Hoy es 19 de julio; ayer y hoy,
los días más fríos de este año: 0 grados de mañana… A las 3 de la tarde
llegaremos a los 13 y, como todos los 19 de cada mes, vamos a subir al cerro
del Verdún para rezar el Rosario en honor de la Santísima Virgen. Están todos
invitados.
Esta mañana, como siempre,,
hice un rato de oración en la capilla del Santísimo, en la Catedral. Tiene un
aparato de aire acondicionado. Cuando se prende aparece señalada la temperatura
del ambiente: marcaba 11 grados; cuando terminé ya estábamos en 17, un lujo. Aquí
todos lucimos la moda “cebolla”, compuesta por varias capas de pullovers y otras
prendas de abrigo.
Abrí el evangelio de hoy y me
encontré con unas palabras de Jesús, que tradicionalmente se han llamado el “himno
de júbilo” del Señor. Es una maravilla: “Yo
te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños” (Mt 11,
25), es decir, a la gente sencilla, descomplicada, que está abierta a la
presencia de Dios y a la gente.
Y esta oración gozosa de Jesús
nos lleva de la mano a pensar un poco en la virtud de la sencillez, hermana de
la sinceridad. Dios es eternamente simple, porque es la Verdad, y la Verdad no
necesita explicaciones. Jesús es abiertamente sencillo, tanto que una vez, con
una intención torcida, sus propios enemigos se lo dicen: “Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas de verdad el camino de Dios,
y que no te dejas llevar por nadie, porque no haces distinciones entre las
personas” (Mt 22, 17). Jesús ama la sencillez y la sinceridad de los niños,
tanto que nos dice que “si no se hacen
como los niños no entrarán en el Reino de los cielos” (Mt 18, 1ss).
Mejor que muchas
consideraciones, quiero leerles una carta que encontré en mi archivo. La tomé
del libro de Jesús Urteaga, Los defectos
de los santos. Una niña le escribe al autor del libro.
“Ya he cumplido seis años y
pronto te escribiré yo, porque he empezado a ir al colegio de mayores y me
enseñan a leer y a escribir. Así que entonces te contaré secretos. Ahora no
puedo porque escribe mamá y, aunque es muy buena, hay cosas que no se las digo
porque se enfada.
El día 11 de mayo voy a hacer
mi primera Comunión. Mamá dice que te pregunte si te parece que soy todavía muy
pequeña, pero yo ya sé que no lo soy. Desobediente sí, un poco. Hago rabiar
bastante a mamá con Marilín, que es mi perrita.
Además no quiero marcharme de
la televisión cuando hay películas para mayores. El otro día arme la gorda y
mamá se enfadó mucho, porque dice que los niños no deben ver las películas que
no son aptas.
Abuelita María es muy pesada y
me pone una bufanda gorda para ir al colegio. Ahora reza el rosario todos los días
porque estamos en octubre, y yo también me quedo a rezarlo; pero a veces me
tienta el demonio y soy mala. Mientras abuelita reza el rosario, yo pinto monigotes.
Quiero mucho a Jesús, pero no
puedo remediar ser desobediente. Yo quiero obedecer pero no puedo.
Tía Juanita es hermana de mamá
y es monja; fui a verla y me porté mal porque me subí a las sillas. Tía Juanita
tiene una nariz un poco fea y se lo dije, y papá y mamá se enfadaron mucho
conmigo, pero es verdad que la tiene fea.
Adiós. Te mando besos y rezo
por ti. Mañana seré buena, el lunes no lo sé. Yo quiero serlo. Margarita”.
¿Verdad que se entiende bien
qué es la sencillez, tan querida por Jesús? Que la bendición…
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