Algunas
personas, desconcertadas por ciertos titulares de prensa, me han preguntado
sobre lo que dijo el Papa en la Audiencia del miércoles pasado, acerca de los divorciados y vueltos a casar. Reproduzco sus palabras textuales:
Queridos hermanos y hermanas:
Retomando
las reflexiones sobre la familia, deseo referirme hoy a la situación de los que
tras la ruptura de su vinculo matrimonial han establecido una nueva
convivencia, y a la atención pastoral que merecen.
La
Iglesia sabe bien que tal situación contradice el sacramento cristiano, pero
con corazón de madre busca el bien y la salvación de todos, sin excluir a
nadie. Animada por el Espíritu Santo y por amor a la verdad, siente el deber de
«discernir bien las situaciones», diferenciando entre quienes han sufrido la
separación y quienes la han provocado.
Si
se mira la nueva unión desde los hijos pequeños vemos la urgencia de una
acogida real hacia las personas que viven tal situación. ¿Cómo podemos pedirle
a estos padres educar a los hijos en la vida cristiana si están alejados de la
vida de la comunidad? Es necesario una fraterna y atenta acogida, en el amor y
en la verdad, hacia estas personas que en efecto no están excomulgadas, como
algunos piensan: ellas forman parte siempre de la Iglesia.
«No
tenemos recetas sencillas», pero es preciso manifestar la disponibilidad de la
comunidad y animarlos a vivir cada vez más su pertenencia a Cristo y a la
Iglesia con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en
la liturgia, la educación cristiana de los hijos, la caridad, el servicio a los
pobres y el compromiso por la justicia y la paz. La Iglesia no tiene las
puertas cerradas a nadie.
La causa de la perplejidad de algunos, más allá de los titulares
de prensa, se encuentra en el malentendido de que los divorciados que se
vuelven a casar incurren en la pena de excomunión, que es distinto de “no poder
comulgar”.
La excomunión es la pena más severa que impone la Iglesia a
pecados especialmente graves y lleva consigo la exclusión de la comunión con la Iglesia, la prohibición
de recibir los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos.
No es el caso, como explicaba Francisco, de las personas divorciadas y vueltas
a casar, que siguen unidas a la Iglesia aunque no puedan comulgar la Eucaristía, tema sobre el cual el Papa no habló.
¿Qué dice la Iglesia sobre el divorcio? En el Catecismo de la Iglesia Católica se lee:
2382 El Señor Jesús insiste en la intención original del Creador que quería un matrimonio indisoluble (cf Mt 5, 31-32; 19, 3-9; Mc 10, 9; Lc 16, 18; 1 Co 7, 10-11), y deroga la tolerancia que se había introducido en la ley antigua (cf Mt 19, 7-9).
2384 El divorcio es una ofensa grave a la ley natural.
Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir
juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la
cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva
unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura:
el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público
y permanente.
2385 El divorcio
adquiere también su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la
célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el
cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación
de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su
efecto contagioso, que hace de él una verdadera plaga social.
2386 Puede ocurrir que
uno de los cónyuges sea la víctima inocente del divorcio dictado en conformidad
con la ley civil; entonces no contradice el precepto moral. Existe una
diferencia considerable entre el cónyuge que se ha esforzado con sinceridad por
ser fiel al sacramento del Matrimonio y se ve injustamente abandonado y el que,
por una falta grave de su parte, destruye un matrimonio canónicamente válido.
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