Mañana, el 1°
de Marzo este año, empieza la Cuaresma, cuarenta días de capital importancia que merecen
toda nuestra atención. Una vez más se escucha a Jesús que, a pesar de tantas
indiferencias, con divina paciencia nos suplica: déjense convertir por Dios, déjense amar por Dios.
¿Qué
podemos hacer durante estas semanas? Al llegar la Cuaresma, desde hace muchos
años, vuelvo a leer una meditación de san Josemaría en la que siempre hago
descubrimientos. Se titula La conversión de los hijos de Dios, se
encuentra en el libro Es Cristo que pasa y en
varios sitios de Internet.
En
esa homilía está descrito en cinco pasos la actitud propia de este tiempo en el
que, viniendo de Dios la reiterada iniciativa amorosa de pedirnos la conversión
hacia Él, no obstante requiere, para ser eficaz, una activa respuesta de cada
uno.
El
texto dice que “para facilitar la acción
de la gracia divina” -sin ella cualquier pretensión es estéril desde su
arranque- que en esta Cuaresma vuelve a volcarse en los hijos de Dios, “hace falta mantener el alma joven,
invocar al Señor, saber oír, haber descubierto lo que va mal, pedir perdón”.
Estas
son las actitudes de fondo que, un año sí y al otro también, vale la pena
cultivar durante este tiempo bendito.
Mantener el alma joven es la
primera y fundamental. ¿Qué significa? Entre otras posibles explicaciones,
pienso que la juventud del alma se expresa en la capacidad de ilusionarse con
una meta y, una vez concretada, poner empeño para alcanzarla.
En lo
físico, tal pretensión tiene los límites impuestos por la edad o la salud; en
el campo espiritual, en cambio, no conoce ninguno: y es que siempre se puede
recomenzar a aprender a querer.
De
aquí que sea muy importante, a la hora de concretar esa meta, dar en el blanco.
Para eso resulta esencial invocar
al Señor. Con
palabras del ciego Bartimeo, su “¡Señor,
que vea!” puede ser una muy feliz invocación: quiero ver qué es lo que
puedo y debo corregir en mi vida.
Quiero
ver o quiero oír, qué más da: espiritualmente es lo mismo. Saber oír, dice
san Josemaría que es la tercera actitud. Dios puede responder de muchas maneras
a la petición. Por ejemplo: me contó una madre de familia que su hija
adolescente le soltó un día: - Mamá, ¿tú no te das cuenta de que estás todo el
día quejándote? No sé había dado cuenta. Le agradeció a su hija que se lo
hiciera ver, para corregirse. Dios habla por medio de otras personas…
Haber descubierto lo que va mal, en la
raíz: ¿tengo deseos de sobresalir?, ¿sentimientos de víctima?, ¿celos por lo
que otros tienen?, ¿miedo de que no me valoren?, ¿inseguridad en la relación
con los demás? etcétera, etcétera. ¿Y por qué se manifiestan esas cosas que crean
inquietudes y distanciamientos con las personas?... Sacar a la luz las
infecciones es adelantar la mitad del camino. El diagnóstico y la terapia
vendrán después, con la ayuda de un buen acompañante espiritual.
Pedir perdón. Llegamos
al final del itinerario. Pedir perdón a Dios y a quien hayamos podido ofender.
La Cuaresma es el mejor tiempo para hacer una Confesión a fondo, contrita,
llena de amor y de deseos de rectificar lo torcido.
No
podemos pretender “ser otro” a partir de este tiempo que vamos a estrenar el
Miércoles de Ceniza. En cambio, sí podemos aspirar a hacerle más fácil a Dios
que cambie en nosotros lo que vea que es necesario cambiar.
Con
el deseo de que tengamos todos una buena Cuaresma, una bendición con todo
afecto,
+
Jaime
Obispo
de Minas
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