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viernes, 29 de septiembre de 2017

UN MOTIVO PARA LA SOBRIEDAD (La Templanza y 5)

Hoy, 29 de septiembre, celebramos en la Iglesia a los tres Arcángeles que aparecen en la Sagrada Escritura con su nombre propio: San Miguel, San Gabriel y San Rafael. ¡Qué importante conocerlos, pedirles ayuda, tener amistad con ellos! A ellos les encomiendo de modo especial que las consideraciones que venimos haciendo sobre la virtud de la templanza, la sobriedad, tan necesaria siempre y más en este tiempo nuestro de consumismo fomentado por tantos medios, encuentren eco en ustedes y sepamos cada uno vivir esta preciosa virtud  y enseñar a vivirla, en primer lugar, a los hijos. Sé que no es fácil, pero hay poner los medios.



Educar a los hijos en la sobriedad reclama en primer lugar, como es obvio, que la pauta de sobriedad esté marcada por los padres. No se me olvida algo del primer tiempo de mi sacerdocio, recién ordenado y viviendo en Madrid. Un chico que hablaba conmigo (16 años) me contó un día que se habían mudado de apartamento, y que estaban mejor (era una familia numerosa), no tan apretados como antes. Y agregó: - Bueno, por ahora estamos comiendo sobre unos cajones, porque no tenemos mesa en el comedor. - ¿Y eso?... - ¡Uy, usted no sabe!  Hasta que mi madre se decida por una podemos pasar un mes: ella mira, consulta precios, va a subastas, habla con mi padre y después concreta la compra.

Me lo contaba con naturalidad, como algo normal. Y me consta que el padre tenía un muy buen trabajo y que ganaba bien… Y sé también que en su casa sólo había Coca-Cola los días de fiesta; y que la ropa pasaba de un hermano a otro… En fin, ¿se entiende por dónde va la educación de la sobriedad en los hijos? David Isaacs dice algo importante: hay una finalidad más importante que debería regir el modo de actuar de cada uno. Cada persona debe responsabilizarse de su propia vida, de tal modo que utilice bien lo que posee, al servicio de Dios y de los demás. No sólo se trata de no hacer daño, sino también de hacer bien. No se trata de gastar el dinero y el tiempo propios para el propio placer sino para el propio bien y el bien de los demás. Esto es justicia consigo mismo y con los demás.

Por otra parte, ¿cómo no tener presentes las palabras de Jesús, tan exigentes y liberadoras? Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas (Mt 6, 24s). Y en otro momento nos dijo que la puerta para entrar en el Cielo es angosta y que hay que exigirse para entrar por ella: es obvio que no se trata sólo de adelgazar…, aunque no podemos olvidar que un problema muy serio que tenemos en Uruguay es el de la obesidad.

En fin, cuando Juan Pablo II habló de la sobriedad, dijo al final de su catequesis: Es necesario que termine aquí, aunque estoy convencido de que el tema queda interrumpido, más bien que agotado. Yo me apropio de estas palabras y termino aquí.


jueves, 28 de septiembre de 2017

SAL SIN SABOR (La templanza-4)

Estamos tratando de la templanza, de la sobriedad, y pienso que no pocas personas quisieran encontrar una especie de catálogo de normas, de prohibiciones a las cuales atenerse en esta materia. Lo siento, pero ese prontuario no existe. En cambio, sí existen unos principios generales que cada uno –especialmente pienso en los padres y madres de familia- tiene que ver cómo los lleva a la práctica.



Uno de esos principios es que somos nosotros, los cristianos, los que debemos ser sal de la tierra. Y hay que estar vigilantes, porque es tal la cantidad de mundanidad que respiramos, que es muy fácil disolver la sal y que se vuelva insípida. Si nos dejamos llevar por lo que “está de moda” y, por ejemplo, se hacen gastos desproporcionados para descansar; si uno percibe su inquietud porque acaba de salir el último modelo de celular y no para hasta que lo consigue; si no tenemos control en la bebida o en la comida, con sus lógicas consecuencias de pérdida del dominio de uno mismo; etcétera, etcétera, todos estos y otros muchos más son modos de ir disolviendo nuestra sal.

