Estoy
contento, muy contento y quiero compartir esta alegría: el Papa Francisco
declaró ayer Venerable a una de mis hermanas. Venerable significa que, después
de estudiar muy a fondo su vida, ha llegado a la conclusión de que vivió de una
manera heroica las virtudes cristianas, lo cual es motivo de admiración y
acicate para su imitación, y la deja en carrera abierta a su beatificación, que
tendrá lugar en cuanto se apruebe un milagro.
Mi
hermana se llamaba Montserrat, Montse para familiares y amigos. Fue una
campeona con todas las letras y todos los méritos. Nació y vivió en Barcelona
hasta el 26 de marzo de 1959, cuando el Señor se la llevó al cielo después de
correr con alegría y mucho esfuerzo –con mucho amor de Dios, seamos claros- la
maratón de la enfermedad durante nueve meses. Aún no había cumplido los 18
años.
Tengo
cantidad de hermanas y hermanos en el Opus Dei, pero a Montse me une un cariño
especial porque estoy seguro de que rogó por mi vocación: creo que, antes de que
la conociera, ella ya me conocía.
En 1964,
en Pamplona, yo estaba pasando por un proceso que suele llamarse “crisis
vocacional”: ¿me tiro al agua o no me tiro?... Me había planteado la
posibilidad de pertenecer a la Obra y fui a hablar de esto con mi Director
espiritual.
Me
escuchó, me dijo que rezaría para que resolviera bien el asunto y, al
despedirnos, me entregó un folleto de pocas páginas sobre el Opus Dei, escrito
por John F. Coverdale.
Al
hojearlo, me llamó la atención esa foto de Montse: ¡qué sonrisa!: llena de
vida, entusiasmante, contagiosa. Explicando el Opus Dei, Coverdale hacía ver cómo
había santificado la normalidad de su vida familiar y de estudiante, y el
intenso apostolado que había hecho desde que dijo sí a la vocación.
Yo
tenía entonces 19 años; Montse había emprendido el camino de la Obra a los 16 y lo
había recorrido muy rápidamente, en menos de dos años. No digo que fue por eso
que, en una semana, decidí seguir los mismos pasos, pero sí estoy persuadido de
que ella intervino en el “empujón” que me hacía falta para dar el paso: ¿qué sentido tendría, si no, su foto en el folleto?
La última vez que estuve en Barcelona, hace un
par de años, fui a rezar a la tumba de Montse Grases. Sus restos están en el
Oratorio de Santa María de Bonaigua. Fui para agradecerle, era lo que
correspondía. Cuando llegue el momento, quisiera estar en su beatificación. Le pediré
entonces que siga trabajando, que hace mucha falta: que empuje, que empuje, que
empuje…
1 comentario:
Espléndida nota de Mons.Fuentes. Me emocioné mucho al leerla. Monse también ha estado muy cerca en mi vida.
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