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martes, 15 de agosto de 2017

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN




María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima.

Así empieza una homilía de san Josemaría Escrivá dedicada a la Asunción de Nuestra Señora. Y continuaba: Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender. Sólo la fe acierta a ilustrar cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. Sabemos que es un divino secreto. Pero, tratándose de Nuestra Madre, nos sentimos inclinados a entender más —si es posible hablar así— que en otras verdades de fe.



¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido escoger la madre nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Cristo: siendo Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor, su poder realizó todo su querer.

Tenemos una Madre en el Cielo: esto es lo que hoy nos llena de alegría y de esperanza. San Juan Pablo II se preguntaba: ¿Es posible que María de Nazaret haya experimentado en su carne el drama de la muerte? Y respondía: Reflexionando en el destino de María y en su relación con su Hijo divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre. ¿De qué habrá muerto María? El Papa respondía que eso no importaba demasiado. En cambio, sí puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una «dormición».

Yo pienso que la Virgen se durmió de puro agotamiento. Y es que después de que Jesús ascendió al Cielo, Ella debió quedarse unos cuantos años en la tierra ejerciendo su papel de Madre de la Iglesia. Y no se le ahorró nada: el dolor de la muerte del apóstol Santiago, la angustia porque Pedro había sido encarcelado, las persecuciones… Y tenía que consolar y animar a todos… Juan se la llevó después a Éfeso…


Ahora, porque es Madre, su preocupación somos nosotros, sus hijos. Debemos rezar mucho el Santo Rosario, para conseguir paz: Ella es la Reina de la Paz. Ella nos ha asegurado que su Corazón Inmaculado triunfará. 

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