Otro principio o criterio es que vivimos en sociedad, con otras personas, y que no puede resultarme indiferente cómo viven, especialmente las que tengo más cerca: empleados o que de algún modo dependen de mí. ¿Qué tienen, qué no tienen, cómo podría ayudarlos más allá de lo que es “justo según la ley”?... Esto es así, sencillamente, porque somos cristianos, hijos de Dios, nada más y nada menos que por eso.

Otras referencias, muy profundas, las presentaba el Papa San Juan Pablo II hablando de la templanza. Decía: esta virtud exige de cada uno de nosotros una humildad específica en relación con los dones que Dios ha puesto en nuestra naturaleza humana. Yo diría la “humildad del cuerpo” y la “del corazón”. Esta humildad es condición imprescindible para la “armonía” interior del hombre, para la belleza “interior” del hombre. Reflexionemos bien sobre ello todos, y en particular los jóvenes y, más aún, las jóvenes en la edad en que hay tanto afán de ser hermosos o hermosas para agradar a los otros. Acordémonos de que el hombre debe ser hermoso sobre todo interiormente. Sin esta belleza, todos los esfuerzos encaminados al cuerpo no harán —ni de él, ni de ella— una persona verdaderamente hermosa.

Por otra parte, se preguntaba, ¿no es precisamente el cuerpo el que padece perjuicios sensibles y con frecuencia graves para la salud, si al hombre le falta la virtud de la templanza, de la sobriedad? A este propósito podrían decir mucho las estadísticas y las fichas clínicas de todos los hospitales del mundo. También tienen gran experiencia de ello los médicos que trabajan en consultorios a los que acuden esposos, novios y jóvenes. Es verdad que no podemos juzgar la virtud basándonos exclusivamente en criterios de la salud psico-física; pero sin embargo, hay pruebas abundantes de que la falta de virtud, de templanza, de sobriedad, perjudica a la salud.

Es todo muy práctico, ¿no les parece? Ojalá nuestro “termómetro interior” funcione bien, para saber discernir lo que es bueno y mejor para mí y para mi familia en relación con la sobriedad. Qué importante, en esta materia en particular, el diálogo entre los esposos y, más en concreto todavía, el diálogo para discernir cómo educar a los hijos en la sobriedad. 



miércoles, 27 de septiembre de 2017

COMO BUCÉFALO (La templanza-3)

Es miércoles 27 de septiembre y tengo bien presente hoy al Beato Álvaro del Portillo. Hace tres años, en Madrid, fue una fiesta inolvidable su beatificación. A él me encomiendo y los encomiendo a todos.

Estamos tratando de la templanza, a la que también llamamos sobriedad. ¿Verdad que nos suena una palabra parecida? Ebrio. Sobrio, en su origen, significaba lo contrario de ebrio: el que es moderado en el vino. Después se extendió a la moderación en todos los aspectos de la vida.

Fíjense cómo lo explicaba Juan Pablo II: A esta virtud se la llama también “sobriedad”. Es verdaderamente acertado que sea así. Pues, en efecto, para poder dominar las propias pasiones (los impulsos espontáneos de la SALIGEP, ¿se acuerdan?, sobre todo por lo que hace a la lujuria y a la gula, pero también a la ira, a la soberbia, a la envidia…), no debemos ir más allá del límite justo en relación con nosotros mismos y nuestro “yo inferior”. Si no respetamos este justo límite, no seremos capaces de dominarnos.


El Papa salía al cruce de un equívoco: esto no quiere decir, explicaba, que el hombre virtuoso, sobrio, no pueda ser “espontáneo”, ni pueda gozar, ni pueda llorar, ni pueda expresar los propios sentimientos; es decir, no significa que deba hacerse insensible, “indiferente”, como si fuera de hielo o de piedra. ¡No! ¡De ninguna manera! Es suficiente mirar a Jesús para convencerse de ello.

Y agregó: Jamás se ha identificado la moral cristiana con la estoica (la moral estoica decía un rotundo NO a las pasiones, que perturban la razón). Al contrario, considerando toda la riqueza de afectos y la emotividad de que todos los hombres están dotados —si bien de modo distinto: de un modo el hombre y de otro la mujer, a causa de la propia sensibilidad—, hay que reconocer que el hombre no puede alcanzar esta espontaneidad madura, si no es a través de un serio trabajo sobre sí mismo y una “vigilancia” particular sobre todo su comportamiento. En esto consiste, por tanto, la virtud de la “sobriedad”.

