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lunes, 30 de mayo de 2016

AMOR CON AMOR SE PAGA


          La intención, ayer, era sacar a pasear al Señor por las calles de Minas, para adorarlo con cantos y oraciones. Pero la lluvia dijo NO.
     Nos quedamos en casa, en la Catedral, que estaba llena. Jesús habrá estado contento: al terminar la Misa, expuesto en la custodia, lo adoramos con los mismos cantos y con los necesarios tiempos de silencio que tanto bien nos hacen.
     Reproduzco la homilía de la Misa.  


¡Qué  alegría tan grande celebrar la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en nuestra Catedral! La Catedral tiene un aspecto diferente, como de estreno: es el “milagro” de la pintura y de la iluminación… Gracias, muchas gracias a todos los que han colaborado en esto; estén seguros que en el Cielo recibirán su recompensa.

         Lo último que hemos hecho es el revestimiento del altar, que ahora está más de acuerdo con el conjunto del templo, especialmente con el ambón, el antiguo púlpito desde donde durante décadas se proclamó la Palabra de Dios. Pero el altar, la mesa del altar, sigue siendo la misma que fue consagrada hace más de cincuenta años.

         En esta Solemnidad del Corpus Christi tenemos que mirar y admirar el altar, no por su belleza, sino porque en él se verifica el milagro que sólo lo percibe en su corazón, el que tiene fe en lo que hemos escuchado en la segunda Lectura: “el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. De la misma manera, después de cenar, tomó el cáliz diciendo: “Este cáliz es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que lo beban, háganlo en memoria mía”. Y así, siempre que coman este pan y beban este cáliz, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva” (1 Cor, 11, 23-26)

          Hoy, al igual que hace más de dos mil años, cuando lo escribió San Pablo, lo creemos con toda el alma. Le pido al Señor que nos dé a todos un aumento de nuestra fe, de manera que podamos sentir “el asombro eucarístico”, como lo llamaba san Juan Pablo II.  No podemos acostumbrarnos a tan desmesurado amor de Dios por nosotros.


         En ese texto se encuentran los puntos fundamentales de la fe de la Iglesia sobre el misterio de la Eucaristía.  “Hagan esto en memoria mía”: el mandato del Señor indica que la Eucaristía es recuerdo, renovación y actualización del sacrificio del Calvario. Y la Iglesia ha visto, en ese mandato, la institución del sacerdocio cristiano. Jesús  capacitó a sus apóstoles para que realizaran su voluntad de venir a nosotros, de renovar su entrega en la Cruz, pero de manera no sangrienta, sino como un alimento…

El sacerdote misterioso, Melquisedec, que aparece en los primeros capítulos del Génesis ofreciendo un sacrificio de pan y vino, era una figura de Jesucristo, el Sumo y Eterno sacerdote, que es al mismo tiempo Víctima que sigue ofreciéndose al Padre por los pecados de los hombres.
        
Nos preguntamos: ¿podremos corresponder de alguna manera a tanto amor de Dios por nosotros? Si recordamos las circunstancias en las que san Pablo escribió aquella carta a los cristianos de Corinto, podremos responder a esa inquietud.

         El problema era este: “en primer lugar, oigo que cuando se reúnen en asamblea litúrgica, hay divisiones entre ustedes. Porque no es ya para tomar la cena del Señor; porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro está ebrio. ¿No tienen casas, para comer y beber? ¿O desprecian a la Iglesia de Dios y avergüenzan a los que no tienen nada? (18.20-22).

         A continuación viene el relato de la última cena, que hemos escuchado. Y ahora extrae san Pablo una consecuencia muy directa, que habla a las claras de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (27-29).

         Nos preguntábamos cómo corresponder a tanto amor de Dios… Una primera respuesta es lo que acabamos de oír y que la Iglesia lo ha concretado así en el Catecismo: “Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” (n. 1385).

         Hermanos míos, el sacramento de la Eucaristía es el mayor don que Jesucristo ha dejado a su Iglesia. Por eso estamos tratando de mejorar su casa, este templo: porque es aquí, en este altar y en la capilla del Santísimo, tanto en el altar como en el sagrario, donde  Él está realmente presente, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad.

           Pero el templo más importante, el que debe cuidarse más, somos cada uno de nosotros: a nuestro cuerpo y a nuestra alma viene el mismo Jesús a quien queremos y por quien vivimos. ¿Cómo no disponernos de la mejor manera, para recibirlo?  El Papa Juan Pablo nos decía en su primera encíclica: “La Eucaristía y la Penitencia (la Reconciliación) toman una dimensión doble, y al mismo tiempo íntimamente relacionada, de la auténtica vida según el Evangelio, vida verdaderamente cristiana. Cristo, que invita al banquete eucarístico, es siempre el mismo Cristo que exhorta a la penitencia, que repite el “arrepiéntanse”. (Red. hominis, n. 20).  

