Lunes 28 de septiembre. Una de la tarde en el aeropuerto JF Kennedy de Nueva York. Estoy aquí desde que me dejaron, hace un rato, dos señoras (Deborah, 2 hijos, y Tone (¿). Deborah manejó muy bien, poco más de dos horas, por la autopista de 9 carriles que une Filadelfia con New York. Este ha sido el último favor recibido del cielo, desde que arrancó el viaje Montevideo-Filadelfia-Roma. Y desde antes, como se verá.
Hace cuatro días,
mientras hacía cola en el Pennsylvania Convention Center para recoger un ticket,
empecé a conversar con un fraile franciscano joven, un poco llamativo por su
aspecto: barba rubia algo descuidada, hábito gris de tela gruesa, sandalias con
pies al aire, cinturón marrón en la cintura, y un aspecto de intelectual tipo
Harvard que contrastaba con su vestimenta.
Se llama Andrew, Father
Andrew, es de Boston y pertenece a la Orden franciscana de la primitiva observancia.
Mientras adelantaba la fila hablamos de todo un poco. Le pregunté cuál seria el
mejor modo para ir de Filadelfia a Nueva York el lunes de mañana. Manejó
algunas posibilidades…
Al día siguiente
volvimos a encontrarnos, unos minutos antes de empezar la Misa del WFM 2015. –
Your problem is OK, Bishop (modo normal de dirigirse a un obispo; me cae mucho
mejor que el Eccellenza italiano). I mean, there is no problem! Esa misma tarde,
Mrs. Deborah, amiga de Fr. Andrew, me mandó un mensaje al celular: I will pick
you up at 7.30 am at St Augustine ’s
on Monday morning. God bless you! Deborah
y su amiga estaban encantadas de dejarme en el aeropuerto, antes de seguir
viaje de regreso a New Jersey.
Llegaron puntualmente a la parroquia de San Agustín.
¿Qué cómo fui a parar ahí? Este fue el primero de los favores recibidos antes
de salir de Montevideo. Cuando Víctor Hugo y Gabriela, secretarios ejecutivos
–muy ejecutivos, lo aseguro- de nuestra Comisión de pastoral familiar, en la
Conferencia Episcopal Uruguaya, empezaron a moverse para organizar el viaje al
WFM, traté por mi cuenta de conseguir un alojamiento cercano al Pennsylvania Convention
Center y gratis, naturalmente.
Escribí 10 e-mails a distintas parroquias planteando
mi deseo y recibí dos respuestas: la primera, muy profesional, me remitió al
sitio web del WFM. La segunda y última fue de Father Bill, agustino. –Bishop,
si no le importa compartir el baño con otro sacerdote, tenemos para usted una
habitación con una mesa y una cama. ¡Bien, Fr. Bill! (No sé si lo habrá dicho
para “probarme”, la verdad, porque me sorprendió con un muy buen cuarto, sin
mesa pero con baño y un sillón).
La parroquia San Agustín está en la
parte histórica de Filadelfia, un barrio que es un ejemplo de amor a las raíces
de los Estados Unidos. Aquí se encuentra la Campana de la Libertad, la Casa de
la Independencia, la casa de Benjamín Franklin…: la historia cuidada con
distinción y limpieza.
Todas las mañanas, saliendo de la
parroquia a tempranas horas, iba caminando (el tiempo de un Rosario, a paso
tranquilo) y rezando por tantas personas de todos los colores que me saludaban
con una sonrisa: - Gudmónin, Fad! Jalóu, Fad! (Les alegra ver al sacerdote; y
lo necesitan. Apenas pisé el aeropuerto, hace un rato, me detuvo una señora: -
Father, please, pray for my father, is ill, very ill! Thank you very much! Lo
hice enseguida, lo hago ahora también).
En la parroquia San Agustín, decía,
el jueves pasado, a la una de la tarde, los argentinos que participaban en el
WMF organizaron una Misa a la que fuimos invitados los uruguayos. No todos
pudieron asistir, pero sí una buena representación: para pedirle a Dios por
nuestras familias, por el apostolado con ellas, por los que se preparan para el
matrimonio y también por los que no se preparan.
Asistió Ana, antigua alumna, que
conoció a Javier, su esposo, mientras estudiaban los dos en la UM. Vinieron a
Filadelfia desde Massachusets, con sus dos hijas. Durante el “American food”
que prepararon los parroquianos de San Agustín (se pasaron) nos pusimos al día.
El sábado de tarde, el Independence Mall fue el lugar
en el que el Papa Francisco volvió a hablar de algo que lleva muy en su corazón
y que, durante el WMF, ha estado latiendo en su misma frecuencia: la situación
de los inmigrantes, en todo el mundo y especialmente en los Estados Unidos.
El discurso del Papa fue bien claro, incisivo y
alentador: pidió a los inmigrantes que cuiden la propia historia, que no dejen
sus propias tradiciones, que permanezcan fieles a sus raíces… Durante el WMF, a
su vez, el arzobispo de Los Ángeles, José H. Gómez, mexicano, que tiene una
probada preocupación por los inmigrantes, reclamó la imprescindible reforma de
las leyes de inmigración: lo aplaudieron con ganas.
Mientras escuchaba al Papa me preguntaba qué más
podríamos hacer en Uruguay por los centenares de familias desplazadas a causa
de la guerra y del desempleo: son mujeres, hombres y niños con dolorosas historias
detrás, que reclaman ampliar nuestro corazón, no quedarnos “en la chiquita” y
ofrecerles posibilidades reales de vivir mejor. ¿Cómo hacerlo? No lo sé. Pero hay
personas capaces, entre nosotros, que pueden pensar en esto y concretarlo.
Quizás estemos perdiendo demasiado tiempo peleándonos por cuestiones de entre
casa muy solucionables, y no caemos en la cuenta de que hay millones de rostros
que estarían contentos con sólo una sonrisa.
Tanto cuando
llegó el Papa, como al retirarse después de su discurso, pude participar en un
auténtico “thriller”, con todos sus ingredientes. La visita de Francisco ha
supuesto un despliegue de seguridad nunca visto: policías de todos los cuerpos,
SWAP, FBI, soldados, perros entrenados, tiradores de precisión… Llegué a pensar
en qué película había visto a aquel morocho y a aquel otro, tipo John Wayne, y
a aquel con pinta de Harry el Sucio… Influencia de la cultura del cine que
vemos… ¡Increíble!
Volví caminando a la parroquia, pensando, rezando y
agradeciéndoles a los soldados que hacían guardia –no exagero- en cada esquina:
You are welcome, Father. Thank you, Bishop!...
En un momento aparece una feliz familia numerosa: papá,
mamá y siete hijos. El papá se agacha a buscar algo, pienso que su máquina de
fotos; pero saca del coche de su hijo una carpeta de plástico rojo. Me explica
que han venido de Canadá y que los miembros de su comunidad parroquial le escribieron
al Papa. Él tiene el encargo de entregarlas al primero que pudiera hacerlas
llegar a Francisco. –Well, I think I am the right person… -Ouuuu!..., guauu!... Las llevo a Roma en el bolso.
(Cuando llegue subiré estas líneas al blog. En el JFK
Airport hay de todo, excepto Wi-Fi
gratis).
Jueves 1° de octubre. Por problemas técnicos, hasta hoy no pude subir esto: la PC se contagió, creo, de mi poco sueño. Mi disculpas.
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