14 de septiembre, fiesta de la
Exaltación de la Santa Cruz: ella es la señal del cristiano, y tenemos que
aprender a llevarla como Jesús la llevó. Una escena inolvidable de La Pasión, recuerdan, es el momento en
que le cargan la enorme Cruz sobre su hombro y Jesús le da un beso, con un
amor…
Es verdad que alguna vez puede
llegarnos una cruz especialmente pesada, pero pocas veces. En el matrimonio, en
cambio, es relativamente fácil, si no se está vigilante, inventarse cruces y
sufrir como un cierto masoquismo con ellas… Esto –tengo que decirlo- es más
fácil que le pase a las mujeres, porque de por sí son más complicadas que los
hombres.
Un ejemplo: Juan viene y dice
desconcertado: - Yo no sé qué le pasa a mi esposa, pero hace tres días que no
me habla. Cuando le pregunto si hay algo que hice mal, que no entiendo por qué
no me habla, no dice nada, pero se le nota que está sufriendo y a mí me hace
sufrir, claro…
Una semana después le pregunto
a Juan: - ¿Pasó la tormenta? – Sí, pasó, por fin desembuchó: fue un drama, pero
desembuchó. Ahora, si alguien me explica…, porque yo sigo sin entenderla. El
problema fue que yo me fui de viaje cuatro días y antes de salir le pregunté: ¿qué
querés que te traiga? Me contestó: - Nada, nada, no me traigas nada. Bueno, no
le traje nada. Y ese fue el motivo por el que no me habló en tres días.
Sufrió ella y lo hizo sufrir a
él. ¿Tiene arreglo esto? Sí, claro que tiene arreglo: ella tiene que aprender a
ser sencilla, a decirle las cosas con claridad, a no crearse ilusiones…,
aprender en definitiva que se casó con un hombre. En todo caso, no hay derecho
a pasarlo mal y a hacérselo pasar mal por pavadas de ese estilo.
Los ejemplos pueden
multiplicarse, pero resulta que, según Costanza Miriano, hoy por hoy el peligro
mayor del matrimonio es otro: se trata de a crisis devastadora de las identidades
masculina y femenina, la falta de hombres y de mujeres de verdad y, como
consecuencia, de matrimonios que funcionen. Que no es exactamente lo mismo que
hablar de las crisis que, después de los años ochenta, afectaron a las
alfombras, a los macarrones al vodka o a los polos color salmón: la unión
estable entre un hombre y una mujer es necesaria para transmitir la vida de la
especie en unas condiciones mínimas de serenidad.
Hablamos aquí, quisiéramos
hablar, de ser hombre en plenitud. Una plenitud que procede ante todo de una
respuesta libre al amor de Dios, pero una respuesta que el hombre puede dar en
el matrimonio sólo cuando encuentra en la mujer, en una mujer como es debido,
al otro sí mismo del que habla el Génesis.
Pienso que tiene razón. Como
es un tema para exprimir, lo dejamos para la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario