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martes, 5 de diciembre de 2017

EL ARTE DE LOS PRIMEROS PASOS

 Estamos pasando el ecuador de nuestra Novena de preparación para la fiesta grande de la Inmaculada Concepción, que en Minas celebraremos de modo especial porque es la patrona de nuestra diócesis. A ella, la Purísima Concepción de Minas, está dedicada la Catedral y en la solemnidad de la Virgen sacaremos en procesión su imagen, una antigua talla preciosa que durante el año está en un salón de la parroquia: el Salón de la Purísima.



Estoy contento porque desde hace dos días tenemos instalado el nuevo portón de la Catedral. Cuando pintamos toda la fachada hubo que sacarlo y cortar un poco el muro, para que pudiera entrar la máquina, de esto hace ya unos cuantos meses.

Se ve que no fue fácil el trabajo y supongo que el herrero tenía mucho trabajo, porque tardó bastante en entregar el portón nuevo, pero ahora ya está instalado. Cuando el P. Pablo, párroco de la Catedral, le preguntaba cómo iba el trabajo, contestaba “va marchando, va marchando”…

¿Por qué les cuento estas cosa doméstica? Por la cercanía del 8 de Diciembre. La fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen podría, equivocadamente, hacer pensar a alguien que ella fue una mujer excepcional, que apenas rozaba la vida ordinaria, con todo lo que trae consigo. Sería un error grande: María fue la llena de gracia desde el primer instante de su existencia, lo cual quiere decir que tuvo una perfecta santidad y no conoció la inclinación al pecado con la que todos venimos al mundo.

Pero Ella, como nosotros, fue creciendo en su fe. San Juan Pablo II enseñaba: “María era la primera en la peregrinación de la fe, era la más iluminada, pero también la más sometida a la prueba en la aceptación del misterio. A ella le tocaba aceptar el plan divino, adorado y meditado en el silencio de su corazón.

Por aquí tenemos que ir, ¿no les parece? Hay una oración que en un tiempo especialmente difícil de su vida compuso Saint Exupéry, el famoso autor de El Principito, que empieza así: “No pido milagros y visiones, Señor, pido la fuerza para la vida diaria. Enséñame el arte de los pequeños pasos”. La oración sigue, pero hoy nos quedamos aquí. Seguiremos.




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