Ayer de mañana intervine en el Sínodo. Después de haberme
anotado el lunes pasado en la Secretaría General para hablar, estuve a la
espera de que el Presidente de turno de la Congregación General (ayer era el
cardenal Tagle, filipino) me diera la entrada.
El tiempo previsto de cada intervención, 3 minutos que se
pueden extender algunos segundos. Si se pasan de más, se da la orden y te
cortan el micrófono. Y esto fue, exactamente, lo que me sucedió.
Se imaginan que había preparado, corregido, leído, podado
y vuelto a podar mi texto, de manera de quedarme en los 3 minutos y algunos
segundos. Pero me pasé. Y, cuando estaba a punto de llegar a la conclusión, se
apaga el micrófono y no puedo seguir hablando.
¿Por qué, qué ocurrió? Pasó que, apenas
empecé con las primeras frases, me di cuenta de que el fuelle pulmonar estaba
decididamente perezoso, lánguido, fatigado, como una locomotora vieja. (¡Ay,
Roma, que esta “ottobrata” me está matando!).
Al terminar la
sesión hablé con el Sub secretario del Sínodo y le expliqué el motivo de mi
demora al hablar, sin abrigar una mínima esperanza de poder terminar mi
discurso. En efecto: hay que cumplir las reglas.
El texto escrito está incorporado al material del Sínodo,
y esto es lo que interesa. En mi opinión (compartida con un
montón de obispos de distintos países) es una propuesta bien válida. Su motivación de fondo la presenté hace unos meses a los lectores de este blog.
Me pasé el día, lo confieso,
desconcertado y descontento conmigo mismo. De a ratos me venía la idea de que
el camino apropiado, para que el amor de la Virgen llegue a todos tiene que ser
silencioso y doloroso. Es un pensamiento que me reconforta.
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INTERVENCIÓN EN EL SÍNODO DE LOS OBISPOS SOBRE LA VOCACIÒN Y MISIÒN DE LA FAMILIA.
El número 145 del Instrumentum laboris contiene esta
valiosa afirmación: “María, en su
ternura, misericordia, sensibilidad materna puede alimentar el hambre de
humanidad y vida; por eso la invocan las familias y el pueblo cristiano”.
Estas palabras reflejan una
experiencia viva, que distingue de manera especial a los pueblos de
Latinoamérica, puesto que el recurso a la Virgen, expresado en numerosas formas
de piedad popular mariana, es parte esencial de nuestro modo de vivir la fe. Frente
a los desafíos de la “nueva evangelización”, cuando debemos anunciar a
Jesucristo y al “evangelio de la familia” en un mundo hostil, María Santísima,
que “precede” constantemente a la Iglesia
(vid. Juan Pablo II enc. Redemptoris
Mater, n. 49), nos abre el camino, nos conforta y llega a los corazones con su índole
materna.
Escribió el Papa
Francisco, “cada vez que miramos a María,
volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño”. Ella “es la Madre de la Iglesia evangelizadora;
(…) y sin ella no terminamos de
comprender el espíritu de la nueva evangelización” (enc. Evangelii gaudium, ns. 288 y 284).
Durante el
inolvidable Año Mariano de 1987-1988, san Juan Pablo II percibió una tarea que,
en el contexto en que nos encontramos ahora, adquiere un relieve singular: la
Iglesia, escribió, debería preparar (…) cara al futuro, las vías de la cooperación con María
(cfr. enc. Redemptoris Mater, n. 49).
Dicho de otra manera: en la mente del santo pontífice, la Iglesia tendría que
descubrir cómo “facilitarle” a la Virgen el ejercicio de su Maternidad, que en
su Corazón Inmaculado abarca a todas las mujeres y hombres del mundo.
En este sentido, el Catecismo
de la Iglesia Católica recoge una espléndida posibilidad: “los dogmas –se lee en el número 89- son
luces en el camino de nuestra fe, lo
iluminan y lo hacen seguro”. Debiendo,
pues, lanzarnos a la aventura de la “nueva evangelización” y pensando en “las
vías” para que el amor materno de la Virgen Santísima alcance eficazmente a todas
sus hijas e hijos sin exclusión alguna y estén donde estén, nos preguntamos: ¿no
será el camino más seguro –iter para
tutum!- el de la proclamación solemne y definitiva del dogma de su
Maternidad espiritual, realidad dichosa, creída, experimentada y amada por todo
el pueblo cristiano? A su vez, ¿no sería dicho acto el gran impulso de santidad
y de sentido apostólico que necesita la Iglesia?
La respuesta a esta
doble pregunta debe darla al entero cuerpo de la Iglesia. Lo enseñó claramente el
Beato Cardenal John Henry Newman: “el cuerpo
de los fieles, escribió, es uno de
los testigos del carácter tradicional de la doctrina revelada, y (…) dicho consensus a través de la Cristiandad, es la voz de la
Iglesia Infalible”. Enseñaba concretamente que, al prepararse una
definición dogmática, “el laicado tendrá
un testimonio para dar; pero si hay una instancia en la que debería ser consultado, es respecto de
doctrinas concernientes directamente a lo devocional. (…) El pueblo fiel tiene una especial función en lo que respecta a aquellas
verdades doctrinales relacionadas con lo cultual (…) Y la Santísima Virgen es preeminentemente objeto de devoción” (J.
H. Newman, Los fieles y la tradición,
Buenos Aires 2006, pp. 63 y 110s).
En suma: por estos motivos teológicos, de los que podemos
extraer consecuencias muy ricas de índole pastoral, y considerando, como ha
enseñado el Papa Francisco, que el
“sensus fidei” del santo pueblo fiel de Dios, en su unidad nunca se equivoca (Homilía 1-I-2014), quiero proponer al Santo Padre la realización de una consulta dirigida a
toda la Iglesia, Pastores y fieles laicos, sobre la conveniencia de definir
como verdad de fe la doctrina de la Maternidad espiritual de María Santísima.
Muchas gracias.
+ Mons. Jaime Fuentes
Obispo de Minas
Uruguay
12-X-2015
2 comentarios:
Amén y ¡ánimo!, ¡monseñor!
Nuestra Madre del Cielo seguramente está contentísima con su esfuerzo y su cariño. Quizá esto sea como cuando San Juan Bosco en un sueño no entendía ni quién era ella ni lo que quería decirle, y que, al pedirle que se aclarara, ella le contestó: 'a su tiempo, todo lo comprenderás'.
¡Muchísimas gracias por el trabajo que se toma de mantenernos al tanto!
Dios le colme con su fuerza, su alegría ysu paz.
Ma. Cecilia Gini
Habrá que ofrecer la contradicción por la intención...
El amigo del Cholo
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