Quisiera subrayar lo de “un serio trabajo sobre sí mismocomo condición para alcanzar una espontaneidad madura. ¿Cómo explicarlo? No sé si conocen la historia del caballo de Alejandro Magno, Bucéfalo. Era un animal sumamente nervioso, nadie había podido montarlo. Alejandro lo consiguió. Mandó que lo sostuvieran mirando al sol: es que se asustaba de su propia sombra el bicho… Y lo mantuvo a rienda corta… Se fue calmando y lo sirvió en todas sus batallas con gran nobleza y valentía. Su “espontaneidad” se hizo madura…


También nosotros, los hombres, necesitamos domarnos. La tendencia al placer, a lo fácil, a lo que me gusta, al yo-mi-me-conmigo es muy fuerte. Es necesario ejercitarse permanentemente, en todos los ámbitos, para tener dominio sobre uno mismo. Educar a los hijos en este nivel no es fácil, pero es bien posible. Seguiremos.

martes, 26 de septiembre de 2017

SI NO LE HAGO MAL A NADIE (Templanza-2)

Hoy es martes 26 de septiembre. Ayer empezamos a introducirnos en la templanza, virtud por demás importante que, no obstante, despierta  muy poco interés, sobre todo entre la gente joven pero no sólo en ellos.

¿En qué se nota?... Bueno, está por ejemplo el cuento del señor que llega a la fiesta y, cuando el mozo se acerca y le ofrece algo para beber -¿vino, cerveza, whisky?...- el señor contesta seriamente: - Está bien, sí, en ese orden. No resulta fácil explicar la necesidad de la sobriedad, de la moderación, de la templanza, porque uno puede encontrarse con justificaciones como estas: ¿qué hay de malo en pasarla bien? Si yo no le hago mal a nadie… ¿Por qué no puedo gastarme el dinero en lo que quiero y puedo comprar?



Por otro lado, si fumar marihuana da placer y es legal; si, en general, cada vez hay más cosas, más lindas y más baratas, ¿por qué me voy a controlar? O, desde otro ángulo, recuerdo que antes de Semana Santa les pregunté a los chicos de sexto año de un colegio, en Minas, qué iban a hacer durante esos días, y me respondieron: - Me voy a Miami, me voy a Punta Cana, me voy a Disneylandia y a otros sitios… ¿Será que los tiempos han cambiado tanto y esto resulta normal? Pero, ¿es bueno esto? Bueno para que los chicos lleguen a tener una vida buena?

Tengo bien presente, a su vez, lo que me contó hace ya muchos años, el profesor de un colegio de Montevideo. – Fíjese: en la última reunión de padres les dije, “ustedes no pueden darle a sus hijos 500 pesos para que los gasten el fin de semana” (era mucha plata 500 pesos), y uno de los padres me dijo: - ¿Y por qué no? Yo hago con mi plata lo que quiero.

En fin, la casuística es inagotable: la falta de moderación está presente en todos los terrenos, incluso en uno, tan inocente, como el de los cumpleaños infantiles. Resulta que se dan verdaderas competencias entre los padres a ver cuál es más original: payasos, juegos inflables, regalos inverosímiles, tortas gigantes, sorpresas…

En este panorama, tan fomentado por todos los medios, hay que entender algo que explicaba Juan Pablo II al hablar de esta virtud: El hombre moderado es el que es dueño de sí. Aquel en que las pasiones no predominan sobre la razón, la voluntad e incluso el “corazón”. ¡El hombre que sabe dominarse! Si esto es así, nos damos cuenta fácilmente del valor tan fundamental y radical que tiene la virtud de la templanza. Esta resulta nada menos que indispensable para que el hombre “sea” plenamente hombre. Basta ver a alguien que ha llegado a ser “víctima” de las pasiones que lo arrastran, renunciando por sí mismo al uso de la razón (como por ejemplo un alcohólico, un drogado), y constatamos que “ser hombre” quiere decir respetar la propia dignidad y, por ello y además de otras cosas, dejarse guiar por la virtud de la templanza.

Como se ve el tema es importante. Pero falta conocer razones para entender bien la necesidad de practicar la virtud de la templanza. Seguiremos.


lunes, 25 de septiembre de 2017

LA TEMPLANZA (1)






En este lunes 25 de septiembre quisiera empezar a tratar algo sobre una de las cuatro virtudes cardinales, de la que tenemos especial necesidad: la templanza. Ustedes se preguntarán por qué.

