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jueves, 14 de septiembre de 2017

SUFRE Y HAZ SUFRIR (MATRIMONIO-3)

14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz: ella es la señal del cristiano, y tenemos que aprender a llevarla como Jesús la llevó. Una escena inolvidable de La Pasión, recuerdan, es el momento en que le cargan la enorme Cruz sobre su hombro y Jesús le da un beso, con un amor…

Es verdad que alguna vez puede llegarnos una cruz especialmente pesada, pero pocas veces. En el matrimonio, en cambio, es relativamente fácil, si no se está vigilante, inventarse cruces y sufrir como un cierto masoquismo con ellas… Esto –tengo que decirlo- es más fácil que le pase a las mujeres, porque de por sí son más complicadas que los hombres.

Un ejemplo: Juan viene y dice desconcertado: - Yo no sé qué le pasa a mi esposa, pero hace tres días que no me habla. Cuando le pregunto si hay algo que hice mal, que no entiendo por qué no me habla, no dice nada, pero se le nota que está sufriendo y a mí me hace sufrir, claro…



Una semana después le pregunto a Juan: - ¿Pasó la tormenta? – Sí, pasó, por fin desembuchó: fue un drama, pero desembuchó. Ahora, si alguien me explica…, porque yo sigo sin entenderla. El problema fue que yo me fui de viaje cuatro días y antes de salir le pregunté: ¿qué querés que te traiga? Me contestó: - Nada, nada, no me traigas nada. Bueno, no le traje nada. Y ese fue el motivo por el que no me habló en tres días.

Sufrió ella y lo hizo sufrir a él. ¿Tiene arreglo esto? Sí, claro que tiene arreglo: ella tiene que aprender a ser sencilla, a decirle las cosas con claridad, a no crearse ilusiones…, aprender en definitiva que se casó con un hombre. En todo caso, no hay derecho a pasarlo mal y a hacérselo pasar mal por pavadas de ese estilo.

Los ejemplos pueden multiplicarse, pero resulta que, según Costanza Miriano, hoy por hoy el peligro mayor del matrimonio es otro: se trata de  a crisis devastadora de las identidades masculina y femenina, la falta de hombres y de mujeres de verdad y, como consecuencia, de matrimonios que funcionen. Que no es exactamente lo mismo que hablar de las crisis que, después de los años ochenta, afectaron a las alfombras, a los macarrones al vodka o a los polos color salmón: la unión estable entre un hombre y una mujer es necesaria para transmitir la vida de la especie en unas condiciones mínimas de serenidad. 

Hablamos aquí, quisiéramos hablar, de ser hombre en plenitud. Una plenitud que procede ante todo de una respuesta libre al amor de Dios, pero una respuesta que el hombre puede dar en el matrimonio sólo cuando encuentra en la mujer, en una mujer como es debido, al otro sí mismo del que habla el Génesis.

Pienso que tiene razón. Como es un tema para exprimir, lo dejamos para la próxima.





     

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