Es sábado 2 de septiembre y
estoy muy contento porque en la Casa de retiros del Verdún hay 36 señoras,
casadas y solteras, haciendo un Cursillo de Cristiandad. Han venido de Minas,
de Batlle y Ordóñez, de Aiguá y Mariscala, de José P. Varela y no sé si me
olvido de alguna localidad. (Entre paréntesis les diré que, por lo general, las
mujeres del interior tienen una base humana de fortaleza que no deja de
asombrarme. La han cultivado desde niñas. Muchas de ellas, cuando eran chicas,
han ido a una escuela rural, caminando por el medio del campo muchas cuadras,
con frío en invierno, lloviendo, para tomar un ómnibus; o en bicicleta o a
caballo… Después siguieron el liceo, separadas de sus familias muchas veces, y
no digamos cuando si se fueron a Montevideo a estudiar, qué difícil… En fin,
vamos a nuestro tema, porque este solo da para mucho más).
Ayer expuse algunas ideas de la reina
Sofía acerca de cómo concebía ella su papel de reina y, por extensión, el de la
mujer en particular. Y comenté que, cuando las leí, hace veinte años, en el
libro de Pilar Urbano, LA REINA, sus
palabras me habían resultado conocidas. En efecto, fue el Papa Juan Pablo II el
que dos años antes de la publicación del libro, había escrito esas mismas cosas
en la CARTA A LAS MUJERES, del 29 de
junio de 1995.
No sé si la reina Sofía habrá
leído antes al Papa o si lo que dijo era
fruto de su propio pensamiento. Lo que importa es subrayar la fina sintonía con
unas ideas que son claras, profundas y de valor permanente. Escribió Juan Pablo
II en ese documento: La Iglesia ve en María la máxima expresión del «genio
femenino» y encuentra en Ella una
fuente de continua inspiración. María se ha autodefinido «esclava del Señor» (Lc 1, 38). Por su obediencia a
la Palabra de Dios, Ella ha acogido su vocación privilegiada, nada fácil, de
esposa y de madre en la familia de Nazaret. Poniéndose al servicio de Dios, ha
estado también al servicio de los hombres: un servicio de amor. Precisamente
este servicio le ha permitido realizar en su vida la experiencia de un
misterioso, pero auténtico « reinar ». No es por casualidad que se la
invoca como «Reina del cielo y de la tierra». Con este título la invoca toda la
comunidad de los creyentes, la invocan como «Reina» muchos pueblos y naciones. ¡Su « reinar » es servir! ¡Su servir es « reinar »!
Y añadió algo no menos
importante: De este modo debería
entenderse la autoridad, tanto en la familia como en la sociedad y en la
Iglesia. (…) En esto consiste el «reinar» materno de María. Siendo, con todo su
ser, un don para el Hijo, es un don también para los hijos e hijas de
todo el género humano, suscitando
profunda confianza en quien se dirige a Ella para ser guiado por los difíciles
caminos de la vida al propio y definitivo destino trascendente. A esta meta
final llega
cada uno a través de las etapas de la propia vocación, una meta que orienta el
compromiso en el tiempo tanto del hombre como de la mujer.
Son pensamientos, profundos, que estoy seguro
enriquecen a todos. Antes de darles la bendición, hago una sugerencia: cuando
puedan, busquen los auriculares y re-escuchen estas ideas: estamos en tiempo de
construir sobre cimientos hondos, firmes. Por eso es importante meditar y
ponderar en el corazón, como hacía la Virgen, tanta riqueza.
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