Hoy es Jueves y, como todos los jueves, en las dos cuadras de mi casa,
al lado de la Catedral de Minas, hay feria. Es un día en la semana que no miro
con mucha simpatía, porque empieza bastante temprano el ruido de los cajones de
verdura, el montaje de los toldos en los puestos, etcétera.
La verdad es que hoy, concretamente, me gustaría que no hubiera feria:
porque hoy es el Jueves más importante de la historia, ¡nada menos! Hoy empieza
el que ya san Agustín, hace muchos siglos, llamaba “el triduo del crucificado, sepultado y resucitado”, que también se
llama Triduo pascual, porque con su celebración se hace presente y se
realiza el misterio de la Pascua, es
decir, el misterio del PASO (eso quiere decir Pascua), de Jesucristo de este
mundo al Padre.
A las siete de la tarde celebraremos en la Catedral, la Misa de la Cena
del Señor. Todos los años celebraba Jesús con sus apóstoles la Pascua, que era
la principal de las fiestas judías. Esta vez le encomendó a Pedro y Juan que
prepararan todo lo necesario: llevaron el cordero al templo y lo inmolaron, lo
trajeron para asarlo… Pienso que la Virgen estaba también en esta celebración
de la Pascua: su corazón de Madre intuía perfectamente que era la última
pascua, la última cena pascual. Estaría con otras mujeres en un lugar apartado,
desde el que veía o escuchaba a Jesús.
Decía el Papa Pablo VI, hace ya muchos años, que el mismo Jesús “quiso dar a aquella reunión tal plenitud de
significado, tal riqueza de recuerdo, tal conmoción de palabras y sentimientos,
tal novedad de actos y de preceptos, que nunca terminaremos de meditarlos y
explorarlos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente
triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de
visiones supremas. Se echa encima la muerte, con inauditos presagios de traición,
de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la
palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en
confidencia supremas, moviéndose así entre la vida y la muerte”.
Cuánta razón tenía este Papa santo: falta tiempo en toda la vida para leer
y meditar las palabras y los gestos de Jesús en aquella Última Cena. Hoy es el
día para abrir el evangelio de san Juan y leer en el capítulo 13: “la víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús
sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado
a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Este es el
resumen de todo lo que entonces sucedió: les dio a los apóstoles, para que lo
enseñaran con su vida y su palabra, el “mandamiento nuevo”: Ámense, como yo los
he amado. Tomó pan, lo partió y se lo dio mientras decía: “Esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes”. Después, el
vino: “Esta es la sangre de la nueva y
eterna alianza, que será derramada para el perdón de los pecados. Hagan esto en
conmemoración mía”.
Así, de esta manera tan divinamente sencilla, instituyó la Eucaristía y el
sacerdocio que la hace posible. ¡Qué quieren que les diga!... Es tan grande el
Jueves Santo que las palabras resultan pobres, muy pobres…
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