Creo que se entenderá si les cuento esto que me contaron hace unos días. En el supermercado, una mamá está con su hijo de 6 o 7 años, está buscando algo en las góndolas. El hijo, un poco cansado de dar vueltas, le dice entonces a la madre: - Dale mamá, comprame algo. Y la madre: - Pero qué es lo que querés? – No sé, algo. La madre, en buen tono: - Si algo no te hace falta no se compra, porque cuesta trabajo ganar la plata, ¿entendiste?

La mamá, con su respuesta, estaba educando a su hijo en la virtud de la templanza o, si se quiere, en la sobriedad, virtud que hoy por hoy es especialmente necesaria.
En 1978 el Papa Juan Pablo I había empezado a tratar sobre las virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad. Y se proponía seguir con las virtudes cardinales, cuando Dios se lo llevó al Cielo. Llegó Juan Pablo II y retomó las catequesis. Cuando habló de la virtud de la templanza empezó refiriéndose a las virtudes en general. Dijo: Cuando hablamos de las virtudes —no sólo de estas cardinales, sino de todas o de cualquiera de las virtudes— debemos tener siempre ante los ojos al hombre real, al hombre concreto. La virtud no es algo abstracto, distanciado de la vida, sino que, por el contrario, tiene “raíces” profundas en la vida misma, brota de ella y la configura. La virtud incide en la vida del hombre, en sus acciones y comportamiento. De lo que se deduce que, en todas estas reflexiones nuestras, no hablamos tanto de la virtud cuanto del hombre que vive y actúa “virtuosamente”; hablamos del hombre prudente, justo, valiente, y hoy precisamente, hablamos del hombre “moderado” (o también “sobrio”).
Enseguida hizo una aclaración importante: El mismo término “templanza” parece referirse en cierto modo a lo que está fuera del hombre. En efecto, decimos que es moderado el que no abusa de la comida, la bebida o el placer; el que no toma bebidas alcohólicas inmoderadamente, no enajena la propia conciencia por el uso de estupefacientes, etc. Pero esta referencia a elementos externos al hombre tiene la base dentro del hombre.
Lo que quería decir, en fin, es lo siguiente: Es como si en cada uno de nosotros existiera un “yo superior” y un “yo inferior”. En nuestro “yo inferior” viene expresado nuestro cuerpo y todo lo que le pertenece: necesidades, deseos y pasiones, sobre todo las de naturaleza sensual. La virtud de la templanza garantiza a cada hombre el dominio del “yo superior” sobre el “yo inferior”. ¿Supone acaso dicha virtud humillación de nuestro cuerpo? ¿O quizá va en menoscabo del mismo? Al contrario, este dominio da mayor valor al cuerpo. La virtud de la templanza hace que el cuerpo y los sentidos encuentren el puesto exacto que les corresponde en nuestro ser humano. Seguiremos.


viernes, 15 de septiembre de 2017

EL LUGAR JUSTO (MATRIMONIO-4)

Continuando con el tema de ayer, algo que escribe Costanza Miriano me da pie para mirar especialmente a la Santísima Virgen en la celebración de hoy: Nuestra Señora de los Dolores.

Escribe Costanza: Si una mujer consigue mantenerse al lado de un hombre en silencio, un silencio concentrado en Dios, que, como dice Santa Teresa de Ávila, es el más poderoso de los clamores, aprenderá lo que es la alegría de ver florecer a una persona junto a ella. Como la pérdida de identidad del hombre ha coincidido con las reivindicaciones feministas, una buena parte del trabajo que hay que hacer será retomar nuestro sitio.

¿Qué quiere decir con esto? Algo realmente importante, que la experiencia me lleva a compartir plenamente. Retomar su sitio quiere decir que la mujer tiene que aprender a no decidirlo todo, permitirle dar su opinión y no presionarlo, así él podrá emerger; y escucharlo, afirma, le hará asumir la responsabilidad de decir cosas sensatas. Es probable, advierte la escritora,  que las primeras veces que la mujer no cuestione su programa proponiéndole un plan B y otro B-2 e incluso, ya puestos, un plan C, él se temerá lo peor (¿tendrá algo que ocultarme?, ¿tendrá un amante?, o peor aún, ¿habrá invitado a su tía anciana la tarde del partido?). Concluye: es un trabajo hermoso y fecundo, porque si cada uno sostiene su parte del yugo, única y distinta, se produce mucho fruto, y con menos sufrimiento.



