En la década del 50, el gran
Federico Fellini hizo una película que ha pasado a la historia del cine: La Strada, la calle. Los protagonistas
fueron la esposa de Fellini, Giulietta Masini, y Anthony Quinn. Los menos jóvenes estoy seguro de que la
recordarán; además, se encuentra en Youtube.
Anthony Quinn era Zampanó, un
tipo bruto, brutísimo, que se ganaba la vida haciendo un espectáculo de circo
ambulante. Giulietta Masini era Gelsomina, una pobre chica, inolvidable, que no
tenía más remedio que acompañarlo y, a pesar de lo bruto que era y lo mal que
la trataba, ella insistía en ayudarlo y ponía el alma en su trabajo de
presentación de Zampanó cuando llegaban a un pueblo. Gelsomina en un momento
extraordinario de la película, pierde la paciencia y le grita: - Bisogna pensare, Zampanó, bisogna
pensare!... ¡Hay que pensar!...
No se me olvida esa
advertencia, aunque han pasado años… Y hoy me lo repito, recordando lo que nos
dijo Juan Pablo II acerca del ardor que debemos poner a la hora de la nueva
evangelización: ¡hay que pensar, meditar! Primero nos dejó una definición: Sentir ardor apostólico significa tener
hambre de contagiar a otros la alegría de la fe.
A continuación, por si a
alguno se le despertaba la inquietud de no avasallar al prójimo, aclaró: Ciertamente respetando la libertad del
prójimo, lo cual no quiere decir indiferencia respecto a la verdad que Dios nos
ha revelado. La aclaración es importante: si Dios es el que nos ha
hablado por medio de Jesucristo, ¿cómo podré permanecer encogido de hombros,
diciendo “a mí no me interesa”?
El Papa dio un paso más, citando lo que el mismo Jesús decía
acerca de su enseñanza: “La palabra que oyen no es mía, sino de
Aquel que me ha enviado” (Jn 14, 24), es decir, recurre a
la autoridad de Dios para testificar la verdad de lo que enseña. De aquí extrajo
el Papa una segunda explicación y otra conclusión: El cristiano, por tanto, no da
testimonio de un hallazgo humano, sino de una certeza que procede de Dios. Por
eso, en un clima de diálogo sincero y de amistad, no puede ocultar nunca su fe
o prescindir de ella en el enfoque y en la resolución de las distintas
cuestiones que plantea la convivencia entre los hombres.
Por hoy nos quedamos aquí. Hay una anécdota histórica del rector
de la Universidad catalana de Cervera, que ya no existe. En 1827, estando de
visita el rey Fernando VII, monarca absoluto, frente al que no convenía para
nada disentir, dijo el rector en el colmo de la adulación más rastrera: ¡Lejos de nosotros la funesta manía de
pensar!
A Gelsomina no le habría gustado escuchar esto, nada menos que de
los labios de un rector de universidad: ¡es necesario pensar! Pensar y meditar
despacio lo que nos dijo Juan Pablo II cuando estuvo entre nosotros. Hay más, ¡mucho
más!...Seguiremos.
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