Hoy es martes 26 de septiembre. Ayer empezamos a introducirnos en
la templanza, virtud por demás importante que, no obstante, despierta muy poco interés, sobre todo entre la gente
joven pero no sólo en ellos.
¿En qué se nota?... Bueno, está por ejemplo el cuento del señor
que llega a la fiesta y, cuando el mozo se acerca y le ofrece algo para beber
-¿vino, cerveza, whisky?...- el señor contesta seriamente: - Está bien, sí, en
ese orden. No resulta fácil explicar la necesidad de la sobriedad, de la moderación,
de la templanza, porque uno puede encontrarse con justificaciones como estas:
¿qué hay de malo en pasarla bien? Si yo no le hago mal a nadie… ¿Por qué no
puedo gastarme el dinero en lo que quiero y puedo comprar?
Por otro lado, si fumar marihuana da placer y es legal; si, en
general, cada vez hay más cosas, más lindas y más baratas, ¿por qué me voy a
controlar? O, desde otro ángulo, recuerdo que antes de Semana Santa les pregunté
a los chicos de sexto año de un colegio, en Minas, qué iban a hacer durante
esos días, y me respondieron: - Me voy a Miami, me voy a Punta Cana, me voy a
Disneylandia y a otros sitios… ¿Será que los tiempos han cambiado tanto y esto
resulta normal? Pero, ¿es bueno esto? Bueno para que los chicos lleguen a tener
una vida buena?
Tengo bien presente, a su vez, lo que me contó hace ya muchos
años, el profesor de un colegio de Montevideo. – Fíjese: en la última reunión
de padres les dije, “ustedes no pueden darle a sus hijos 500 pesos para que los
gasten el fin de semana” (era mucha plata 500 pesos), y uno de los padres me
dijo: - ¿Y por qué no? Yo hago con mi plata lo que quiero.
En fin, la casuística es inagotable: la falta de moderación está
presente en todos los terrenos, incluso en uno, tan inocente, como el de los
cumpleaños infantiles. Resulta que se dan verdaderas competencias entre los
padres a ver cuál es más original: payasos, juegos inflables, regalos inverosímiles,
tortas gigantes, sorpresas…
En este panorama, tan fomentado por todos los medios, hay que
entender algo que explicaba Juan Pablo II al hablar de esta virtud: El hombre moderado es el que es dueño de sí.
Aquel en que las pasiones no predominan sobre la razón, la voluntad e incluso
el “corazón”. ¡El hombre que sabe dominarse! Si esto es así, nos damos cuenta
fácilmente del valor tan fundamental y radical que tiene la virtud de la
templanza. Esta resulta nada menos que indispensable para que el hombre “sea”
plenamente hombre. Basta ver a alguien que ha llegado a ser “víctima” de las
pasiones que lo arrastran, renunciando por sí mismo al uso de la razón (como
por ejemplo un alcohólico, un drogado), y constatamos que “ser hombre” quiere
decir respetar la propia dignidad y, por ello y además de otras cosas, dejarse
guiar por la virtud de la templanza.
Como se ve el tema es importante. Pero falta conocer razones para
entender bien la necesidad de practicar la virtud de la templanza. Seguiremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario