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viernes, 18 de agosto de 2017

CULTIVAR EL OLIVO

En este 18 de agosto el primer pensamiento y la primera oración van hacia Barcelona, a las personas que ayer perdieron la vida en el terrible atentado terrorista, y a las que están heridas; y tenemos también bien presentes a los familiares de todos ellos. Le pido a Dios que termine de una vez esta locura que parece cosa del demonio.

Les quería contar que ayer fui a Maldonado a visitar a un amigo. (Debo decirles que el recorrido desde Minas, por la ruta 12, es de una belleza única). A la altura del kilómetro 355 de esta ruta, me llamó especialmente la atención una preciosa plantación de olivos.



Es curioso: hasta hace poco más de diez años, no se plantaban olivos en Uruguay. Yo siempre oí comentarios como que “aquí no prende el olivo”, necesita otra clase de clima… Y ahora resulta que ya hay, según parece, unas 10.000 hectáreas plantadas y con buen rendimiento… No sé quién habrá sido el primero que se animó a probar si prendía o no prendía, pero merece un gran aplauso, ¿no creen? ¡Rompió el tabú!

Pienso que, en el plano espiritual, no pocas veces pensamos lo mismo: no nos animamos a buscar la santidad y ponemos excusas de aparente humildad, de “eso no es para mí”, “yo me conformo con ser buena persona”…Quisiera recordarles algo que dijo san Juan Pablo II el 26 de octubre de 1980: “la tentación más engañosa y que se repite siempre, es la de querer cambiar la sociedad, cambiando solamente las estructuras externas; querer hacer feliz al hombre en la tierra, satisfaciendo únicamente sus necesidades y sus deseos (…). El compromiso primero y más importante es el de cambiarse a sí mismo, santificarse a sí mismo, en la imitación de Cristo, en la metódica y perseverante ascética cotidiana; lo demás vendrá como consecuencia”.

La metódica y perseverante ascética cotidiana es el cultivo del olivo, a ver si me explico. En un reportaje leí esto sobre su cultivo: necesita una cierta dosis de paciencia. En los primeros tres años hay que poner 500 dólares por hectárea por año sin pedir nada a cambio. A partir del tercer año comienza el camino hacia el equilibrio. Entre los tres y los cinco años cada planta da aproximadamente dos kilos de aceitunas. Recién en el octavo año el árbol ingresa en su período de mayor productividad.

Un poco más adelante, decía un ingeniero agrónomo que sabe del tema: es un cultivo que puede durar años, décadas, e incluso siglos. En Europa hay olivicultura vigente y en gran forma con 300 años o más. (El Observador, 8-8-2013).

La santidad que Dios nos pide cultivar en la vida ordinaria dura hasta la eternidad. ¿Verdad que es un negocio en el que vale la pena invertir? Les sugiero mirar de otra manera la ramita de olivo que habrán recibido el Domingo de Ramos, mirarla con gran esperanza.


1 comentario:

Unknown dijo...

GRACIAS MONSEÑOR JAIME POR SU REFLEXIÓN.