         ¿Qué más podemos hacer? Visitarlo, estar con Él. Nos encontramos en el Año de la Misericordia y, siguiendo el impulso del Papa Francisco, tratamos de ejercitar más y mejor las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales. Una de ellas es VISITAR A LOS ENFERMOS, como Jesús lo hizo con predilección, y alivió con su palabra y con sus milagros a tantas personas que tuvieron la dicha de encontrarlo.

Hoy y siempre encontramos a muchas personas que, más que el dolor físico de la enfermedad, sienten el dolor de la soledad, del abandono, de la indiferencia… Pensándolo un poco, ¿no les parece que el más solitario, el que padece una gran  indiferencia es Jesús en la Eucaristía? Además del domingo o del día en que venimos a Misa entre semana, ¿entramos alguna vez en la iglesia, solamente para acompañarlo?...

¿Verdad que en tantas ocasiones, cuando vamos a ver a una persona enferma o que está pasando un mal momento, nos dice simplemente “gracias por estar”? ¿No deberemos decirle  a Jesús, con idéntica sencillez, “gracias, gracias por estar”?

Y, junto con el agradecimiento por su presencia, le hablaremos de nuestras preocupaciones, y le preguntaremos por  las suyas; y encontraremos palabras de consuelo por tantos pecados, nuestros y ajenos, por tantos disparates de los que tenemos noticia todos los días; y le pediremos…

Créanme: si crece nuestra devoción a la Eucaristía, mejorará nuestra vida cristiana; nos sentiremos más hermanos de todos; crecerá nuestra caridad, porque la Eucaristía es la fuente del amor con que Dios nos empuja a amar.

Le pedimos a María Santísima, Madre de la Eucaristía, que nos ayude  “a estar con Jesús”: porque Él quiso estar con nosotros, siempre,  hasta el fin del mundo. Y “amor con amor se paga”.   
                                                                         


viernes, 13 de mayo de 2016

CATEDRAL DE MINAS: UN DÍA PARA LA HISTORIA



      Ayer, la Catedral de Minas vivió un día para la historia. Desde hace meses, gracias a la colaboración económica de muchas personas, estamos trabajando en las obras de mantenimiento del templo. Hemos encontrado sorpresas: una, la "firma" de sus últimos pintores, hace 27 años. Otra, una inscripción escondida en la base del altar mayor, con la fecha y los nombres de sus hacedores.

     Desde ayer, el viejo altar quedó invisible a los ojos pero fundamentando el nuevo: se ha mantenido la mesa, en la que se celebra el Santo Sacrificio de la Misa, y ha cambiado por completo su aspecto.

     Dentro del altar, como testimonio histórico, depositamos un tubo en cuyo interior se encuentra el siguiente texto:

En la Solemnidad de Pentecostés del Año del Señor 2016, con la Santa Misa celebrada por el Sr. Obispo de Minas, Monseñor Jaime Fuentes, fue inaugurado el revestimiento en cedro del Altar Mayor de la Catedral de la Purísima Concepción de Minas.

         El diseño del revestimiento, así como el proyecto de refacción, de pintura y de iluminación del templo fueron hechos por el arquitecto Francisco Collet. La realización de estas obras corrió a cargo del constructor Adrián Vega. La iluminación estuvo a cargo de Robers Silvera.

         El revestimiento del altar fue realizado en la carpintería de Roberto Cuitiño, de Montevideo. El altar de mármol, según una grabación casera en la parte inferior de la losa, fue construido en el mes de Julio de 1964 por José Clérici y sus hijos, Marcelo y Miguel Ángel.

         El párroco de la Catedral de Minas, Pbro. Dr. Pablo Graña, acompañado por el Consejo Parroquial, impulsó la campaña económica necesaria para sufragar los gastos de estas obras.

         Laus Deo Virginique Matri!

                                                              Minas, 15 de Mayo de 2016
                                                              Solemnidad de Pentecostés
                                                                    Año de la Misericordia 
    
  
   P.D.: a punto de depositar el texto en el altar, el P. Pablo se lo dio a leer a la señora Maruja, que con sus largos 80 años, al igual que la señora Beba, se encarga de la sacristía de la Catedral. Maruja, mujer muy franca, dijo que no estaba de acuerdo con lo que se había escrito... La ayuda para la refacción del templo, dijo, no fue sólo del Consejo Parroquial, sino de todos los que componen la parroquia: subrayó todos, todos. Conste para la historia.

jueves, 12 de mayo de 2016

LA MARCHA DEL ALFÉREZ PORTILLO

Hoy es la fiesta del Beato Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Me preguntan sobre él -lo conocí y lo traté durante dos años, mientras viví en Roma, junto a san Josemaría- y apenas puedo contar dos o tres detalles menudos... Si se trata, en cambio, de hablar del fundador del Opus Dei, no necesito hurgar para rescatar recuerdos. Y es que Don Álvaro fue solamente y nada menos que su sombra.

