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sábado, 30 de julio de 2016

EL CORDERO DE LA CATEDRAL

         El centro de atención de todas nuestras iglesias es el altar. El motivo es que en él  se renueva el sacrificio redentor de Jesucristo.
         En el centro del Altar Mayor de la Catedral, hemos colocado la imagen tallada en madera -Teresita Lapitz ha hecho un excelente trabajo- de un manso cordero que descansa sobre la Biblia y sobre una cruz. ¿Qué significa?
         El cordero es una imagen bíblica de primera importancia. Gracias a la sangre de un cordero, con la que rociaron las puertas de sus casas, los israelitas salvaron sus vidas (Éxodo 12, 1-14). Isaías anunciaba que el futuro Mesías, “traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados”, sería como “un cordero llevado al matadero” (53, 5.7).

         Juan el Bautista señaló a Jesús diciendo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1, 29), es decir, los pecados de todos los hombres de todos los tiempos.
 Al enseñar a los fieles el Pan Eucarístico, el sacerdote que celebra la Santa Misa repite esas mismas palabras y, a continuación, tres veces las repetimos todos, pidiéndole al Señor que tenga piedad de nosotros y nos dé la Paz.
         San Pablo, refiriéndose a Jesucristo, escribe: “Cristo, nuestro Cordero pascual, fue inmolado” (1 Corintios, 5, 7). Y San Pedro recuerda a los primeros cristianos, y a todos, que fuimos rescatados de nuestra mala conducta, “con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha” (1 Pedro 1, 18-19).
         En el libro del Apocalipsis, San Juan presenta una fantástica visión: el Cordero ha sido sacrificado, pero aparece erguido. Es Jesucristo, muerto y resucitado. Toda la creación lo aclama: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5, 13). Y al final de este libro, que es la conclusión de toda la Sagrada Escritura, tiene lugar la mística boda del Cordero con la Iglesia: de aquí que se nos invite: “¡Alegrémonos, saltemos de júbilo, démosle gloria, pues llegaron las bodas del Cordero y se ha engalanado su esposa; le han regalado un vestido de lino deslumbrante y puro: el lino son las obras buenas de los santos” (Apocalipsis 19, 7-8), las de cada uno de nosotros, no lo olvidemos.

         En el Altar Mayor de nuestra Catedral se encuentra ahora, manso y humilde,  el Cordero de Dios: “¡Dichosos los invitados a la Cena del Señor!”.

1 comentario:

@FernandoUriol dijo...

Nada hay tan importante en estos momentos como hacer una gran catequesis de la Eucaristía. Muchos católicos, por desgracia, desconocen la doctrina sobre este sacramento.