Es miércoles 27 de septiembre y tengo bien presente hoy al Beato Álvaro del Portillo. Hace tres años, en Madrid, fue una fiesta inolvidable su
beatificación. A él me encomiendo y los encomiendo a todos.
Estamos tratando de la templanza, a la que también llamamos
sobriedad. ¿Verdad que nos suena una palabra parecida? Ebrio. Sobrio, en su origen, significaba lo contrario de ebrio: el que es
moderado en el vino. Después se extendió a la moderación en todos los aspectos
de la vida.
Fíjense cómo lo explicaba Juan Pablo II: A esta virtud se la llama también “sobriedad”. Es verdaderamente
acertado que sea así. Pues, en efecto, para poder dominar las propias pasiones
(los impulsos espontáneos de la SALIGEP, ¿se acuerdan?, sobre todo por lo que hace
a la lujuria y a la gula, pero también a la ira, a la soberbia, a la envidia…),
no debemos ir más allá del límite justo
en relación con nosotros mismos y nuestro “yo inferior”. Si no respetamos este
justo límite, no seremos capaces de dominarnos.
El Papa salía al cruce de un equívoco: esto no quiere decir, explicaba, que el hombre virtuoso, sobrio, no pueda ser “espontáneo”, ni pueda
gozar, ni pueda llorar, ni pueda expresar los propios sentimientos; es decir,
no significa que deba hacerse insensible, “indiferente”, como si fuera de hielo
o de piedra. ¡No! ¡De ninguna manera! Es suficiente mirar a Jesús para
convencerse de ello.
Y agregó: Jamás se ha
identificado la moral cristiana con la estoica (la moral estoica decía un
rotundo NO a las pasiones, que perturban la razón). Al contrario, considerando toda la riqueza de afectos y la emotividad
de que todos los hombres están dotados —si bien de modo distinto: de un modo el
hombre y de otro la mujer, a causa de la propia sensibilidad—, hay que
reconocer que el hombre no puede alcanzar esta espontaneidad madura, si no es a
través de un serio trabajo sobre sí mismo y una “vigilancia” particular sobre
todo su comportamiento. En esto consiste, por tanto, la virtud de la
“sobriedad”.
Quisiera subrayar lo de “un
serio trabajo sobre sí mismo” como condición para alcanzar una espontaneidad madura. ¿Cómo explicarlo?
No sé si conocen la historia del caballo de Alejandro Magno, Bucéfalo. Era un animal
sumamente nervioso, nadie había podido montarlo. Alejandro lo consiguió. Mandó
que lo sostuvieran mirando al sol: es que se asustaba de su propia sombra el
bicho… Y lo mantuvo a rienda corta… Se fue calmando y lo sirvió en todas sus
batallas con gran nobleza y valentía. Su “espontaneidad” se hizo madura…
También nosotros, los hombres, necesitamos domarnos. La tendencia
al placer, a lo fácil, a lo que me gusta, al yo-mi-me-conmigo es muy fuerte. Es
necesario ejercitarse permanentemente, en todos los ámbitos, para tener dominio
sobre uno mismo. Educar a los hijos en este nivel no es fácil, pero es bien
posible. Seguiremos.
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