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jueves, 6 de julio de 2017

SALTO. LAS AGUAS BAJAN TURBIAS (2)

Ayer, comentando lo que pasó con la Directora del liceo de Salto, dije que lo sucedido es un ejemplo de lo que está pasando hoy en muchos lugares del mundo: es el cumplimiento del Salmo número 2 y, más aún, de lo que el mismo Jesús anunció: “si a mí me persiguieron, también los perseguirán a ustedes” (Juan 15, 20).

Pienso que es importante caer en la cuenta de esta realidad, de la que habló extensamente Juan Pablo II, especialmente en la encíclica El Evangelio de la Vida, y no digamos Benedicto XVI, en numerosas ocasiones: él fue quien acuñó la expresión DICTADURA DEL RELATIVISMO, bajo la cual vive hoy buena parte del mundo occidental. También, por supuesto, el Papa Francisco se ha referido no poco a este estado de cosas.

La pregunta que seguramente salta es: ¿qué hay que hacer en estas circunstancias? No hay una única respuesta, es un tema abierto… Pero la historia de la Iglesia es gran maestra. Quiero remontarme al primer momento de su historia, para encontrar ahí a San Ignacio de Antioquía, que nació en el año 34 a.c. y murió mártir en el año 107.

San Ignacio de Antioquía fue discípulo directo de San Pablo y San Juan; fue el segundo sucesor de san Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía. En tiempos del emperador Trajano, Ignacio es condenado a morir devorado por las fieras, y lo llevan a Roma. Durante el viaje escribió siete cartas, dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabiamente de Jesucristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana.

Concretamente, en la carta que escribe a los romanos, San Ignacio dice algo que clarifica la respuesta de la que hablábamos. Escribió: Lo que necesita el cristiano, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma.



El santo obispo está hablando de una virtud muy importante, la magnanimidad, el ánimo grande, la grandeza de alma. La magnanimidad es tener una disposición habitual para dar más allá de lo que se considera normal, de entregarse hasta las últimas consecuencias, de emprender sin miedo, de avanzar pese a cualquier adversidad. 

En un artículo de Hugo Tagle leí lo siguiente: En el momento que vivimos estamos propensos a conformarnos con lo que somos: más calculadores que generosos, orientando nuestros esfuerzos a la adquisición de bienes materiales. Para lograr esto no hace falta magnanimidad porque la ambición es suficiente. Un ánimo grande se caracteriza por la búsqueda de la perfección como ser humano y la entrega total para servir desinteresadamente.

Un ánimo grande aleja la envidia y el resentimiento; supera el temor a ser criticado por hacer algo que considera bueno; tiene la capacidad de afrontar grandes retos con paciencia y perseverancia.

Los dejo por hoy, seguimos mañana.


1 comentario:

Ana,te cuenta que.... dijo...

Gracias Padre, que bien nos orienta en estos temas diarios.
Muchos saludos