Ayer, comentando lo que pasó con la Directora del liceo de Salto,
dije que lo sucedido es un ejemplo de lo que está pasando hoy en muchos lugares
del mundo: es el cumplimiento del Salmo número 2 y, más aún, de lo que el mismo
Jesús anunció: “si a mí me persiguieron, también los perseguirán a ustedes”
(Juan 15, 20).
Pienso que es importante caer en la cuenta de esta realidad, de la
que habló extensamente Juan Pablo II, especialmente en la encíclica El Evangelio de la
Vida, y no digamos Benedicto XVI, en numerosas ocasiones: él fue quien acuñó la
expresión DICTADURA DEL RELATIVISMO, bajo la cual vive hoy buena parte del
mundo occidental. También, por supuesto, el Papa Francisco se ha referido no
poco a este estado de cosas.
La pregunta que seguramente salta es: ¿qué hay que hacer en estas circunstancias?
No hay una única respuesta, es un tema abierto… Pero la historia de la Iglesia
es gran maestra. Quiero remontarme al primer momento de su historia, para
encontrar ahí a San Ignacio de Antioquía, que nació en el año 34 a.c . y murió mártir en el
año 107.
San Ignacio de Antioquía fue discípulo directo de San Pablo y San
Juan; fue el segundo sucesor de san Pedro en el gobierno de la Iglesia de
Antioquía. En tiempos del emperador Trajano, Ignacio es condenado a morir devorado por las fieras, y
lo llevan a Roma. Durante el viaje escribió siete cartas, dirigidas a varias
Iglesias, en las que trata sabiamente de Jesucristo, de la constitución de la
Iglesia y de la vida cristiana.
Concretamente, en la carta que escribe a
los romanos, San Ignacio dice algo que clarifica la respuesta de la que
hablábamos. Escribió: Lo que necesita el cristiano, cuando es
odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma.
El santo obispo está hablando de una virtud muy importante, la magnanimidad, el ánimo grande, la grandeza
de alma. La magnanimidad es tener una disposición
habitual para dar más allá de lo que se considera normal, de entregarse hasta
las últimas consecuencias, de emprender sin miedo, de avanzar pese a cualquier
adversidad.
En un artículo de Hugo Tagle leí lo siguiente: En el momento que vivimos estamos propensos
a conformarnos con lo que somos: más calculadores que generosos, orientando
nuestros esfuerzos a la adquisición de bienes materiales. Para lograr esto no
hace falta magnanimidad porque la ambición es suficiente. Un ánimo grande se
caracteriza por la búsqueda de la perfección como ser humano y la entrega total
para servir desinteresadamente.
Un ánimo grande aleja la envidia y el resentimiento; supera el temor a ser criticado por hacer algo que considera bueno; tiene la capacidad de afrontar grandes retos con paciencia y perseverancia.
Un ánimo grande aleja la envidia y el resentimiento; supera el temor a ser criticado por hacer algo que considera bueno; tiene la capacidad de afrontar grandes retos con paciencia y perseverancia.
Los dejo por hoy, seguimos mañana.
1 comentario:
Gracias Padre, que bien nos orienta en estos temas diarios.
Muchos saludos
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