El Papa Francisco y Kiril, Patriarca de Moscú, se encuentran mañana en La Habana. La agencia rusa Sputnik me pidió unas declaraciones, que aquí reproduzco completas.
Le pido a Dios, por medio de María, y los animo a sumarse, que las dos horas de conversación en el aeropuerto sean el preludio de algo muy grande: con palabras de san Juan Pablo II, "la Iglesia tiene que volver a aprender a respirar con los dos pulmones".
El encuentro del Papa
Francisco con el Patriarca de Moscú, Kiril, marcará un hito en la Historia, con
mayúscula. En la Iglesia Católica lo esperábamos y rezábamos para que se
concretara, desde hace muchos años,
tantos como los diez siglos que nos separan del penoso año 1054, cuando se
produjo el llamado Cisma de Oriente.
Juan
Pablo II, el primer papa eslavo de la historia, trabajó como nadie para
conseguir un acercamiento con la Iglesia Ortodoxa, sin conseguirlo. Benedicto
XVI también dio pasos, pero ha sido Francisco, el primer papa argentino, quien
lo ha logrado. ¿Por qué?
Razones
de distinto orden han hecho, en mi opinión, que se dé este encuentro. San Juan
Pablo II decía que “la Iglesia tiene que
volver a aprender a respirar con sus dos pulmones”, el de Oriente y el de
Occidente, como lo hizo durante los primeros mil años de su historia. Y debe
respirar en una atmósfera muy contaminada: urge cuidar la salud espiritual de
los cristianos todos.
El
Patriarca Kiril, quien antes de ocupar este cargo fue el responsable de las
relaciones externas del patriarcado, sabe
bien que la secularización que sufre Occidente es un fenómeno contra el
cual nadie está vacunado, tampoco la Iglesia Ortodoxa. Asimismo, ¿cómo no sentirse afectados ante el
genocidio de cristianos que está causando el extremismo musulmán? En consecuencia, Kiril percibe agudamente la
necesidad de acercarse al jefe de la Iglesia Católica, indiscutible líder
espiritual mundial.
Hay
que tener presente, a su vez, que más allá de algunas diferencias dogmáticas, no
son pocos los puntos de acuerdo entre ambas Iglesias, que reclaman acciones
conjuntas: la dignidad de la mujer y la familia; la indisolubilidad del
matrimonio; la moral sexual; el respeto a la vida desde la concepción hasta la
muerte, es decir, no al aborto. Estos temas, duramente combatidos por la
“dictadura del relativismo” (la expresión es de Benedicto XVI) seguramente
estarán presentes en el encuentro de La Habana.
Por
otra parte, el solo hecho de que Francisco y Kiril se sienten a dialogar despertará,
tanto en los católicos como en los ortodoxos, el deseo de conocerse más. La
espiritualidad rusa es profunda y nos enriquecería no poco a los católicos. Para los ortodoxos, el conocimiento de la Doctrina Social de la
Iglesia sería una ventana abierta al mundo que tienen que evangelizar.
Estos
motivos de “conveniencia” pueden explicar el encuentro de La Habana, pero pienso
que deben mirarse bajo una luz superior. La reunión Francisco-Kiril se realiza durante
el año en el que ambas Iglesias hermanas viven experiencias espirituales de
excepcional relieve: en la Iglesia Católica, el Año Santo de la Misericordia;
en la Ortodoxa, el Sínodo Pan-Ortodoxo que se celebrará en Creta en el mes de
junio, es el primero en más de mil años.
“La
sangre de los mártires es semilla de cristianos”, escribió Tertuliano en el
siglo II. Innumerables hombres y mujeres siguen dando su vida, hoy, por la fe
en Jesucristo. ¿Cómo no ver en este paso hacia la unidad, que será el encuentro
de La Habana, un fruto de tantos sufrimientos?
Francisco
viaja a México y ha querido hacer escala en la capital cubana para encontrarse
con Kiril, que está visitando la isla por invitación de Raúl Castro. Más allá
de la ironía de que sea el jefe de gobierno del único país comunista del mundo
quien ha facilitado el encuentro, el hecho es que se produce en un indudable
contexto materno.
Francisco va a México, en primer lugar, para
rezar a los pies de la Madre, venerada en toda América como Virgen de
Guadalupe. Y no hay que olvidar que, pocos meses antes de morir, en agosto de
2004, Juan Pablo II devolvió a Alexis II, entonces Patriarca de Moscú y jefe de
la Iglesia Ortodoxa rusa, el icono de la Virgen de Kazan, muy venerado en
Rusia, llegado a Occidente a principios del siglo XX. Al despedirlo en Roma, el
Papa dijo emocionado: “¡Cuántas veces he invocado a la Madre de Dios
de Kazan, pidiéndole que proteja y guíe al pueblo ruso, que le tiene tanta
devoción, y que apresure el momento en que todos los discípulos de su Hijo, reconociéndose
hermanos, restablezcan plenamente la unidad rota”!
Parecería,
en definitiva, que una mano materna, desde el cielo, está señalando el camino: por aquí, por aquí…