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miércoles, 27 de abril de 2016

MI HERMANA VENERABLE


Estoy contento, muy contento y quiero compartir esta alegría: el Papa Francisco declaró ayer Venerable a una de mis hermanas. Venerable significa que, después de estudiar muy a fondo su vida, ha llegado a la conclusión de que vivió de una manera heroica las virtudes cristianas, lo cual es motivo de admiración y acicate para su imitación, y la deja en carrera abierta a su beatificación, que tendrá lugar en cuanto se apruebe un milagro.
Mi hermana se llamaba Montserrat, Montse para familiares y amigos. Fue una campeona con todas las letras y todos los méritos. Nació y vivió en Barcelona hasta el 26 de marzo de 1959, cuando el Señor se la llevó al cielo después de correr con alegría y mucho esfuerzo –con mucho amor de Dios, seamos claros- la maratón de la enfermedad durante nueve meses. Aún no había cumplido los 18 años.
Tengo cantidad de hermanas y hermanos en el Opus Dei, pero a Montse me une un cariño especial porque estoy seguro de que rogó por mi vocación: creo que, antes de que la conociera, ella ya me conocía.


En 1964, en Pamplona, yo estaba pasando por un proceso que suele llamarse “crisis vocacional”: ¿me tiro al agua o no me tiro?... Me había planteado la posibilidad de pertenecer a la Obra y fui a hablar de esto con mi Director espiritual.
Me escuchó, me dijo que rezaría para que resolviera bien el asunto y, al despedirnos, me entregó un folleto de pocas páginas sobre el Opus Dei, escrito por John F. Coverdale.
Al hojearlo, me llamó la atención esa foto de Montse: ¡qué sonrisa!: llena de vida, entusiasmante, contagiosa. Explicando el Opus Dei, Coverdale hacía ver cómo había santificado la normalidad de su vida familiar y de estudiante, y el intenso apostolado que había hecho desde que dijo sí a la vocación.
Yo tenía entonces 19 años; Montse había emprendido el camino de la Obra a los 16 y lo había recorrido muy rápidamente, en menos de dos años. No digo que fue por eso que, en una semana, decidí seguir los mismos pasos, pero sí estoy persuadido de que ella intervino en el “empujón” que me hacía falta para dar el paso: ¿qué sentido tendría, si no, su foto en el folleto?
 La última vez que estuve en Barcelona, hace un par de años, fui a rezar a la tumba de Montse Grases. Sus restos están en el Oratorio de Santa María de Bonaigua. Fui para agradecerle, era lo que correspondía. Cuando llegue el momento, quisiera estar en su beatificación. Le pediré entonces que siga trabajando, que hace mucha falta: que empuje, que empuje, que empuje…


1 comentario:

Unknown dijo...

Espléndida nota de Mons.Fuentes. Me emocioné mucho al leerla. Monse también ha estado muy cerca en mi vida.