No soy profeta de desgracias ni
cazador de brujas, créanme. Pero cada día que pasa, más estoy convencido de que
es necesario que la Virgen entre en escena. Es como el niño que, mientras todos
duermen, se despierta de improviso y, de puro miedo, empieza a gritar: “¡Mamá,
mamá!”…
Si, confieso que tengo miedo. Tengo miedo de que la premeditada
y provocada avalancha mundial de ataques legales contra la familia, acabe por
enterrarla. Por el año ochenta y pocos, el profesor Pedro Juan Viladrich escribió
un libro que a alguno le pareció alarmista. Su título: La agonía del matrimonio legal. Con el dictamen de la Suprema Corte de Estados
Unidos declarando un “derecho constitucional” las uniones homosexuales, ha
llegado la sentencia de muerte para el matrimonio y la familia.
En octubre, como saben, se celebrará en Roma el Sínodo de
Obispos del que se habla mucho porque, dicen, el Papa Francisco va a “abrir la
mano” a los divorciados y vueltos a casar. Lo que no se dice es el tema del
Sínodo, inmensamente más amplio y apasionante: La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo
contemporáneo.
Es ahí, en el Sínodo, donde a mi entender tenemos que dejar
entrar a la Virgen, la única que puede darnos una esperanza segura: está
comprobado históricamente que, en los
momentos de crisis, es Ella, la Madre, la que nos saca adelante.
He preparado un trabajo con una propuesta
concreta y fundada. Lo ofrezco a todos ahora, deseando que puedan leerlo con
calma (son veintipocas páginas). Agradeceré mucho la opinión de cada uno, en el
blog o en Twitter (@obispojaime) o por mail: fuejaime@gmail.com