Dije que pensaba en la fiesta de hoy, la Virgen de los Dolores, y entendí que, una vez más, es Ella el modelo para imitar. Pensemos un poco en aquel sucedido, cuando Jesús, que ya había cumplido 12 años, se pierde en Jerusalén… José y María, después de haber hecho un día de camino, al no encontrarlo vuelven a la ciudad y empiezan a buscarlo, preguntando por todos los sitios si han visto a un chico que es así de alto, que… Las respuestas negativas deben de haberles provocado una desazón enorme, figúrense.

Cuenta san Lucas en su evangelio, que finalmente lo encontraron en el templo de Jerusalén, adonde seguramente José y María habrán ido a rezar. Ahí está Jesús, sentado entre los que explican la Ley, haciendo preguntas y respondiendo a los que le preguntan… Su madre, al verlo, no lo puede creer. Y dice textualmente el evangelio, presten atención porque es importante: - Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos (Lc 2, 48). 

La Virgen Madre de Dios es el modelo para cualquier mujer. ¿Se entiende qué quiere decir Costanza Miriano cuando, hablando de la crisis de las identidades masculina y femenina, dice a las mujeres que una buena parte del trabajo que hay que hacer será retomar nuestro sitio? María, esposa de José, con toda la angustia de haber perdido a su hijo, cuando lo encuentra pone delante a José, el cabeza de familia: tu padre y yo… ¿No les parece que es una lección práctica para tener muy en cuenta? Seguiremos.




jueves, 14 de septiembre de 2017

SUFRE Y HAZ SUFRIR (MATRIMONIO-3)

14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz: ella es la señal del cristiano, y tenemos que aprender a llevarla como Jesús la llevó. Una escena inolvidable de La Pasión, recuerdan, es el momento en que le cargan la enorme Cruz sobre su hombro y Jesús le da un beso, con un amor…

Es verdad que alguna vez puede llegarnos una cruz especialmente pesada, pero pocas veces. En el matrimonio, en cambio, es relativamente fácil, si no se está vigilante, inventarse cruces y sufrir como un cierto masoquismo con ellas… Esto –tengo que decirlo- es más fácil que le pase a las mujeres, porque de por sí son más complicadas que los hombres.

Un ejemplo: Juan viene y dice desconcertado: - Yo no sé qué le pasa a mi esposa, pero hace tres días que no me habla. Cuando le pregunto si hay algo que hice mal, que no entiendo por qué no me habla, no dice nada, pero se le nota que está sufriendo y a mí me hace sufrir, claro…



Una semana después le pregunto a Juan: - ¿Pasó la tormenta? – Sí, pasó, por fin desembuchó: fue un drama, pero desembuchó. Ahora, si alguien me explica…, porque yo sigo sin entenderla. El problema fue que yo me fui de viaje cuatro días y antes de salir le pregunté: ¿qué querés que te traiga? Me contestó: - Nada, nada, no me traigas nada. Bueno, no le traje nada. Y ese fue el motivo por el que no me habló en tres días.

Sufrió ella y lo hizo sufrir a él. ¿Tiene arreglo esto? Sí, claro que tiene arreglo: ella tiene que aprender a ser sencilla, a decirle las cosas con claridad, a no crearse ilusiones…, aprender en definitiva que se casó con un hombre. En todo caso, no hay derecho a pasarlo mal y a hacérselo pasar mal por pavadas de ese estilo.

Los ejemplos pueden multiplicarse, pero resulta que, según Costanza Miriano, hoy por hoy el peligro mayor del matrimonio es otro: se trata de  a crisis devastadora de las identidades masculina y femenina, la falta de hombres y de mujeres de verdad y, como consecuencia, de matrimonios que funcionen. Que no es exactamente lo mismo que hablar de las crisis que, después de los años ochenta, afectaron a las alfombras, a los macarrones al vodka o a los polos color salmón: la unión estable entre un hombre y una mujer es necesaria para transmitir la vida de la especie en unas condiciones mínimas de serenidad. 

Hablamos aquí, quisiéramos hablar, de ser hombre en plenitud. Una plenitud que procede ante todo de una respuesta libre al amor de Dios, pero una respuesta que el hombre puede dar en el matrimonio sólo cuando encuentra en la mujer, en una mujer como es debido, al otro sí mismo del que habla el Génesis.

