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lunes, 26 de febrero de 2018

¿CAMINO DE IMPERFECCIÓN?


Hoy es 26 de febrero, un mes traicionero, que se termina enseguida. Tenemos que aprovechar el tiempo. El buen tiempo para pasear, que enseguida empiezan las clases; pero Dios quiera que llueva. El buen tiempo, también, porque en Europa, como se ve, están con un frío desacostumbrado: seis años hace que no nevaba en Roma.

Ya se ve que, en lo que se refiere al tiempo atmosférico, el tan traído y llevado y criticado “cambio climático”, está ahí, desconcertando a todos. Sin embargo, en lo que se refiere a la temperatura espiritual, mantenemos –o, al menos, pretendemos mantener- un nivel parejo, que nos une a todos más allá de fríos y calores, de inundaciones o falta de lluvia.



Ayer entramos en la segunda semana de la Cuaresma y nos viene muy bien recordar algo que escribió san Josemaría en la meditación La conversiónde los hijos de Dios. En ella decía que, para aprovechar la abundante gracia que Dios nos quiere dar durante la Cuaresma, hace falta “mantener el alma joven, invocar al Señor, saber oír, haber descubierto lo que va mal y pedir perdón”.

“Mantener el alma joven”, esto es lo más importante: el alma joven. Porque hay gente joven que de hecho es vieja, y al revés, hombres y mujeres de edad que son realmente jóvenes. Ejemplos sobran. En todo caso, mantener el alma joven es mantener despierta la capacidad de entregarse, de ser generoso, de volver a empezar… Es cultivar el espíritu deportivo del que trata de ganar y, si pierde, intenta ganar el siguiente partido…

Esto, que lo entendemos bien en el terreno humano, se manifiesta también en el ámbito espiritual: las metas humanas se hacen divinas si hay juventud en el alma. ¿Tratamos en esta Cuaresma de ponernos unas metas de renuncia al propio yo, a lo que forma parte de nuestro yo más
íntimo y, no obstante, deberíamos sin lástima luchar para cortarlo de raíz?

Un ejemplo por “elevación al absuro”, puede ser este poema de Miguel D’Ors, titulado CAMINO DE IMPERFECCIÓN:

Joven,
yo era un vanidoso inaguantable.
'Esto va mal', me dijo un día el espejo.
'Tienes que corregirte'.
Al cabo de unas semanas era menos vanidoso.
Unos meses después ya no era vanidoso.
Al año siguiente era un hombre modesto.
Modestísimo.
Uno de los hombres más modestos que he conocido.
Más modesto que cualquiera de ustedes,
o sea
un vanidoso inaguantable
viejo.


Bueno, aprovechemos el tiempo, el de la Cuaresma, irrepetible.

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