Vengan
a Mí todos los que están cansados y agobiados, que Yo los aliviaré. Si todo lo que leemos de Jesús en el
Evangelio debemos meditarlo una y otra vez, estas palabras de ayer pienso que
reclaman ser RUMIADAS, como no pocas veces repetía el Papa Benedicto.
Y es que
son tantas las veces en que vamos por la vida cargados con nuestros agobios
(aclaro que la mayoría de las veces están motivados por la manía de pensar en
nosotros mismos, en que me ofendieron, en que no me tuvieron en cuenta, en lo
que me van a decir, en lo que le voy a contestar, etcétera), decía que es tan
frecuente caminar cansados, con una mochila negra y pesada en el alma, que
debemos darle vueltas a esa declaración de Jesús tan llena de
amor: vengan a Mí, no sean así... Yo los
aliviaré.
Lo tenemos
al alcance de la mano, pero parecería que nos olvidamos...
Tenemos
que aprender de los niños, una vez más. Hace ya tiempo, un par de meses al
menos, les pedí oraciones por Jachu, una niña de ocho años a la que le habían
diagnosticado una enfermedad muy grave. Me consta que hay muchísimas personas
rezando por ella y me consta también que las oraciones han sido escuchadas,
porque está mucho mejor.
Fui a
visitarla cuando estaba internada, y me encontré con una criatura tan alegre,
tan divertida, olvidada por completo de sí misma que me pareció increíble. Me
dijo con un obvio convencimiento que sabía que Jesús estaba con ella, que no le
importaba nada lo que tenía...
Su
"secreto” era precisamente ese: YO
LOS ALIVIARÉ SI ME CONFÍAN LA CARGA QUE LES PESA.
Otro
ejemplo desde otro punto de vista. ¿Se acuerdan de Ella Fitzgerald, la cantante negra con una voz inolvidable,
tan enorme como el tamaño de su cuerpo? Yo no sabía que ella sufría un agobio
de esas mismas dimensiones. ¿Por qué? Porque quería ser blanca.
No lo
supe hasta que leí un poema de Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura,
en 1996, que me
mandó mi amigo Iván. Se titula Ella
Fitzgerald en el Cielo y dice así:
Le rezaba a Dios,
le rezaba
ardientemente,
para que hiciera de ella
una feliz chiquilla blanca.
Y si ya es tarde para esos
cambios, pues al menos, Mi Señor, mira cuánto peso
y quita de aquí como poco la
mitad.
Pero el misericordioso Dios dijo No.
Simplemente puso la mano en su corazón,
le miró la garganta, le acarició la
cabeza.
Y cuando todo haya pasado -añadió-,
me llenarás de júbilo
viniendo a mí,
mi alegría negra,mi tonel cantarín.
¿Se
entiende la idea? Dios nos quiere como somos, con virtudes y limitaciones, que
en realidad pueden tener un valor inapreciable para los demás. Yo te aliviaré,
nos dice, si tú tratas de entender que mis caminos a veces no coinciden con los
que tú habías pensado recorrer.
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