Pienso que tiene razón. Como es un tema para exprimir, lo dejamos para la próxima.





     

miércoles, 13 de septiembre de 2017

HECHOS, NO PALABRAS (MATRIMONIO-2)

 Hoy es 13 de septiembre, víspera de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que nos lleva a meditar en ella, tratando de encontrarla en la vida diaria. “El que quiera ser mi discípulo tome su cruz cada día”, dice Jesús.

En cierta medida, la Santa Cruz, en el matrimonio, puede encontrarse en la aceptación de la diferencia, de la que habla Costanza Miriano. Ella cuenta con buen humor que, aun teniendo claro que debe aceptar la diferencia, intenta descifrar meticulosamente los monosílabos con los que le responde su marido. Eso me pasa, confiesa, porque soy psicológicamente inestable. Él me ha dicho muchas veces que intenta limitar las comunicaciones a lo estrictamente necesario, sobre todo si está cansado. Pero, ahora, ya sé que siente por mí una cierta estima. Sólo que no lo dice. Hace como John Wayne en Río Bravo: “Si dejas que otro te vea con este vestido te hago arrestar”. - ¡Oh, querido, cuánto has tardado. - ¿En qué? - ¡En decirme que me quieres! Por eso, concluye Costanza, cuando mi marido me dice, cerrando ruidosamente la puerta del coche: “Llegas tarde, como siempre”, me conmuevo. Estoy segura de que lo que querría decirme es: “Te echaba de menos, querida”.

Como se ve, esta señora tiene un formidable sentido del humor, y entre bromas y veras habla de muchas verdades… Después de leerla pensé: ¡cómo me gustaría decirles algunas cosas solamente a los hombres! Pero como no es posible aquí voy, sin discriminaciones.

Es obvio que la aceptación de la diferencia, en el matrimonio, debe ser mutua, lo cual significa, en el caso de los hombres, asumir de veras que se ha casado con una mujer. ¿Qué quiere decir esto? Que la esposa necesita ser tratada según lo que ella es y esto tiene un solo nombre: detalles, aprender a tener detalles. ¿De qué? De ayuda, de servicio, de cariño manifestado en hechos concretos. ¿En qué cosas? En cosas tan ordinarias, siguiendo el ejemplo de ayer, como arreglar la canilla que pierde (si es que uno sabe hacerlo), o yendo a buscar la garrafa del supergas sin que tenga que pedirlo por favor.



Tener detalles significa cultivar las pequeñas sorpresas. Yo tuve un padre muy bueno, y algo que me encantaba, cuando era chico, era acompañarlo los sábados de mañana a dar algunas vueltas para comprar cosas que hacían falta en casa…Y en más de una ocasión recuerdo que, al pasar por una florería, entrábamos en ella para comprar un ramo para mi madre, a quien le gustaban especialmente las flores.  ¿Y a qué mujer no le gustan?

Tener detalles es cuidar la delicadeza en el trato con ella. No se me olvida el comentario triste de una señora, hace muchos años: - Yo me dí cuenta de que lo nuestro empezaba a andar mal, cuando él un día dejó de abrirme la puerta del auto… ¿Han cambiado los tiempos? Sí, lo sé. Pero ¿queremos o no queremos mejorar los tiempos? Esto, como todo, sólo se consigue a fuerza de detalles que levantan el nivel.

Costanza Miriano bromea con la traducción que hace ella de lo que dice su marido y lo que en realidad quiere decir… Pero el lenguaje de los hechos no necesita traducción. La Santa Cruz, sin tragedia y con alegría,  por amor, ¡qué bendición encontrarla tan a mano!, ¿no creen?

martes, 12 de septiembre de 2017

DAR LA VIDA POR ELLA (MATRIMONIO-1)

Después de no pocos años de sacerdocio y de haber asistido como testigo principal a tantos casamientos (digo testigo principal porque los ministros del sacramento del matrimonio, como saben, los que hacen el matrimonio son los que se casan, él y ella), decía que después de tantos años de casamientos y de acompañamientos post-casamientos, uno va sacando experiencias. Quizás la principal sea que hace falta tiempo para que él y ella capten que se casaron con una mujer y ella con un hombre. Y esto, a veces, puede convertirse en un tormento.

