Ayer me pasó algo que quiero compartir
con ustedes. A las 12 del mediodía celebré la Misa en la capilla Madre de
Misericordia, en la cumbre del cerro del Verdún. Invité a bajar en la camioneta
a un padre de familia, joven y gordo, al que sin duda le había costado bastante
subir el cerro. Aceptó encantado, con su hija, una chiquilina de 10 años,
Federica. También subieron a la camioneta dos señoras.
El viaje no dura más de tres
minutos, es poco lo que se puede conversar. El padre de familia me preguntó si
yo “trabajaba” aquí, en Minas. – Sí, contesté, soy el obispo. Entonces
intervino Federica, que iba en el asiento de atrás con las dos señoras: -
¿Obispo? ¡Ah, como en Esperanza mía!
Bueno, este fue el hecho y la
conclusión obvia: las series ocupan hoy un enorme tiempo de grandes y chicos, y
tienen una influencia muy grande en la formación de la cultura. Hacen mucha
falta buenas historias y buenos guionistas y productores que estén dispuestos a
invertir en ellas, para hacer buenas series, que atrapen y transmitan un sentido
cristiano de la vida.
Punto y aparte. No voy a
ponerme a criticar una serie que tuvo nada menos que 192 capítulos y la vieron
no se cuántos cientos de miles de espectadores en medio mundo. Lo que quiero
decir es que la “nueva evangelización”, a la que nos convocó Juan Pablo II hace
treinta años en Uruguay, requiere mujeres y hombres que empiezan y terminan
cada día con un ardor siempre renovado de conquistar este mundo nuestro para
Cristo. Y es evidente que esto es cuestión de oración y de transpiración, de
oración y trabajo.
Nos dijo el Papa: El
renovado ardor apostólico que se requiere en nuestros días para la
evangelización, arranca de un reiterado acto de confianza en Jesucristo: porque
El es quien mueve los corazones; El es el único que tiene palabras de vida para
alimentar a las almas hambrientas de eternidad; El es quien nos transmite su
fuego apostólico en la oración, en los sacramentos y especialmente en la
Eucaristía. “He venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?”
(Lc12, 49). Estas ansias
de Cristo siguen vivas en su Corazón.
Ayer de tarde, hablando con el P. Jarek, rector
del Santuario de la Virgen del Verdún, le conté el comentario de Federica… Me
dijo que él, más de una vez, cuando lo reconocen por la calle como sacerdote,
porque usa el clergyman, oye lo mismo: - ¡Mirá, igual que Esperanza mía! Bueno, al menos rescato esto, no es poco…
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