Es muy distinto vivir cómodamente “a la sombra” de alguien, que decidir voluntariamente gastar la vida siendo su sombra, es decir, sirviéndolo, ayudándolo, pisando donde él pisaba y, en no pocas ocasiones, adelantándose a dar los pasos más difíciles para ahorrarlos a quien servía. El lema vital de san Josemaría, fue el eco de aquel propósito del Bautista en relación a Jesús: "es necesario que Él crezca y que yo disminuya". Don Álvaro, sin palabras, lo acompañó en su decisión con la mayor fidelidad. Y, al llegar el momento de ocupar su lugar, todo su empeño -ahora sí, declarado formalmente- fue continuar siendo la sombra de san Josemaría, puesto que él, aseguraba, seguiría desde el cielo dirigiendo el Opus Dei.
En distintas ocasiones, el Papa Francisco se ha referido al "instinto sobrenatural" que se vive en la Iglesia (sentido de la fe es su nombre, sensus fidei) por medio del cual, entre otras expresiones, los fieles captan al vuelo la santidad de alguien. Me vienen a la memoria, en relación con Don Alvaro, dos manifestaciones.

Junio 1974. En la Basílica de Luján, en Argentina, rezando con san Josemaría y Mons. Javier Echevarría, su sucesor.

En 1998 viajé a La Habana a cubrir la información del viaje de Juan Pablo II, para una radio de Montevideo. Una tarde, mientras vagabundeaba por la parte antigua de la ciudad, llegué sin proponérmelo al Seminario de San Carlos. Nada más pasar el portón de madera rancia, encontré un claustro y un patio fresco de plantas tropicales. Varios muchachos iban y venían, con gestos apurados... Me presenté a uno de ellos y enseguida me invitó a cenar: arroz a la cubana, no me olvido. Estaban preparándose para ir a recibir al Papa a la Nunciatura Apostólica, en la que se alojaba. Me apunté al plan. Fuimos en un taxi de ocasión: tres pasajeros atrás y dos adelante. El seminarista apretujado a mi lado se llamaba Juan Carlos. Tenía 36 años, era ingeniero hidráulico y había entrado en el seminario apenas un año antes. Cuando supo que yo pertenecía al Opus Dei, empezó a hablarme con entusiasmo de los libros del fundador que había leído, entonces Beato, y del bien que le habían hecho. En un momento me hizo una pregunta sorprendente: -¿Usted no cree que monseñor del Portillo es tanto o más santo que el fundador del Opus Dei? -Por qué dices eso? -Porque pienso que un hombre tan inteligente (Don Álvaro, en efecto, era un fuera de serie: Doctor en Ingeniería civil, en Historia y en Derecho Canónico), que recibió en la Iglesia encargos de tanta responsabilidad (antes, durante y después del Concilio, la Santa Sede le confió numerosas tareas de envergadura) y que siempre estuvo en silencio, al lado del fundador, ayudándolo a sacar adelante la Obra... ¿No cree que para vivir así hay que ser muy humilde y muy santo?
 Juan Carlos había "olfateado" en Don Álvaro lo que bastantes años más tarde, en 2012, me dijo por experiencia personal el Cardenal McCarrick, arzobispo emérito de Washington, de paso por Montevideo: -¡Ah, Don Álvaro! Estuve con él más de una vez... ¡Qué hombre santo! Pienso que su canonización será muy fácil, ¡muy fácil!

26 de Junio de 1975. Rezando junto a los restos de san Josemaría.
El 27 de setiembre de 2014 se dio el primer paso, la beatificación, en Madrid: en esta ciudad nació, aquí conoció a san Josemaría… Estamos viviendo un tiempo de santos -quizás no caemos bien en la cuenta- a los que podemos recurrir como intercesores delante de Dios. El Papa Francisco insiste una y otra vez en que cultivemos la ternura, la comprensión, la misericordia. Don Álvaro, desde su juventud, fue un ejemplo extraordinario de estas virtudes. Baste un testimonio lejano de su cariño de padre.
Recién terminada la guerra civil española, Don Álvaro fue destinado unos meses, como alférez, a Olot, un pueblo de Cataluña. Cuando debió trasladarse a un nuevo destino, una mano anónima, por completo infrecuente en los cuarteles, escribió en una pared: "No lloréis soldados la marcha del alférez Portillo. ¡Qué buen padre hemos perdido!".