Hoy es 17 de agosto y es
jueves. Subrayo el día: hoy es jueves, hoy es día de feria y la verdad es que
no me entusiasma mucho que digamos, porque la feria se instala precisamente en
la calle Rodó, en la puerta misma de mi casa. Lo cual significa que bien de
madrugada los feriantes empiezan a instalar sus puestos, a descargar cajones…
Me levanté bastante temprano,
hice la oración, desayuné y me asomé después por la ventana, porque me gusta
ver la feria y también hablar con algunos feriantes. Y resulta que esta mañana
pude ver algo que no conocía. Uno de los vendedores de fruta, encapuchado
porque hace frío, con un cepillo suave estaba sacándole el polvo a las manzanas
que tenía en un cajón: tomaba una, la miraba y, con mucho cariño, iba dándole
vueltas con una mano mientras con la otra la cepillaba. Así, con cada una: las
dejaba lustrosas. Y si encontraba alguna machucada, la apartaba. Lo miré unos
minutos y le saqué una foto.
Me hizo pensar. Dicen que todo
el lío empezó con una manzana, aunque el texto del Génesis no habla más que del
“fruto” del árbol de la ciencia del bien y del mal, que tentó a Eva y vino
después todo lo que vino. Pero no pensé en esto, sino en el cuidado con que el
feriante lustraba cada manzana…
Les cuento también que el
domingo pasado celebré la Misa de 10 en la parroquia San José, de Minas. En
ella, Pepe y Ana, un matrimonio de esa comunidad, renovaron su compromiso
matrimonial al celebrar sus Bodas de Oro. Fue una gran alegría, como se
imaginan. Volví a bendecir sus anillos –anillos que tienen un nombre bien
expresivo; se llaman “alianzas”- y me di cuenta de que tenían cincuenta años de
desgaste…
Sus dueños no necesitan, como
el feriante, lustrar sus alianzas para que las vean brillantes, porque en
realidad, en ese desgaste está precisamente su mayor valor, ¿no les parece?
Yo tengo también un anillo,
que me fue entregado el día de mi ordenación episcopal, y lo beso todos los
días pidiéndole al Señor serle fiel. Y al hacerlo tengo bien presentes a todos
los matrimonios que un día sí y el otro también, van desgastando su anillo de
compromiso y, paradójicamente, sacándole brillo. Lo mismo ocurre a quien, a
pesar de los pesares, trata de ser fiel al compromiso que asumió un día: para Dios, todos los días son Jueves de feria.
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