Ayer tuve el privilegio de estar
un largo rato rezando, en la capilla del obispado, delante de la reliquia de la
sangre de San Juan Pablo II. La impresión ha sido grande, y espero que se
mantenga en mi recuerdo por mucho tiempo.
El día anterior, Sábado 25 de
marzo, en la Catedral de Minas celebramos de forma extraordinaria la fiesta de
la Anunciación del Señor: desde las diez de la mañana estuvo expuesta a la
veneración esa preciosa reliquia de primer grado (se llaman así las del
cuerpo de un santo), que las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María trajeron desde Roma.
Durante todo el día, sin interrupción,
hasta la Misa de las 7 de la tarde, no soy capaz de contar cuántas personas se
acercaron a besar al Papa santo, a contarle sus cuitas, a pedirle, a
agradecerle… Las Hermanas –hay que decirlo- actuaron como verdaderas
madres: escuchando confidencias, animando a pasar rosarios y estampas por la
ampolla que, después de 12 años, contiene viva la sangre de San Juan Pablo II,
como si la hubieran extraído ahora mismo.
Cuando pude estar a solas con ella, confieso que la oración de petición (¡cantidad de peticiones!, también por los
lectores de este blog y de Twitter y por los escuchadores de los audios) salió
tan fácil y espontánea que me sorprende hasta hoy. Comentando esto con la Madre
Adela Galindo, Fundadora de las Siervas, que trae y lleva la reliquia por el
mundo con una veneración extraordinaria y tiene hilo directo con San Juan Pablo
II, me dijo más o menos:
-
Mientras estuvo en la tierra, el Papa tenía un don extraordinario, que
Dios da a pocas personas: aunque se encontrara con una multitud, para él cada
uno era importante… Y aunque pasara un instante por delante de alguien, ese
hombre o esa mujer se sentían mirados. Ahora, ya en el Cielo, tiene
multiplicado su don; y el que se acerca a sus restos, a su reliquia, o a su
tumba, en Roma, comprende a la perfección que está siendo escuchado, mirado…
Es verdad, tiene razón. En 1992, un niño de 10 años le escribió una carta que
yo tuve el privilegio de entregarle en mano a Juan Pablo II.
Querido Papa: tengo 10 años, soy uruguayo y vivo en Montevideo su capital, nací el 6 de diciembre de 1981.Yo te fui a ver cuando vinistes e incluso lo tengo grabado. No me voy a olvidar nunca cuando vinistes la primera vez yo era muy chico y estaba lloviendo. El Papamóvil se detuvo y tú me mirastes detenidamente porque era chico estaba debajo de la lluvia y me vendecistes. Te pido que me escribas cartas mutuamente.
Hoy el Papa santo se encuentra en Melo; mañana irá a Florida y el miércoles y jueves
estará en Montevideo. Cartas, no; pero confidencias mutuamente sí, cantidad.
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