Hace ya unos cuantos años,
Susana Tammaro escribió una novela excelente, de la que se han vendido 13
millones de ejemplares: DONDE EL CORAZÓN
TE LLEVE. Olga, una mujer anciana, a punto de morir, le escribe a su nieta
una larga carta en la que le cuenta la verdad acerca de sí misma y
especialmente de la relación que tuvo con su hija, Ilaria, que en su
adolescencia y juventud, en la época de los sucesos de mayo del 68, había
empezado a andar por mal camino y había terminado mal. La madre le escribe a la
hija de Ilaria:
El
remordimiento más grande que tengo es no haber tenido nunca la valentía de
plantarle cara, el de no haberle dicho nunca: “Estás equivocada del todo, estás
haciendo una tontería”. Sentía que en sus palabras había eslóganes
peligrosísimos, cosas que, por su bien, yo hubiera tenido que cortar de cuajo
inmediatamente; y, sin embargo, me abstenía de intervenir. Lo que me hacía
actuar –mejor dicho, no actuar- era la actitud que me había enseñado mi madre.
Para ser amada tenía que eludir el choque, simular que era lo que no era.
Ilaria era prepotente por naturaleza, tenía más carácter y yo temía el
enfrentamiento abierto, tenía miedo de oponerme. Si la hubiese amado verdaderamente
habría tenido que indignarme, tratarla con dureza; tendría que haberla obligado
a hacer determinadas cosas o a no hacerlas en absoluto. Tal vez era justamente
lo que ella quería, lo que necesitaba.
Si en
aquella circunstancia yo hubiese comprendido que la primera cualidad del amor
es la fuerza, probablemente los sucesos se habrían desarrollado de otra manera.
Pero para ser fuertes hay que amarse a uno mismo; para amarse a uno mismo hay que
conocerse a fondo, saberlo todo acerca de uno, incluso las cosas más ocultas,
las que resulta más difícil aceptar.¿Cómo se puede llevar a cabo semejante
proceso, mientras la vida te arrastra hacia adelante con su estrépito? Puede
hacerlo desde el comienzo solamente quien está provisto de extraordinarias
dotes. A los mortales corrientes, como yo, como tu madre, no les queda otro
destino que el de las ramas o los envases de plástico (que alguien o el viento)
arroja de pronto a la corriente de un río…
¡Qué lamentos tardíos,
¿verdad?, que remordimientos por no haber hablado! ¿Se entiende la necesidad de
cultivar la fortaleza?... Seguiremos.
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