Hoy es un día muy especial,
porque celebramos a San Juan María Vianney, conocido mundialmente como el Santo
Cura de Ars. Nació el 8 de mayo de 1786 y durante 42 años fue párroco de un
pueblito de 240 habitantes. Su obispo le había dicho: “Hay poco amor de Dios en
ese pueblo, pero usted lo pondrá”. Lo hizo de tal manera, que pasados los años
hombres y mujeres de muchos lugares de Francia iban a Ars para confesarse con
el párroco. El Papa Pío XI canonizó y declaró a San Juan María Vianney Patrono
universal de los sacerdotes.
Hoy es un día más que
apropiado para felicitar cada uno a su párroco y para rezar especialmente por él.
Y es un día en el que viene bien recordar algo de lo que escribió hace años
Hugo Wast sobre estos hombres, los sacerdotes.
Cuando se piensa que ni la
Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote.
Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel
ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer
pueden hacer lo que un sacerdote.
Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena
realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus
esplendores, y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para
alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles
y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote.
Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote
puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su
humilde confesionario, Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo,
y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.
Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo
subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y
de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar.
Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara
a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino.
Cuando se piensa que eso puede ocurrir, porque están faltando las
vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y
estallará la Tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla.
Cuando se piensa todo esto,
uno comprende la inmensa necesidad de
fomentar las vocaciones sacerdotales.
¿De qué manera? Si en cada familia se reza el Rosario, si cada una
es una pequeña Iglesia doméstica, habrá vocaciones. Si tenemos fe y pedimos al
Señor cargosamente, tendremos
vocaciones. Si acudimos con frecuencia a purificar nuestra alma en el
sacramento de la Confesión, habrá vocaciones. Si la Santa Misa del domingo se
convierte en un imán que nos atrae porque valoramos de veras lo que ocurre en
el altar, habrá vocaciones. Que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre
todas las familias y despierte en ellas vocaciones sacerdotales, hoy,
mañana y siempre.
1 comentario:
Me gustó mucho este artículo, y en particular en su audio!! Pablo Tanco E.
Publicar un comentario