Ayer estuve repasando un libro escrito en 1976
por un filósofo y escritor español que se llama Rafael Gómez Pérez. Se llama La minoría cristiana y su último
capítulo se titula La fuerza de la minoría.
Encontré estas afirmaciones: La fuerza
–no la inmediata, la cosechable ahora mismo, sino la que opera en profundidad-
no depende del número, sino de la convicción en las ideas. La fuerza del bien
no está tanto en el número de los que lo hacen cuanto en la convicción con la
que lo realizan. Una convicción firme y sostenida tiene la virtud, además, de
multiplicar la minoría.
Esto me parece importante. Un cambio cultural no
se realiza en un año o dos: es una tarea de “largo aliento”, que necesita el
trabajo perseverante y convencido de hombres y mujeres, de familias sobre todo
(ya hablaremos de esto más extensamente) a lo largo de sus vidas. Y continúa
Gómez Pérez: La primera convicción de la
minoría cristiana ha de ser la de desechar
la canción del lamento. Lamentarse es la contrapartida del no hacer, la
coartada para no poner la acción siempre posible. En la minoría cristiana, una
tónica de lamento es falta de esperanza y de fe: fallar en la seguridad de que
Dios no puede perder. (…) La minoría cristiana sabe que incluso una sola
persona –aunque fuese la única- es importante. Desafía, como David a Goliat,
las leyes de los grandes números.
Fue en tercero de liceo cuando se me despertó el
gusto por la poesía; fue cuando supe que en el siglo XV, en España, había
vivido un señor que se llamaba Jorge Manrique, que compuso unas Coplas a la muerte de su padre… Fue una
revelación: Recuerde el alma dormida/ avive
el seso y despierte/ contemplando cómo se pasa la vida/ cómo se viene la muerte
tan callando/ cuán presto se va el placer/ cómo después de acordado da
dolor/cómo a nuestro parecer/cualquiera tiempo pasado fue mejor.
Las Coplas
son una obra de arte, que puede mover a muchos a plantearse los temas capitales
de la existencia: ¿quiénes somos, adónde vamos, que sentido tiene mi vida? El
problema se da cuando un cristiano se queda en el final de la primera estrofa,
creyendo que cualquier tiempo pasado fue mejor que el que le toca vivir aquí y
ahora.
Los invito a seguir leyendo las Coplas y tenerlas presente, no para
lamentarse, sino para compartirlas después de haberlas meditado: puede ser un buen ejercicio de nueva evangelización.
Este mundo
es el camino /para el
otro, qu'es morada sin pesar/mas cumple
tener buen tino para andar esta jornada sin
errar/. Partimos cuando nacemos/ andamos mientras vivimos y llegamos/al tiempo
que feneçemos/así que cuando morimos, descansamos..
Este mundo bueno fue /si bien usásemos dél como debemos /porque, según nuestra fe /es para ganar aquél que atendemos./ Aun aquel hijo de Dios para subirnos al cielo/ descendió a nacer acá entre nos/ y a vivir en este suelo do murió.
Este mundo bueno fue /si bien usásemos dél como debemos /porque, según nuestra fe /es para ganar aquél que atendemos./ Aun aquel hijo de Dios para subirnos al cielo/ descendió a nacer acá entre nos/ y a vivir en este suelo do murió.
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