la Virgen estaba también en esta celebración de la Pascua: su corazón de Madre intuía perfectamente que era la última pascua, la última cena pascual. Estaría con otras mujeres en un lugar apartado, desde el que veía o escuchaba a Jesús.



Decía el Papa Pablo VI, hace ya muchos años, que el mismo Jesús “quiso dar a aquella reunión tal plenitud de significado, tal riqueza de recuerdo, tal conmoción de palabras y sentimientos, tal novedad de actos y de preceptos, que nunca terminaremos de meditarlos y explorarlos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Se echa encima la muerte, con inauditos presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en confidencia supremas, moviéndose así entre la vida y la muerte”.   

Cuánta razón tenía este Papa santo: falta tiempo en toda la vida para leer y meditar las palabras y los gestos de Jesús en aquella Última Cena. Hoy es el día para abrir el evangelio de san Juan y leer en el capítulo 13: “la víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Este es el resumen de todo lo que entonces sucedió: les dio a los apóstoles, para que lo enseñaran con su vida y su palabra, el “mandamiento nuevo”: Ámense, como yo los he amado. Tomó pan, lo partió y se lo dio mientras decía: “Esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes”. Después, el vino: “Esta es la sangre de la nueva y eterna alianza, que será derramada para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía”.

Así, de esta manera tan divinamente sencilla, instituyó la Eucaristía y el sacerdocio que la hace posible. ¡Qué quieren que les diga!... Es tan grande el Jueves Santo que las palabras resultan pobres, muy pobres…

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