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martes, 22 de agosto de 2017

HABLAR CUANDO HAY QUE HABLAR



Hace ya unos cuantos años, Susana Tammaro escribió una novela excelente, de la que se han vendido 13 millones de ejemplares: DONDE EL CORAZÓN TE LLEVE. Olga, una mujer anciana, a punto de morir, le escribe a su nieta una larga carta en la que le cuenta la verdad acerca de sí misma y especialmente de la relación que tuvo con su hija, Ilaria, que en su adolescencia y juventud, en la época de los sucesos de mayo del 68, había empezado a andar por mal camino y había terminado mal. La madre le escribe a la hija de Ilaria:

El remordimiento más grande que tengo es no haber tenido nunca la valentía de plantarle cara, el de no haberle dicho nunca: “Estás equivocada del todo, estás haciendo una tontería”. Sentía que en sus palabras había eslóganes peligrosísimos, cosas que, por su bien, yo hubiera tenido que cortar de cuajo inmediatamente; y, sin embargo, me abstenía de intervenir. Lo que me hacía actuar –mejor dicho, no actuar- era la actitud que me había enseñado mi madre. Para ser amada tenía que eludir el choque, simular que era lo que no era. Ilaria era prepotente por naturaleza, tenía más carácter y yo temía el enfrentamiento abierto, tenía miedo de oponerme. Si la hubiese amado verdaderamente habría tenido que indignarme, tratarla con dureza; tendría que haberla obligado a hacer determinadas cosas o a no hacerlas en absoluto. Tal vez era justamente lo que ella quería, lo que necesitaba.

Si en aquella circunstancia yo hubiese comprendido que la primera cualidad del amor es la fuerza, probablemente los sucesos se habrían desarrollado de otra manera. Pero para ser fuertes hay que amarse a uno mismo; para amarse a uno mismo hay que conocerse a fondo, saberlo todo acerca de uno, incluso las cosas más ocultas, las que resulta más difícil aceptar.¿Cómo se puede llevar a cabo semejante proceso, mientras la vida te arrastra hacia adelante con su estrépito? Puede hacerlo desde el comienzo solamente quien está provisto de extraordinarias dotes. A los mortales corrientes, como yo, como tu madre, no les queda otro destino que el de las ramas o los envases de plástico (que alguien o el viento) arroja de pronto a la corriente de un río…


¡Qué lamentos tardíos, ¿verdad?, que remordimientos por no haber hablado! ¿Se entiende la necesidad de cultivar la fortaleza?... Seguiremos. 

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