Por eso, me parece muy acertado que la autora del libro Cásate y da la vida por ella haga esta consideración:

Me temo que no sé cuál es el secreto para estar verdadera y profundamente juntos. Pero, más o menos, tal como yo lo veo, hay que partir de la aceptación de la diferencia. Porque el otro es, precisamente, el otro. Es libre –dando por supuestas la buena fe y la abnegación- de hacer las cosas a su modo. (…) Asumir la libertad y la diversidad del otro evita que su modo de hacer las cosas acabe convirtiéndose en insoportable, desde la forma de dar vueltas a la cucharita en la taza, pasando por el tono de voz con que regaña a su hijo, hasta el uso del comando a distancia del televisor.


 Sigue explicando: Asumir la diversidad del otro puede que también recorte significativamente el número de cosas que es necesario discutir juntos, sabiendo que no se habla ni mucho menos la misma lengua, como cuando uno dice en inglés library y piensas que está diciendo librería. Tú le dices que estabas preocupada por su retraso y él se siente controlado y sofocado. Tú quieres que él adivine tu deseo y él necesita carteles de color verde fluorescente de tres por dos con un letrero: ESTOY TRISTE, QUÉDATE CONMIGO. El problema principal de estas dos lenguas recíprocamente intraducibles es que el hecho de que usen las mismas palabras es totalmente accidental y engañoso.

En fin, al menos una conclusión interesante de esta diferencia de comunicación, o mejor dicho, de interpretación de los idiomas diferentes que hablan el hombre y la mujer, Costanza Miriano la ejemplifica así: Si una tiene necesidad de una pequeña confidencia íntima y profunda acerca de esa leve tristeza que probablemente oscurece un poco el fondo de su corazón, mientras expone sus más profundos pensamientos ha de evitar usar expresiones tales como: “Tengo una preocupación que va y viene, continua, como la gota de un grifo que pierde agua en el lavabo”, porque él se levantará e irá a arreglar el grifo: esta es su forma de escuchar, hacerse útil de modo práctico. Ninguna mujer con sentido común se desahoga con el marido para que le responda:”Querida mía, eres una mujer maravillosa”. Para eso están las amigas. 


Bueno, por hoy nos quedamos aquí. Juzguen ustedes si tiene razón la autora o si exagera… En mi humilde opinión experiente, pienso que da en el blanco, qué quieren que les diga. 

sábado, 2 de septiembre de 2017

SIRVE SI QUIERES REINAR

Es sábado 2 de septiembre y estoy muy contento porque en la Casa de retiros del Verdún hay 36 señoras, casadas y solteras, haciendo un Cursillo de Cristiandad. Han venido de Minas, de Batlle y Ordóñez, de Aiguá y Mariscala, de José P. Varela y no sé si me olvido de alguna localidad. (Entre paréntesis les diré que, por lo general, las mujeres del interior tienen una base humana de fortaleza que no deja de asombrarme. La han cultivado desde niñas. Muchas de ellas, cuando eran chicas, han ido a una escuela rural, caminando por el medio del campo muchas cuadras, con frío en invierno, lloviendo, para tomar un ómnibus; o en bicicleta o a caballo… Después siguieron el liceo, separadas de sus familias muchas veces, y no digamos cuando si se fueron a Montevideo a estudiar, qué difícil… En fin, vamos a nuestro tema, porque este solo da para mucho más).

Ayer expuse algunas ideas de la reina Sofía acerca de cómo concebía ella su papel de reina y, por extensión, el de la mujer en particular. Y comenté que, cuando las leí, hace veinte años, en el libro de Pilar Urbano, LA REINA, sus palabras me habían resultado conocidas. En efecto, fue el Papa Juan Pablo II el que dos años antes de la publicación del libro, había escrito esas mismas cosas en la CARTA A LAS MUJERES, del 29 de junio de 1995.



No sé si la reina Sofía habrá leído antes al Papa  o si lo que dijo era fruto de su propio pensamiento. Lo que importa es subrayar la fina sintonía con unas ideas que son claras, profundas y de valor permanente. Escribió Juan Pablo II en ese documento: La Iglesia ve en María la máxima expresión del «genio femenino» y encuentra en Ella una fuente de continua inspiración. María se ha autodefinido «esclava del Señor» (Lc 1, 38). Por su obediencia a la Palabra de Dios, Ella ha acogido su vocación privilegiada, nada fácil, de esposa y de madre en la familia de Nazaret. Poniéndose al servicio de Dios, ha estado también al servicio de los hombres: un servicio de amor. Precisamente este servicio le ha permitido realizar en su vida la experiencia de un misterioso, pero auténtico « reinar ». No es por casualidad que se la invoca como «Reina del cielo y de la tierra». Con este título la invoca toda la comunidad de los creyentes, la invocan como «Reina» muchos pueblos y naciones. ¡Su « reinar » es servir! ¡Su servir es « reinar »!

