Lo que sigue, con ese mismo título, aparece en el blog de un sacerdote argentino, Fabián Castro. Lo publicó al día siguiente de que otro sacerdote, Gustavo Mendoza, de su misma diócesis de Paraná, anunciara que dejaba el sacerdocio por una mujer. Traigo aquí el testimonio del P. Fabián, porque... bueno, léanlo y verán por qué.
Lo he pensado mucho y creo que es el momento de hacerles conocer
esto que, para algunos será una noticia amarga e inesperada.
Pero otros, en cambio, lo verán como la lógica de un hombre que quiere ser en
verdad libre. Creo que hoy es el momento propicio en que debo
hacerlo. Mi conciencia me lo está pidiendo. Y yo hoy
quiero ser fiel a mi conciencia. No puedo seguir luchando contra ella.
Señores y señoras: simplemente quiero decirles que quiero seguir ejerciendo el ministerio del sacerdocio en beneficio
del Pueblo de Dios porque creo que Jesús me llamó para eso. Y
lo quiero seguir haciendo porque soy libre y a mi libertad quiero serle fiel.
No se crean que soy un santo o un tipo de otro mundo. Al contrario, soy un pobre gaucho que va arrastrando el carretón de la vida como
puede. No soy para nada perfecto, al contrario. Y quienes me
conocen un poquito pueden dar fe de esas imperfecciones… y relatarlas (sobre
todo los más cercanos que padecen mi carácter).
Mis excusas para abandonar
Quiero seguir siendo sacerdote, a pesar de varias cosas que me han
tirado atrás muchas veces. Yo también me enamoré alguna vez de una mujer. Pero cuando llegó el momento de elegir
entre ella y Jesús (que es a quién le había consagrado mi vida) no dudé.
El que no haya dudado no quiere decir que no haya llorado en los
rincones con el corazón roto en mil pedazos y una angustia por querer acariciar
una piel que no podía ser mía. El tiempo, y sobre todo la distancia, fueron
sanando esa parte afectiva de mi corazón. Es que yo no abracé el sacerdocio
porque no me gustaran las mujeres o porque no quería formar una familia y tener
hijos. Todo eso lo deseaba, pero lo renuncié por un amor más grande al que
quería darle mi vida. En el seminario fue muy fácil tomar la decisión. Con
cuatro años de sacerdote tuve que volver a tomar esa decisión… y no fue tan
fácil. Pero no me arrepiento ni de la primera ni de la segunda decisión… que en
definitiva es la misma: abrazar libremente el celibato.
Pero eso no es todo. Les puedo decir que el ministerio puede enfermar corporalmente. Les
podría enumerar los ataques de hígado y gastritis que me dejaron los
campamentos y convivencias con jóvenes… También les puedo contar que yo tengo
diabetes: junto con el descuido de mi obesidad, comenzó a desatarse con el
estrés que me produjo tener que pasar un Instituto Secundario, completo, al
turno tarde. Y anduve cuatro años “loco” porque no sabía que la tenía. Hoy unas
pastillitas me han serenado… pero la vista y los riñones están resentidos. Y
si… podemos tener problemas corporales… pero quién no los tiene. Si hoy me
estuviera por ordenar y me advirtieran que en mi futuro se vendrían estos
achaques corporales, no lo dudaría un instante… volvería a elegir el
sacerdocio.
Durante mis años sacerdotales me ha tocado compartir con párrocos y vicarios muy buenos. También de los
otros. He tenido
que sobrellevar la soledad de una casa (de varias). Las
comunidades en las cuales he ejercido como párroco siempre eran de escasos recursos: en algunas tenía muy poco para
comer y en otras tenía que olvidarme de comprarme ropa. Pero no me he quejado:
cuando hay, hay y cuando no hay, no hay.
He tenido desencuentros con mis Obispos (uno me amenazó con
suspenderme ad divinis)… he tenido desencuentros con mis hermanos presbíteros (el mote de “Roña Castro” ya no lo
usan… pero la fama queda)… he tenido problemas con laicos en muchas comunidades…
Muchos de estos problemas no eran culpa de los otros sino solamente míos
(carácter de m.. el tuyo, cura..). Claro que a veces los demás ponían su
granito o granote de arena. Pero todo eso no me hizo dudar de mi sacerdocio.
Les tengo que contar más. Muchas veces me enojé con Dios. Porque tenía
muchas excusas para abandonar el sacerdocio… pero no podía. Lo del profeta, “me sedujiste Señor, y me dejé seducir”, me daba mucha
bronca: ¿a dónde voy a huir si en definitiva vos lo sos todo para mí? Y hay
veces en las cuales no puedo ni rezar o tengo que confesarme de manera muy
frecuente… pero sigo siendo sacerdote porque toda esta historia comenzó con una
certeza: Él puso su mirada sobre mí, me habló, me enamoró… y yo ya no pude ser
plenamente libre de decirle que no… como todo enamorado: la libertad está en
estar junto al amado.
El motivo de estas líneas
Les tengo que aclarar que esto no va contra ningún hermano sacerdote que ha dejado el
ministerio. Para nada. Quien ha tenido que tomar la decisión de
quedarse sabe de los dramas de quién ha tomado la decisión de partir. Algunos
de entre ellos eran mis amigos. Yo no soy ni quiero ser juez de ninguno de mis
hermanos. Tampoco escribo para que ustedes los juzguen.
Este escrito habla de mí. Les quiero contar algo que ni un periodista resentido con
la Iglesia ni otro aliado al poder de turno que le tira los morlacos, les
contarán. Simplemente les quiero contar que hoy,
libremente, sin coacción de mi Obispo, ni del Papa, ni de Doña María, elijo
seguir siendo sacerdote. No
porque no crea en el amor o la vida clerical me sea fácil y cómoda. Simplemente
elijo seguir siendo sacerdote porque me sé elegido por Dios para una tarea en
su Iglesia. A esa elección yo, como muchos otros sacerdotes que no salen ni en
diarios o televisiones, le quiero ser fiel.
Y como soy un pobre tipo
(lo digo de verdad), les pido lo que pide un grande de hoy: recen por mí. Pero también recen por ese cura que está al lado de ustedes,
en las parroquias, en las escuelas, en los hospitales o haciendo las compras en
el Súper. Ellos también necesitan de su oración. Y, muy de vez en cuando, de
alguna palabrita amable o algún gesto cariñoso. Es que somos hombres y no
extraterrestres o ángeles. Y porque hombres, más allá de todos nuestros dramas,
hay una convicción: hoy también elegimos seguir siendo sacerdotes.