Y añadió algo no menos importante: De este modo debería entenderse la autoridad, tanto en la familia como en la sociedad y en la Iglesia. (…) En esto consiste el «reinar» materno de María. Siendo, con todo su ser, un don para el Hijo, es un don también para los hijos e hijas de todo el género humano, suscitando profunda confianza en quien se dirige a Ella para ser guiado por los difíciles caminos de la vida al propio y definitivo destino trascendente. A esta meta final llega cada uno a través de las etapas de la propia vocación, una meta que orienta el compromiso en el tiempo tanto del hombre como de la mujer.


Son pensamientos, profundos, que estoy seguro enriquecen a todos. Antes de darles la bendición, hago una sugerencia: cuando puedan, busquen los auriculares y re-escuchen estas ideas: estamos en tiempo de construir sobre cimientos hondos, firmes. Por eso es importante meditar y ponderar en el corazón, como hacía la Virgen, tanta riqueza. 

viernes, 1 de septiembre de 2017

¿QUÉ ES SER REINA?

Empezamos el mes de septiembre y estamos hablando de la necesidad de mujeres con fortaleza que tiene este mundo nuestro. Como los ejemplos y las historias iluminan y concretan las ideas –así actuó Jesús, que nos enseñó todo por medio de parábolas- quisiera contarles algo acerca de una mujer, que, sin duda, es digna del mayor respeto: se trata de la reina Sofía de España, esposa de Juan Carlos I de Borbón y madre de Felipe VI, actual rey de España.



En 1997 cayó en mis manos una biografía de la reina Sofía, escrita por una gran periodista, Pilar Urbano. Estuve apenas hojeando el libro, más que nada por la calidad de su autora, pero con un cierto escrúpulo, lo confieso, porque los asuntos de reyes, reinas, príncipes y princesas, son propios de la revista Hola, que no leo nunca.

El caso es que el libro LA REINA, de Pilar Urbano, me atrapó y lo leí del principio al fin, y aprendí algunas cosas muy interesantes. Por ejemplo, que fue muy exigente la educación escolar que recibió la reina Sofía en el instituto exclusivo en que estudió: las internas se levantaban bien temprano, ducha de agua fría en invierno y verano, etcétera. En fin, lo que más me atrajo del libro fue la respuesta de la reina Sofía a esta pregunta que le hizo la periodista: - ¿Qué cosa es ser reina? Ella contestó así:

       “Tal como yo entiendo el concepto de reina, puede darse, y se da, en cualquier familia donde la mujer es la cabeza y el corazón de esa familia, y sabe que su misión más importante es atender y cuidar de ese hogar: ella, entonces, es la reina de la casa. Cada ser humano, cada mortal que habita este planeta nuestro, puede tener ese mismo concepto de su vida como servicio. Es la más alta dignidad que cabe en un hombre, en una mujer: vivir para los demás. El hombre que sirve es rey. La más útil y la más bella y la más buena forma de reinar es servir: estar a disposición de los demás. Yo porque soy reina, no puedo permitirme ser egoísta. No puedo decir “de esto paso, a aquello no voy porque no me apetece…”. Yo no estoy para hacer lo que quiero, sino lo que necesiten de mí. A mí me programan cada día, ¡y cada hora! de mi vida, en función de los intereses del país. Yo voy donde conviene que vaya, por el bien de los demás. Y esto es lo mismo que hace una mujer de su casa, una mujer cabeza de familia: no piensa en ella, piensa en los suyos. Es en este sentido en el que digo que una reina, como una madre de familia, es cualquier cosa menos una profesional”.


Son palabras que dan para pensar mucho, ¿no creen? A mí me impresionaron de modo particular, cuando las leí, porque entendí que eran la concreción inesperada de unas ideas que había leído dos años antes de que apareciera el libro. Pero de esto seguiremos hablando mañana.